La PDVSA
meritocrática llegó a producir 3,7 millones de barriles de crudo por día en 1998, con una capacidad de refinación alcanzaba los tres millones de
barriles/día en el mundo, una producción petroquímica de 4,1 millones de
toneladas año, una producción de carbón de 5,1 millones de toneladas al año,
producía 4,7 millones de toneladas de Orimulsión y adelantaba una asociación
estratégica en el proyecto Cristóbal Colón para el aprovechamiento de las
enormes reservas de gas no asociado al norte de la península de Paria.
Aquella empresa había
suscrito en Jose 4 grandes Asociaciones
Estratégicas que ya estaban en marcha para el mejoramiento de crudos
extrapesados de la Faja del Orinoco mediante tecnologías hasta ese momento
inexistentes que permitiesen la conversión de esos crudos cargados de vanadio y
azufre y que no podían ser comercializados, en crudos sintéticos de alto valor
en los mercados internacionales.
Se venían también
reactivando campos marginales con lo cual sus niveles de producción amentaban
drásticamente.
Era una corporación
energética global que contaba en Venezuela con 5 grandes refinerías: Amuay,
Cardón, Bajo Grande, El Palito, Puerto La Cruz y San Roque; y a nivel
internacional contaba con 7 grandes refinerías en los EEUU: Lake Charles,
Paulsboro, Chalmette, Corpus Cristi, Saint Croix, Lyondelle, Savanah, Sweney,
Lemont; contaba con la propiedad compartida de 4 refinerías en Alemania en
asociación con Ruhr Oel; tres refinería
en Suecia, Bélgica y el Reino Unido en asociación con Nynas; una refinería en
Curazao, además de un centro de almacenamiento BOPEC – Borco en el Caribe y una
flota de modernos supertanqueros.
Aquella empresa
disponía de infinidad de terminales y una red de oleoductos en los EEUU que
atravesaban ese país de sur a norte y a lo largo del Golfo de México. Contaba con cerca de 15.000 estaciones de
servicio abanderadas con la marca CITGO, filial que pertenecía 100% a PDVSA y
que llegó a controlar el 10% del mercado interno de gasolina en los EEUU.
Podíamos llevar el
petróleo desde nuestros propios yacimientos hasta los tanques de gasolina de
los automovilistas americanos en todas la costa este de los EEUU, pasando todo el tiempo por instalaciones
venezolanas.
Era además PDVSA no
sólo la segunda mayor empresa petrolera del mundo, sino que además, al
compararla con las grandes transnacionales petroleras (las que llamaban “las
siete hermanas”) éramos la que tenía menor nivel de endeudamiento, mejores
índices de estabilidad, solvencia, rentabilidad, utilidad neta, solidez, etc. Todo eso lo lográbamos con un total de 42.000
trabajadores, 20.000 de los cuales fueron después despedidos que incluían el
75% de la nómina ejecutiva donde se acumulaba casi todo el conocimiento.
Pero aquella tacita
de plata, la PDVSA “meritocrática”, la eficiente, la que batía récords de
seguridad industrial, de innovaciones y de crecimiento, fue sacrificada en el altar de la
revolución. Hoy cuenta con unos 118.000
trabajadores. Ahora es la PDVSA “de todos”, y de ella se benefician todos los
cubanos, los nicaragüenses, los haitianos, los bolivianos, los ecuatorianos,
los salvadoreños, los dominicanos, los jamaiquinos, guyaneses, los uruguayos, etc. Los niveles de eficiencia de la PDVSA “de
todos” se han venido al suelo. Los incendios, accidentes, derrames y paradas no
programadas están a la orden del día. La producción petrolera ha caído
dramáticamente y el nivel de mantenimiento de las instalaciones da vergüenza.
Sus niveles de endeudamiento son insostenibles. El daño que por mal manejo se
le está haciendo a muchos de nuestros mejores yacimiento podría calificarse de
criminal.
PDVSA perdió también
su misión y su visión. Antes era una
empresa petrolera, ahora no sabemos lo que es. Parece más bien un centro de
adoctrinamiento asfixiado en un mar de dogmatismo y politiquería.
PDVSA es hoy en día
responsable de la inflación que padecemos los venezolanos. Con un déficit en su flujo de caja (que algunos
estiman en unos 19.000 millones de dólares al año), la única forma de que
la empresa sobreviva es con apoyos financieros del BCV, mediante la
emisión de dinero inorgánico. Ese dinero se incorpora a través de PDVSA a la
masa monetaria que circula en el país.
Es la causa de la inflación que está destruyendo a nuestra economía.
Ese dinero írrito (por calificarlo de alguna forma) genera demanda de bienes, pero como existe una inmensa escasez, lo que termina logrando es un grave impacto en el nivel de los precios. Es la causa de las inmensas colas que tenemos que hacer los venezolanos cada vez que vamos a un automercado, para salir después frustrados porque no conseguimos los bienes más elementales que requerimos. Ese dinero nos ha llevado a padecer la mayor inflación del planeta. Ese dinero está creando distorsiones de todo tipo que humillan a los ciudadanos. En muchos automercados y redes de farmacias se están instalando captahuellas que es una de las formas de racionamiento más perversas que conoce la humanidad. Se ha llegado al extremos inaudito que para comprar un simple rollo de papel toilette, tengamos que colocar nuestra huella digital en esas máquinas captahuellas, sin que los ciudadanos podamos saber que fin ulterior pretende darle el gobierno a esos archivos de huellas digitales.
Pero peor aún, ante
la grave escasez que impera, los bolívares excedentarios se desvían hacia la
compra de dólares en el mercado paralelo,
contribuyendo así a un espiral indetenible de su valor. Esos dólares,
llegan a transformarse en la referencia que tiene que usar el comercio a la
hora de estimar el costo de la reposición de sus inventarios. Todo este
mecanismo absurdo es causado por la ignorancia y el dogmatismo de quienes hoy
en día manejan no solo nuestras políticas públicas, sino además el BCV y PDVSA.
José
Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy
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