martes, 30 de junio de 2015

ENRIQUE G. AVOGADRO, PARACAÍDAS PARA NO TODOS NI TODAS, CASO ARGENTINA

"En el traicionero mundillo político, la lealtad tiene fecha de vencimiento". James Neilsen

El viernes por la noche tuve una certeza: la suerte de mi país está echada. El Gobierno renovó sus ataques a la Justicia, con mayor virulencia y menos formas aún. Tras la sanción del Código Procesal Penal y remover a un Juez de Bahía Blanca, que intervenía en el caso de las facturas falsas de Lázaro Bóvedas Báez y su hijo, el jueves hizo lo mismo con el Juez Luis Cabral, el molesto subrogante en la Sala de la Cámara de Casación Penal que debe decidir sobre la inconstitucionalidad del memorandum firmado con Irán, ya decretada por las dos instancias inferiores. Procura así poner la lápida final sobre la denuncia del Fiscal Nisman contra la Presidente, que le costó la vida.

Pese a la enorme gravedad del tema, no suscitó reacción alguna en una sociedad adormecida y adocenada que, en cambio, prefirió depositar todas sus energías en el partido en que nuestra selección, agónicamente, consiguió superar por penales a la colombiana y, así, pasar a la ronda semifinal de la Copa Sudamericana de Fútbol. Si esa es la nula importancia que los ciudadanos damos a las instituciones, bien hace Cristina Kirchner en pisotear todo para alejar el riesgo de futuras complicaciones penales.

Lo hubiera podido entender y justificar si esa conducta autista se hubiera dado entre aquéllos que, ignorados por los números presidenciales, deben hacer malabares para sobrevivir con ingresos que la inflación devora al ritmo de un pacman; el pan es tan escaso que el circo resulta poco menos que indispensable. Sin embargo, la clase socioeconómicamente más alta, aquélla que se supone más instruida e interesada en la cosa pública, se comportó exactamente igual; en lugar de sufrir por la destrucción de la República, y actuar en consecuencia, se vistió con camisetas y gorros de colores patrios para sentir que compartía un destino común, aún cuando éste fuera intrascendente.

El Tte. Gral. César Milani pidió su retiro; el original militar estaba acosado por la Justicia en dos causas por violación de derechos humanos y, tal vez la más complicada, por enriquecimiento ilícito. Rápidamente, comenzaron las especulaciones acerca de los motivos que llevaron a la noble viuda a soltar lastre con vistas a unas elecciones generales que prometen darle un disgusto mayúsculo. Creo que ya es un poco tarde para que tirar por la borda el excesivo peso de personajes relativamente menores pueda surtir efecto sobre un electorado harto de soportar tanta arbitrariedad y tanta corrupción. Por lo demás, ¿aceptará Milani mansamente ir preso sin contar lo mucho que sabe?

Pero el asunto merece ser observado desde otro ángulo. Cuando se cerraron las listas para las elecciones nacionales de presidente y vice, de varios gobernadores, de legisladores de todo tipo y color, quedó demostrado que para Cristina no hay lealtades que valgan, y que los paracaídas no alcanzan. El peronismo, desde su origen, tiene un Día de la Lealtad porque los otros 364 son los de la traición, y hasta los barones del Conurbano practican esa conducta, yendo y viniendo con sus garrochas.

La primera demostración la dio el trato que dispensó a Florencio Tren Randazzo, que se enteró por televisión que su candidatura había dejado de existir por voluntad de la emperatriz del Calafate; que su principal sostén hasta ese momento, Carlos Chino Zannini, se hubiera pasado al otro bando e integrara su fórmula, no hizo más que aumentar la dosis de sapos que fue obligado a tragar. Más sorprendente aún fue la ausencia de Guita-rrita Boudou entre los candidatos, ya que ni siquiera fue nominado para integrar el ilusorio Parlasur, un organismo consultivo que, salvo que mucho cambie en la región antes de 2019, jamás llegará a existir.

Hoy, sin embargo, el más importante paracaídas se lo quitó a SS Francisco. Creí que bastaría el respaldo explícito que brindó al Dr. Carlos Fayt, a través de una del Cardenal Poli, para frenar la embestida oficial en su contra. Sin embargo, la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados siguió adelante y el jueves recibió, en una reunión secreta a la que asistieron sólo oficialistas, el exótico testimonio de una neuróloga; ¿qué habrá dicho sobre alguien que no conoce? El Papa está pagando, para muchos argentinos, el costo resultante del deferente trato que brinda a la Presidente y a todo su entorno, incluida La Cámpora; si, además, doña Cristina responde aprobando el aborto no punible, negando la pobreza y destruyendo lo poco que queda de la República, ese precio repercutirá en la imagen social de la Iglesia toda.

Lo entienda o no la ciudadanía, la noble viuda, asesorada por el Chino, está perpetrando lisa y llanamente un golpe de Estado. ¿Hasta cuándo lo permitirá la Corte Suprema sin abocarse a tratar el tema, sentenciar la imposibilidad del Ejecutivo de continuar por esta senda de agravio a la República y, eventualmente, procesar a la Presidente y pedir su destitución al Congreso?; no lo conseguirá, dado que el oficialismo dispone de las mayorías necesarias para impedirlo, pero permitiría que la sociedad tomara conciencia de los gigantescos peligros que surgen de estas conductas y que, seguramente, deberá enfrentar de hacerse Daniel Lancha Scioli con el triunfo en octubre.

Y digo esto por una simple razón. Doña Cristina y su Ministro de Economía, el inefable Axel Estigma Kiciloff, siguen sembrando de minas económico-financieras el futuro; es probable que comiencen a explotar antes del fin de su mandato, como lo demuestra la escapada del dólar blue pero, sea o no así, quien quiera que la herede deberá enfrentar un ajuste monumental; un breve inventario incluye la inexistencia de dólares en el Banco Central, el déficit estatal, el desmadrado gasto público, los vencimientos de deuda de corto plazo, los niveles de pobreza e indigencia, la necesidad de importar gas, los impagables subsidios al transporte y la energía, el conflicto con los holdouts, etc. Si venciera, como creo que sucederá, Mauricio Macri, la solución tendrá que venir de la mano de la reconciliación con el mundo y el consecuente acceso a las inversiones y a los mercados voluntarios de crédito.

Pero si ganara Lancha nadie estará dispuesto a asumir los riesgos que la presencia del Chino, un fervoroso seguidor del maoísmo en su más arcaica version, implica; así, no tendrá otra posibilidad que atar más nuestro destino a la voluntad de Beijing, que necesita materias primas para alimentar a su población y a su industria, que tiene sumo interés en participar en el control del Atlántico Sur y en la futura discusión sobre la Antártida, y para el cual todas nuestras necesidades financieras son sólo cambio chico; Argentina recibirá así el mismo trato que hoy aplica China a los países africanos en los que está presente, que saquea impunemente, y no se alterará la relación sumisa que el Gobierno mantiene -recuerde que hay imperialismo malo (el británico, en Malvinas) e imperialismo bueno (el chino, en la base militar de Neuquén)- con Xi Jinping y, también, con Putin, con Maduro y con Rouhaní, todos ellos campeones olímpicos de la democracia y los derechos humanos.

Estamos frente a una trágica encrucijada histórica -¿asado o chop suey?- y por como actuemos ahora se definirá nuestro futuro. Lamentablemente, no soy demasiado optimista puesto que el "sálvese quien pueda" ha inoculado su virus letal en la sociedad, que sigue sin percibir que el egoísmo y el desinterés nos resultarán mortales.

Enrique Guillermo Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
@egavogadro

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