jueves, 4 de junio de 2015

GERARDO E. MARTÍNEZ-SOLANAS, EL FASCISMO ¡ES DE IZQUIERDA!, DESDE ESPAÑA


En la ciencia política probablemente no haya términos más confusos para identificar una tendencia, corriente o ideología que clasificarla como de “izquierda”, “centro”, “derecha” o cualquiera de sus denominaciones intermedias. Como en estas mismas páginas hay un enfoque muy claro (Definiciones Importantes) sobre este tema, no es necesario un análisis más profundo de ese deficiente sistema de clasificación política, pero conviene aclarar algunas de las falacias que provoca.

La confusión llega a extremos como el de que los “liberales” de Estados Unidos sean calificados “de izquierda” y en Europa pongan a sus “liberales” la etiqueta “de derecha”. Los liberales europeos proclaman que los de Estados Unidos se equivocan en el término, porque en realidad deberían llamarse “socialistas”, pero el problema es que para los estadounidenses, incluso los que se identifican como “liberales”, perciben el vocablo “socialista” casi como una mala palabra. Perciben a los socialistas como la “extrema izquierda” de tendencia totalitaria, lo cual seria una apreciación casi insultante o tal vez disparatada para los socialistas europeos que respetan los mecanismos democráticos y participan en ellos.

Una prueba de la inexactitud de estos términos la encontramos constantemente cuando los que se autoproclaman “de izquierda”, tanto en Europa como en Estados Unidos, califican a la “extrema derecha” de fascistas. No se dan cuenta de que esta lamentable tergiversación de los términos tiene su origen en el estalinismo. Mientras Stalin fue amigo de Hitler, estaba muy dispuesto a dividirse Europa con sus socios nacional socialistas. Aunque las versiones socialistas de Hitler y Mussolini eran una variante antagónica del comunismo soviético y los nazis habían aplastado sin miramientos a los comunistas alemanes, Stalin no apreció las diferencias como irreconciliables para los fines de repartirse el mundo sino que pactó en contra del enemigo común: el imperialismo capitalista.

El dictador soviético se equivocó porque Hitler tenía otra carta bajo la manga. Pero su error se basó en hechos respaldados en las doctrinas nazifascistas. Fue a partir de la invasión alemana que empezó a calificar al nazifascismo como una corriente de “extrema derecha” para poder coquetear a sus anchas con el imperialismo capitalista mientras la aberrante alianza le resultó conveniente. Como en muchas otras cosas, tuvo éxito también en esta tergiversación de la semántica política.

El dictador alemán había expresado enMi Lucha y en otros escritos su plan para cuando ejerciera el poder en Alemania. Un plan que contenía notables similitudes con los que ya aplicaba su contrapartida soviético. Luciano Pellicani, lo desglosa en su obra Lenin y Hitler, los dos rostros del totalitarismo, donde presenta estas citas del pensamiento de Hitler:

“La lucha más fuerte no debe hacerse contra los pueblos enemigos, sino contra el capital internacional. La lucha contra el capital financiero internacional era el punto programático mas importante en la lucha de la Nación alemana para su independencia económica y su libertad (…)
El capital debe permanecer al servicio del Estado y no tratar de convertirse en el amo de la nación (…)
Yo no soy solo el vencedor del marxismo, sino también su realizador. O sea, de aquella parte de él que es esencial y está justificada, despojada del dogma hebraico-talmúdico. El nacionalsocialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus lazos absurdos y superficiales con un orden democrático”.

En cuanto al plan de exterminio de los judíos, Himmler aprende directamente de Stalin y escribe en “Reflexiones sobre el tratamiento de los pueblos de raza no germánica”(1940) que:
“tras estudiar atentamente y copiar en muchos aspectos las instituciones concentracionarias soviéticas, adoptando los métodos ensayados con éxito por Stalin, se podía exterminar a millones de seres humanos.”
Por su parte, otro nazi tristemente celebre, Joseph Goebbels, proclamo con absoluta firmeza sus raíces socialistas:
“Nosotros somos socialistas (…) somos enemigos mortales del actual sistema económico capitalista con su explotación de quien es económicamente débil, con su injusticia en la predistribución, con su desigualdad en los sueldos (…) Nosotros estamos decididos a destruir ese sistema a toda costa (…) El Estado burgués ha llegado a su fin. Debemos formar una nueva Alemania (…) El futuro es la dictadura de la idea socialista del Estado (…) socialismo significa sacrificar la personalidad individual al Todo”.

¡No en balde Stalin confió inicialmente en las “buenas intenciones” de su flamante aliado durante su invasión a la Polonia oriental, Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia!

Los hechos históricos demuestran que el totalitarismo alemán no alcanzó el nivel absolutista del totalitarismo soviético en la esfera económica. Muchos empresarios pudieron continuar con sus negocios bajo el nazismo alemán y el fascismo italiano. Pero no había libre empresa, puesto que el régimen no ocultó nunca que la economía, las empresas, las finanzas, podían seguir funcionando mientras se mantuvieran estrictamente al servicio de los intereses del Estado dirigido por un partido único totalitario.

De hecho, el programa político nazifascista incluía la “limitación de las utilidades”, la “estatización de las empresas estratégicas”, el control estricto de la “esclavitud del interés”, y la “expropiación” forzosa y sin indemnización de los bienes de los enemigos del Estado (empezando por los judíos) y de las empresas que de algún modo entorpecieran los fines y propósitos del partido único gobernante.

El último canciller de la Republica de Weimar, Kurt von Schleicher, vio venir el tornado nazi cuando advirtió públicamente, antes del triunfo parcial del nazismo en las urnas, que su programa “apenas es distinto del puro comunismo”.

Pero pocos lo creyeron. ¡Los nazis aspiraban al poder por la vía democrática! En consecuencia, su progresiva transformación en una oclocracia y eventualmente en una dictadura totalitaria se realizó sin mayores obstáculos. Si la oclocracia es el gobierno de la plebe, la democracia puede ser el del ataúd de los necios.

Por tanto, podemos concluir que los “liberales” estadounidenses son “socialistas”, por mucho que les moleste la etiqueta a los intelectualoides “de izquierda”, mientras que los nazifascistas y comunistas son ambos, por igual, de la “extrema izquierda” dogmática y totalitaria que ahora intenta disfrazarse con un “Socialismo del Siglo XXI”.

¿Pero no sería preferible olvidarnos de izquierdistas o derechistas para identificar las ideas por su nombre?

Gerardo E. Martínez-Solanas
libertad@democraciaparticipativa.net

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