martes, 2 de junio de 2015

PEDRO RAFAÉL GARCÍA M., ANTECEDENTES DE LA DECADENCIA Y NUESTRA ACTITUD COMPLACIENTE FRENTE A LA CORRUPCIÓN…

"Lo que fue, eso será”, decía el Cohelet, hijo de David, rey de Israel: “Lo que ya se hizo, eso es lo que se hará; no se hace nada nuevo bajo el sol. Hasta una cosa de la que dicen: mira, esto es nuevo, aun ésa ya fue en los siglos anteriores a nosotros”. 

La naturaleza humana,  la fuerza de las cosas: cuando se trata de dinero y de poder o, más bien, de las tramas tejidas entre dinero y poder, lo que hemos visto, eso mismo es lo que hoy vemos y veremos. Y lo que hemos contemplado desde que perdimos la candidez es corrupción, que durante largos años ha pastado sin respeto sin temor a que una reacción airada de la opinión pública les hiciera morder el polvo a los corruptos: saberlo todo de las tramas de corrupción no ha impedido que los partidos responsables de ellas repitieran mayoría en convocatorias electorales, ĺdem el PP, en España.

Ubicando algunas pistas…
El escándalo de corrupción en la FIFA ha puesto al descubierto lo que ya era un secreto a voces, problema sin embargo, este caso confirma lo que se ha venido denunciando por especialistas de la sociología del deporte y otros analistas desde décadas en relación a la vida política, material y social del deporte privado, especialmente atrofiado en sus valores cuando la mercantilización se apropia de la mente de los empresarios y, luego, de  los propios jugadores que, ilusionados y con razón, aspiran a aparecer en las portadas de los diarios como importantes y artífices de triunfos nos ha abierto los ojos antes ocluidos, o dúctiles, a la  conexión de negocios deporte y política causa y razón que suma un sensible elemento a la ya averiada legitimidad del Estado democrático en cuanto artífice y defensor del bien público, para donde echemos una mirada, ahí está: entre los, la corrupción, como sabemos, no es sólo un mal nacional, sino un fenómeno global del cual muy pocos países se salvan, algo que no sirve, sin embargo, de alivio. Más bien estimula a preguntarse el porqué de esta peste que nos condena a chapotear en un mundo repugnante.
El filósofo del Jardín, como fue conocido Epicuro de Samos, planteó algunas ideas que se hallan insertas en el imaginario conceptual de la palabra necesidad, y que hemos traducido arbitrariamente como decadencia.
Hoy como hace más de dos milenios en la Antigua Grecia estamos inmersos en una sociedad empobrecida moralmente, anegada en la corrupción y espiritualmente decadente; tal vez las enseñanzas de Epicuro nos muestren un camino para la acción ante la dejadez concomitante en nuestra cultura moderna, basada en el consumismo, que tiene en la satisfacción rápida de los deseos materiales como única fuente de satisfacción y felicidad, y que mueve la rueda del imposible crecimiento infinito, las ideas de Epicuro se incrustan en un camino que comenzó siendo espiritual, y procedió a negar los supuestos materialistas que igualaban al bienestar humano con la voluntad de los dioses que concentraban el poder político, el dominio militar y la explotación económica cada vez mayor: todo ello simbolizado en las murallas, las torres, los palacios y los centros comérciales templos de los grandes centros urbanos. Hoy como antaño la decadencia es una voz que se burla del culto al poder, declarándolo inicuo, fútil y antihumano, y proclamando un nuevo conjunto de valores, antitéticos a aquellos que habían servido de fundamento a la sociedad jerarquizada. La base de la sociedad humana no es el fuerza, sino la rectitud; no es el robo, el saqueo, y la guerra, sino compartir, cooperar y hasta amar; no el orgullo, sino la humildad; no la riqueza sin límites, sino una sobriedad feliz.
Nos habla el maestro sobre lo innecesario de limitar los placeres porque estos son en sí un límite, debiendo limitar eso sí, los deseos; ese querer tener siempre más y más la relaciona a un padecimiento mental, “No es insaciable el vientre nos dice Epicuro sino la falsa opinión acerca de la ilimitada avidez del vientre”, en su narración sobre la necesidad de los límites al deseo diferencia entre riqueza y pobreza, las cuales se desdibujan en su pensar, en los tiempos actuales relacionamos estos términos a cualidades materiales que no muestran sino el vacío existencial que es necesario llenar con cosas.
“La pobreza ordenada al fin de la naturaleza es inmensa riqueza. Por el contrario, si esta no esta sujeta a límites es exagerada pobreza.” Reflexiona también el sabio en su Carta a Meneceo sobre las necesidades, sobre como satisfacer de forma moderada una necesidad de alimento, que se convierte en deleite en tanto es satisfecha, difuminando los conceptos de frugalidad y abundancia; en la actualidad ese ‘siempre más’ funciona como un mecanismo que engulle los recursos de una manera compulsiva llevando a las personas a la insatisfacción por exceso: “La autosuficiencia la consideramos como un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco, sino para que cuando no tenemos mucho nos satisfagamos con ese escaso; ya que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y porque todo lo natural es fácil de conseguir y lo barroco difícil de obtener. Los alimentos sencillos procuran igual placer que una comida gravosa y refinada, una vez que se elimina el dolor de la necesidad.”, la mente puede colmarse de palabras insubstanciales y convertir a un individuo en un insaciable inmaduro, cuando el maestro Epicuro expresa: “Rebosa mi cuerpo de dulzura viviendo a pan y agua, y escupo sobre esos placeres del lujo, no por ellos mismos, sino por las complicaciones que llevan consigo.”
El profesor Emilio Lledó reflexiona en su obra ‘El epicurismo’: “El pan y el agua, realidades para la pervivencia individual, son metáforas para la solidaridad colectiva. No es posible la vida social, sin esa esencial distribución del placer, del placer de lo necesario. Detrás de la modesta expresión que reduce toda la teoría hedonista a ese ‘pan y agua’ del fragmento, late la fuerza y la exigencia revolucionaria de la necesidad. Nada es posible, ni la cultura, ni la ética, ni la educación, si no se lucha antes por la política de lo necesario, por la política de la vida.”, discurre el filósofo sobre la alegría, sobre la algarabía respecto al vínculo con los demás y para con la tierra. Ese vínculo primario con el mundo que habitamos.  Ese movimiento compartido que nos llama hacia el cuidado solidario, hacia el apoyo mutuo, hacia la contribución colectiva:
“La amistad danza en torno a la tierra y, como un mensajero, nos convoca a todos nosotros a que nos despertemos para socorrer en la mutua felicidad.”
Epicuro defiende que no es el cuerpo la fuente de nuestras miserias sino el impulso incontrolable de la mente. El descontrol moral produce deseos ilimitados que nos hacen infortunados, restablecer el orden de la naturaleza, el del cuerpo, devolver la salud a la mente para que el cuerpo en su sabiduría nos indique el camino de la buena vida, nos invita el pensador a cultivar la vida interior, a conocernos a nosotros mismos, y a compartir con nuestros amigos nuestros pensamientos e inquietudes; el tiempo de pensamiento y conversación es un bien liviano que a nadie daña y a todos beneficia, es un tiempo de no consumo, de observar el silencio y de hacernos humanos, de expresarnos lo que somos y donde estamos.
 “Estas cosas y otras semejantes medítalas contigo mismo día y noche y también con alguien semejante a ti y jamás, ni en la vigilia ni en el sueño te sentirás turbado.”
¿Cuál es entonces la actual perspectiva moral del planeta? La sociedad actual no parece de ningún modo dispuesta a renunciar a un cierto agrado, es decir, a una moral orientada al goce, al placer, al sabor de la vida, y a apreciar en ello la felicidad.  Pero ese goce, placer y sabor de la vida, por la fuerza del relativo desabastecimiento económico, habrán de empezar a ponerse en los gustos de la vida sencilla, en un arte del ocio, en una moral epicúrea y comunitaria, y es por la  paradójica vía de un refinamiento no artificioso, sino al revés, ‘natural’ del placer, por el retorno a la ‘vida sencilla’, cómo podrá recuperarse, en un futuro próximo, un ‘espiritualismo’ que no reconociéndose bajo ese nombre, no admitiéndolo siquiera, no por ello dejará de ser tanto y más espiritualista que los sistemas de vida que así se autodenominaban, más preguntémonos ¿Son estas nuevas vías tan inadvertidas, tan sorprendentes como a primera vista parecen? El de ‘hacer de la necesidad virtud’ es un antiguo saber. De esta antigua y nueva necesidad, de la escasez y penuria pueden sacarse virtud, fruición y felicidad, cada vez que alguien se piensa a sí mismo como sujeto de transformación y se junta con algunos de sus semejantes para perseguir conjuntamente otro tipo de vida, una vida placentera basada en principios humanistas y materialistas, contribuye a la eternidad de la amistad entre los humanos, renueva el jardín (kepos) donde Epicuro se rodeó de un grupo de hombres y mujeres en pie de igualdad donde se cultivaban frutas y verduras y se disfrutaba conversando alrededor de unos  manjares.
“La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo”, dictaminó Max Weber. Dictamen válido para los profesionales políticos pero con mayor razón para quienes comentamos los avatares de la política.

Pedro R. Garcia M.
pedrorafaelgarciamolina@yahoo.com
@pgpgarcia5

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