A
los colaboracionistas, que usurpan el rol de la oposición, hay que quitarles la
careta para que podamos lograr el objetivo: el fin de la tiranía comunista
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Hasta
2006 hubo oposición. Solamente puede llamarse así a la que combate a la tiranía
combinando todas las formas de lucha, sin descartar ninguna, con el objeto de
ponerle fin. Aquella oposición usó indistintamente voto y calle, calle y voto,
alcanzando el éxito con la renuncia de Chávez en 2002.
Fue
el mayor éxito de la oposición desde el 23 de enero de 1958, cuando puso en
fuga al dictador.
Se
frustró por culpa de la oligarquía caraqueña que cometió una estupidez
mayúscula. En lugar de restablecer la vigencia de la Constitución del 61, dando
cumplimiento al mandamiento imperativo contenido en el Art. 250, asumió el
poder constituyente para sí dictando decretos sin base constitucional. Entonces
todo se vino abajo.
No
obstante este tropiezo, se mantuvo viva la oposición, tanto que provocó la
intervención de la OEA. Vino a mediar Gaviria, su secretario general. Se
instaló una mesa de negociación, la cual demostró que el diálogo sólo sirve a
la tiranía porque desmoviliza al pueblo apartándolo de la calle donde radica su
fuerza. Aparecieron los primeros colaboracionistas sin dar la cara todavía,
iniciando su labor de ablandamiento.
Por
su influencia se aceptó la propuesta de Chávez de ir a un referéndum
revocatorio, cometiendo este error gente insospechable de colaboracionismo como
lo ha demostrado su conducta vertical desde entonces.
He
aquí el antecedente de la traición a la rebelión estudiantil de 2014.
Está
claro ahora que diálogo y colaboracionismo son sinónimos, porque el diálogo es
una maniobra de la tiranía para desmovilizar al pueblo, a la cual se prestan
los colaboracionistas.
En
2005 hubo oposición por última vez. Pasando por encima de los partidos, el
pueblo se convocó espontáneamente al mayor acto de desobediencia civil que se
recuerde. Fue la abstención masiva y militante de 2005. El 85% de los
venezolanos no fue a votar. Pero los partidos ya no eran de oposición.
En
lugar de convocar al pueblo a la calle para desconocer a las autoridades por
ser ilegítimas, fueron presurosos a pedirle perdón al gobierno por la ofensa.
Allí nació el espíritu colaboracionista. Identificó Chávez al jefe de partido
que concurrió a votar, en contra de la voluntad popular, y lo reclutó como su
mejor aliado colaboracionista. Le ofreció darle a él solito la cuota de
diputados, alcaldías y gobernaciones sobrante del fraude. Al saberlo, todos los
buscapuestos de los demás partidos se alzaron e impusieron la línea del reparto
reservado a la comparsa electoral.
Desapareció
la oposición, pero los colaboracionistas siguieron haciendo uso de la careta
para disimular ante el pueblo. Todos con su careta puesta se sentaron a repartir
la cuota asignada por la tiranía. Para organizar el reparto formalizaron una
alianza electoral que permite sumar los votos.
Vieron
los colaboracionistas que con sólo una alianza electoral corrían el riesgo de
que surgieran líderes rebeldes, que se aprovecharan de la suma de votos para
conseguir puestos y al mismo tiempo les hicieran competencia, por la derecha y
por la izquierda, decidieron amarrarlos a un botalón (así llaman los campesinos
al poste grueso de madera que clavan en medio de los corrales y plazas para
amarrar a las reses). Con el pretexto de la unidad, constituyeron una
estructura que no es partido pero se le parece porque funciona como partido,
con un vocero y disciplina. Lo usan los colaboracionistas para garantizarle a
la tiranía la comparsa electoral y garantizarse ellos que nadie se atreva a
hacerles competencia. Al dejarse amarrar a ese botalón todos los políticos
perdieron su identidad ideológica y su perfil propio. Todos quedaron subsumidos
en la personalidad de los colaboracionistas, comportándose a su imagen y
semejanza.
Estamos
presenciando ahora que, sin soltarse del botalón, Ledezma, López y Machado
vienen haciendo gestos de independencia, que han tenido el efecto de desesperar
a los colaboracionistas, quienes se han retratado de cuerpo entero con el
rechazo a la convocatoria de manifestación. Los colaboracionistas han quedado
desnudos. Y la careta ha comenzado a caérseles.
Quitarle
la careta a los colaboracionistas puede ser tarea que termine uniendo a
disidentes como Ledezma, López y Machado con la resistencia, siempre con un
objetivo: la renuncia de Maduro, primer paso para el fin de la tiranía
comunista que nos ha impuesto Cuba.
Jesus
A. Petitt Da Costa
petitdacosta@gmail.com
@petitdacosta
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