Su talento, su genio, su ambición, su disciplina y su
constancia, su visión de sí mismo y del futuro,
la Europa de su tiempo y sus victorias, todo contribuyó a conformar la
significación de Napoleón. Se enfrentó a los errores y a los excesos de la
Revolución Francesa a la que salvó demostrando su capacidad, y más que general
y Primer Cónsul prefirió hacerse Emperador deseoso de fundar y perpetuar su
dinastía. La batalla de Waterloo puso fin a sus aspiraciones para someterlo al
juicio de la historia que reconoce en él uno de sus grandes hombres.
Quería Napoleón, tal y como lo confesó en sus comentarios
sobre: "El Príncipe", establecer un reino nuevo en los varios países
que conquistó. Su ascenso a diferencia de otros monarcas no provenía, a su
juicio, del desprestigio de la usurpación sino en el haber luchado contra:
"un cenagal de republicanismo" y contra "la anarquía" en la
se encontraba Francia y que justificaba su conducta, que si bien fortaleció a
la República luego la expuso a imponerse sobre ella como un nuevo César o un
moderno Alejandro al cual obedecería la nación gracias a sus hazañas militares
mientras se transformaba en un imperio
pero que, al mismo tiempo, debía salvaguardar sus libertades y derechos y jamás
sujetarse ni al más ilustrado despotismo. Bonaparte quería ser un príncipe al
cual los ciudadanos admirasen: "mis águilas, mis N., mis estatuas"
ordenó como símbolos de su poder. Algunos de sus biógrafos, entre ellos Vicent
Cronin, quieren ver en sus actos: "una forma imperial" en la cual:
"la República subsiste", pero qué difícil resulta mantener ese
equilibrio.
El espíritu de Napoleón no había quedado tan expuesto,
tan traslúcido, tan descubierto como ante Maquiavelo. Como en presencia de un
juez inquisidor la verdad se manifestó, sus intenciones resultaron evidentes.
En: "El Príncipe" el sabio florentino discurría sobre las cualidades
de los hombres y los actos de los gobernantes cuando éstos lograban elevarse
por: "fortuna o valor". Al leerlo, Bonaparte no dudó en afirmar:
"¿Qué importa el camino, con tal que se llegue?", como si legitimara
la falta de escrúpulos políticos y justificara la conducta inmoral de los
hombres. No obstante esa expresión, la altura intelectual y política de
Napoleón le permitió advertir la presencia de otros ámbitos, la virtud que hace
respetable al gobernante: "Me conduciré como un príncipe que se ha vuelto
moderado, sabio, humano".
Si definimos la República como el gobierno del derecho y
sólo apreciamos sus actos como magistrado y sus disposiciones como legislador,
Francia y Europa tiene en él un visionario conductor, un Emperador que no
obstante su título supo llevar las luces de la ilustración a los espacios
ensombrecidos de la monarquía. Si apreciamos, en cambio, sus intentos de
elevarse al rango de los reyes y vencer los obstáculos logrando, como lo hizo,
la aquiescencia papal y la derrota de sus enemigos, no es sino un general
triunfador y un príncipe que quiso ser originario en medio de las
circunstancias políticas como consecuencia de las debilidades de la Revolución
y las faltas de la monarquía.
¡Ah! ¡Los males de la Revolución! La culpa de sus
desviaciones fueron de aquellos que sacrificaron los avances y pervirtieron su
virtud, hombres que desde adentro
perjudicaron más que los de afuera. El mismo Napoleón los acusó al decir:
"Robespierre con sus jacobinos vino a descomponerlos, y a embrollarlo todo;
y la falsa aplicación suya, que ellos hicieron de intento, hizo inejecutable el
plan, e imposible para siempre la República". Ante sus pretensiones reales
Josefina le advirtió: "Persona no comprenderá la necesidad y todo el mundo
verá la ambición o el orgullo".
La vida de Napoleón nos coloca ante los hechos de su
sorprendente carrera militar y política y que lo ubica en la eminente posición
de los grandes hombres, sin embargo, empezó a decaer cuando sus ambiciones le
llevaron a extralimitar sus posibilidades intentando avasallar con sus deseos de
conquista la voluntad, las costumbres, el valor y la determinación de otros
pueblos.
La monarquía absoluta contra la cual luchó la Revolución
Francesa y él como su defensor, terminó derrotando a Napoleón aquel 18 de junio
de 1815, pero desde que las multitudes oprimidas tomaron la Bastilla, los
derechos del hombre fueron proclamados y que él los sostuvo decidido, el mundo
del presente y del futuro sería diferente pronunciando las sagradas consignas:
"¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!", "¡Viva la República!".
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599
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