En la ciencia política probablemente no haya
términos más confusos para identificar una tendencia, corriente o ideología que
clasificarla como de “izquierda”, “centro”, “derecha” o cualquiera de sus
denominaciones intermedias. Como en estas mismas páginas hay un enfoque muy
claro (Definiciones Importantes) sobre este tema, no es necesario un análisis
más profundo de ese deficiente sistema de clasificación política, pero conviene
aclarar algunas de las falacias que provoca.
La confusión llega a extremos como el de que
los “liberales” de Estados Unidos sean calificados “de izquierda” y en Europa
pongan a sus “liberales” la etiqueta “de derecha”. Los liberales europeos
proclaman que los de Estados Unidos se equivocan en el término, porque en
realidad deberían llamarse “socialistas”, pero el problema es que para los
estadounidenses, incluso los que se identifican como “liberales”, perciben el
vocablo “socialista” casi como una mala palabra. Perciben a los socialistas
como la “extrema izquierda” de tendencia totalitaria, lo cual seria una
apreciación casi insultante o tal vez disparatada para los socialistas europeos
que respetan los mecanismos democráticos y participan en ellos.
Una prueba de la inexactitud de estos
términos la encontramos constantemente cuando los que se autoproclaman “de
izquierda”, tanto en Europa como en Estados Unidos, califican a la “extrema
derecha” de fascistas. No se dan cuenta de que esta lamentable tergiversación
de los términos tiene su origen en el estalinismo. Mientras Stalin fue amigo de
Hitler, estaba muy dispuesto a dividirse Europa con sus socios nacional
socialistas. Aunque las versiones socialistas de Hitler y Mussolini eran una
variante antagónica del comunismo soviético y los nazis habían aplastado sin
miramientos a los comunistas alemanes, Stalin no apreció las diferencias como
irreconciliables para los fines de repartirse el mundo sino que pactó en contra
del enemigo común: el imperialismo capitalista.
El dictador soviético se equivocó porque
Hitler tenía otra carta bajo la manga. Pero su error se basó en hechos
respaldados en las doctrinas nazifascistas. Fue a partir de la invasión alemana
que empezó a calificar al nazifascismo como una corriente de “extrema derecha”
para poder coquetear a sus anchas con el imperialismo capitalista mientras la
aberrante alianza le resultó conveniente. Como en muchas otras cosas, tuvo
éxito también en esta tergiversación de la semántica política.
El dictador alemán había expresado enMi Lucha
y en otros escritos su plan para cuando ejerciera el poder en Alemania. Un plan
que contenía notables similitudes con los que ya aplicaba su contrapartida
soviético. Luciano Pellicani, lo desglosa en su obra Lenin y Hitler, los dos
rostros del totalitarismo, donde presenta estas citas del pensamiento de
Hitler:
“La lucha más fuerte no debe hacerse contra
los pueblos enemigos, sino contra el capital internacional. La lucha contra el
capital financiero internacional era el punto programático mas importante en la
lucha de la Nación alemana para su independencia económica y su libertad (…)
El capital debe permanecer al servicio del
Estado y no tratar de convertirse en el amo de la nación (…)
Yo no soy solo el vencedor del marxismo, sino
también su realizador. O sea, de aquella parte de él que es esencial y está
justificada, despojada del dogma hebraico-talmúdico. El nacionalsocialismo es
lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus lazos
absurdos y superficiales con un orden democrático”.
En cuanto al plan de exterminio de los
judíos, Himmler aprende directamente de Stalin y escribe en “Reflexiones sobre
el tratamiento de los pueblos de raza no germánica”(1940) que:
“tras estudiar atentamente y copiar en muchos
aspectos las instituciones concentracionarias soviéticas, adoptando los métodos
ensayados con éxito por Stalin, se podía exterminar a millones de seres
humanos.”
Por su parte, otro nazi tristemente celebre,
Joseph Goebbels, proclamo con absoluta firmeza sus raíces socialistas:
“Nosotros somos socialistas (…) somos
enemigos mortales del actual sistema económico capitalista con su explotación
de quien es económicamente débil, con su injusticia en la predistribución, con
su desigualdad en los sueldos (…) Nosotros estamos decididos a destruir ese
sistema a toda costa (…) El Estado burgués ha llegado a su fin. Debemos formar
una nueva Alemania (…) El futuro es la dictadura de la idea socialista del
Estado (…) socialismo significa sacrificar la personalidad individual al Todo”.
¡No en balde Stalin confió inicialmente en
las “buenas intenciones” de su flamante aliado durante su invasión a la Polonia
oriental, Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia!
Los hechos históricos demuestran que el
totalitarismo alemán no alcanzó el nivel absolutista del totalitarismo
soviético en la esfera económica. Muchos empresarios pudieron continuar con sus
negocios bajo el nazismo alemán y el fascismo italiano. Pero no había libre
empresa, puesto que el régimen no ocultó nunca que la economía, las empresas,
las finanzas, podían seguir funcionando mientras se mantuvieran estrictamente
al servicio de los intereses del Estado dirigido por un partido único
totalitario.
De hecho, el programa político nazifascista
incluía la “limitación de las utilidades”, la “estatización de las empresas
estratégicas”, el control estricto de la “esclavitud del interés”, y la
“expropiación” forzosa y sin indemnización de los bienes de los enemigos del
Estado (empezando por los judíos) y de las empresas que de algún modo entorpecieran
los fines y propósitos del partido único gobernante.
El último canciller de la Republica de
Weimar, Kurt von Schleicher, vio venir el tornado nazi cuando advirtió
públicamente, antes del triunfo parcial del nazismo en las urnas, que su programa
“apenas es distinto del puro comunismo”.
Pero pocos lo creyeron. ¡Los nazis aspiraban
al poder por la vía democrática! En consecuencia, su progresiva transformación
en una oclocracia y eventualmente en una dictadura totalitaria se realizó sin
mayores obstáculos. Si la oclocracia es el gobierno de la plebe, la democracia
puede ser el del ataúd de los necios.
Por tanto, podemos concluir que los
“liberales” estadounidenses son “socialistas”, por mucho que les moleste la
etiqueta a los intelectualoides “de izquierda”, mientras que los nazifascistas
y comunistas son ambos, por igual, de la “extrema izquierda” dogmática y
totalitaria que ahora intenta disfrazarse con un “Socialismo del Siglo XXI”.
¿Pero no sería preferible olvidarnos de
izquierdistas o derechistas para identificar las ideas por su nombre?
Gerardo E. Martínez-Solanas
libertad@democraciaparticipativa.net
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