“Por mí, ni un odio, hijo mío. Ni un solo
rencor por mí, no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí, ni andar
cobrándole al hijo, las cuentas del padre ruin. Y no olvidar que las hijas del
que me hiciera sufrir, para ti han de ser sagradas como las hijas del Cid”.
La puntuación que le doy a la estrofa de
nuestro poeta Andrés Eloy, no se corresponde al original, lo escribí en prosa
por razones de espacio. Andrés Eloy Blanco es el mismo autor de “Angelitos
negros”, considerado como un himno contra la discriminación racial; poema que
fue llevado a guión cinematográfico y exhibido en la pantalla mexicana en 1948,
con las magistrales actuaciones de Pedro Infante, la cubanísima Rita Montaner y
la niña Titina Romay. También ha sido cantada en tiempo de bolero por el mismo
Infante, además de las conocidas interpretaciones en las voces de Nana
Mouskuri, Lola Flores, Javier Solís, Chabela Vargas, Alfredo Sadel, Roberta
Flack y Ertha Kirt.
La estrofa inicial pertenece al poema
Coloquio bajo el Olivo, que le leía a mis hijos cuando niños, y le he encargado
a mi hijo mayor que se lo lea a mis nietas salvadoreñas cada vez que pueda; a
él le dejé un hermoso ejemplar de páginas beige en papel cebolla, de las Obras
Completas de nuestro juglar mayor. A los otros, en ese trashumar que me dio el
destino difícilmente podría hacerlo, porque tendría que haber cargado conmigo
todos aquellos libros que me han sido preciosos, y hoy, las líneas aéreas nos
cobran hasta el peso de un pañuelo de batista, como le decían antaño.
El Coloquio bajo el olivo, lo tengo como el
Sermón de La Montaña de Jesús. En ellos se sintetiza, se resume el deber ser de
lo humano, la esencia de lo que distingue el inconsciente del consciente en
nuestro Reino Animal; aunque a veces dudo sobre cual de los dos es el
inconsciente cada vez que observo lo que sucede a nuestro rededor, desde el
Califato Islámico, pasando por Nigeria, España, México, Pakistán, Mozambique
hasta nuestra sufrida y desconcertante Venezuela, más cercana al inframundo
griego que a la evolución civilizatoria de la humanidad.
Ese amor desbordante de Andrés Eloy
entrelazado con la nobleza del corazón por aquello de “para ti han de ser
sagradas como las hijas del Cid” o, “ni andar cobrando al hijo las penas del
padre ruin”, solo puede compararse con lo divino en lo humano que nos regaló
Jesús, en la parábola del Buen Samaritano o la del hijo pródigo.
Esa oración de Andrés Eloy, fue durante
un buen tiempo como el logo a alcanzar por nuestra venezolanidad, la bizarría
de Bolívar, la nobleza de Sucre, el arrojo de Juana Ramírez, el estoicismo de
Luisa Cáceres de Arismendi, o la candidez de un Vargas ante el arma de Carujo, cuando lo despojó de la presidencia.
Lo anterior viene al caso, porque me
impactó desde el inicio de su cautiverio, la despiadada saña que la dictadura
le ha aplicado al joven Raúl Emilio Baduel García, hijo del General en Jefe
Isaías Baduel, preso desde 2009, acusado de corrupción una vez que osó
cuestionarle a chavez su pretensión de modificar la Constitución para
permanecer en el poder. El hijo fue detenido junto a su amigo Alexander Tirado
durante una manifestación contra Maduro en el 2014, y posteriormente condenado a 8 años de prisión por
“intimidación pública, agavillamiento e instigación a la desobediencia”. Ha
sido golpeado, incomunicado, vejado, aislado, y se ha sumado a la huelga de
hambre junto a Tirado y los 43 estudiantes más regados por toda la república.
Es evidente que los malvados del gobierno
le hacen pagar al hijo, lo que consideran el pecado del padre; y el único
cometido por el hijo, fue salir a la calle en busca de libertad. Ellos también
son Leopoldo y Ceballos, los olvidados de la MUD, las víctimas del Estado
Forajido.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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