Ni siquiera nuestro profesor de historia Miguel Hurtado Peña, mientras
impartía sus bien documentadas y brillantes clases nos lograba explicar el por
qué de ese terrible Decreto de Guerra a Muerte dictado por el Libertador, que
nos lucía una barbaridad; algo así como las palabras de Jesús al espetarle a
sus discípulos que quien no estaba con él estaba contra él, aunque no fueran
sus palabras exactas, pero así han sido recogidas y traducidas.
No comprendíamos por qué si un
español o canario no colaboraba activamente en la causa republicana (ya habíamos
estudiado la Constitución de Cádiz), sería pasado por las armas; en tanto
que si un americano permanecía
indiferente, aún así, le sería perdonada su vida y propiedades. ¡Vaya con ese
Bolívar, y con “el diablo” Briceño!.
Claro, ahora uno se imagina la enorme pluralidad de contradicciones
entre los patriotas, diferentes estrategias, tácticas, ambiciones y esa siempre
presente anarquía de lo hispano reproducida en el indiano. Precisamente lo que
más admiramos de Bolívar, aparte de su persistencia y desprendimiento, fue en
esa capacidad, sagacidad y carácter para imponerse sobre aquellas montoneras
regadas por la Capitanía General de Venezuela y en el Nuevo Reino de Granada.
Quizá por ello, más que una afrenta al enemigo español, el Decreto fue dirigido
a los criollos, a los nacidos en América que aún no se sabían americanos; aquel
gentilicio con el que nos definiría más tarde, en Jamaica, como seres distinto
al europeo, al indio y al africano: simplemente
americanos. Como diría un centroamericano: ¡”Púchica”, qué talento!
Estaba tan decidido Bolívar a instaurar la republica, que al mismísimo héroe de la Revolución Francesa, el estratega de la emperatriz Catalina de Rusia, al amigo de Tomas Jefferson, Francisco de Miranda, logró montarlo en un barco español para que fuera encerrado de por vida en La Carraca, cosa de no estar molestando por estas tierras irredentas.
Un hombre culto como Bolívar, aristócrata él, hijo de la Ilustración y
del Romanticismo, amante de la estética, el buen vino, la danza y del bello
sexo, no podía menos que valorarse asimismo y saber que la república se
instalaría en América; aún pasando por encima de los timoratos, ambiciosos e
intrigantes locales. Logró su objetivo, pero murió en el intento, y fue
sepultado con una camisa donada por comerciante español, allí, en la amada y
generosa Santa Marta.
Quizá por ello, por esa historia pequeña de mezquindades, intrigas, ambiciones y unidimensionalidades, es que la oposición oficial, la MUD, tomó la decisión de no respaldar, participar, en la marcha pacifica por la libertad de los prisioneros políticos, convocada por López y Ceballos.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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