miércoles, 3 de junio de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, BOMBERO SIN AGUA NO APAGA FUEGO

Todo incendio comienza con una pequeña chispa que se envalentona y hace que la pradera tome fuego. Venezuela es hoy una seca pradera expuesta a la buena de Dios. Si Venezuela se incendia, se pierde todo el potrero. Hay que impedir incendios, porque bombero sin agua no apaga fuego, y menos si carece de mangueras.

No  son pocas las voces que, dentro y fuera del país, se han alzado para alertar, casi como coro en Catedral, sobre el peligroso momento que están viviendo Venezuela y los venezolanos. Una sociedad civilizada es capaz de administrar paciencia una y otra vez. Pero la tolerancia no siempre se corresponde con la disposición de aceptación eterna. Al final, todo tiene un límite. Y las reacciones colectivas son impredecibles, mucho más las consecuencias indeseables e impensables de su desarrollo.

Hace poco menos de tres lustros los venezolanos eligieron a un Presidente para que, en un período constitucional, administrara decisiones sabias y acciones inteligentes que permitieran enfrentar las causas de una realidad que, entonces, se calificaron de malas. Los electores creyeron en que, como se prometió, habría gobernabilidad signada por calidad, eficiencia, decencia y rectitud; que la justicia sería verdaderamente justa, porque el imperio de la ley sería real y  cada ciudadano podría creer en el renacimiento de la Democracia en un ambiente de bienestar social.

El paquete de ofertas, ciertamente, hizo lo suyo: convenció Se trataba de promesas comprables por cualquier individuo en cualquier sitio del mundo donde la esperanza era un patrimonio. En otras palabras, como se dice equivocadamente, “el pueblo se dio el Gobierno que se merecía”. 

Transcurridos 16 años desde ese momento histórico, sin embargo, en el alma colectiva se reniega de dicha elección. Quienes fungieron de compradores de la propuesta afirman que “no escogimos lo que tenemos. La oferta fue otra”. Ahora afirman que “tenemos el derecho Constitucional de cambiar lo que ha sido un fraude gubernamental, y sin merecernos ser tildados de apátridas”.

Para los verdaderos demócratas venezolanos, es tan legítimo el derecho que le asiste a quienes gobiernan a pretender continuar ejerciendo el poder, siempre y cuando lo hagan apegados al cumplimiento estricto de sus Derechos Políticos constitucionales, como a los gobernados a darse el nuevo Gobierno que les plazca, y sin tener que ser señalados con epítetos denigrantes.

Los deseos de cambio son una consecuencia de las decepciones generales que han promovido los que gobiernan, y que cada ciudadano clasifica de acuerdo a los efectos que registra en su sistema de vida: una corrupción asfixiante; una destructiva devaluación de la moneda y de su capacidad de compra, al extremo de que, de tener un valor de dos dígitos en relación al Dólar, hoy en el llamado mercado paralelo es de Bolívares 430.000,00. Y todo eso en el escenario que promovió el Banco Central de Venezuela cuando, de un plumazo, dispuso la eliminación de tres ceros de las monedas y billetes, para dar paso a un denominado Bolívar Fuerte. De esa otra moneda que hoy, tristemente, sólo alcanza a ser el símbolo de un proceso destructor de gran parte de la clase media venezolana, forjador de las nuevas bases del empobrecimiento nacional y, definitivamente, el acto político más infame que gobierno nacional alguno haya usado para hacer de los pobres, nuevos pobres de solemnidad, y de los pobres de solemnidad, el rostro doloroso de la pobreza extrema.

Realmente, era inevitable que con el culto a la costumbre de devaluar que se inició en Venezuela con la aparición de los ingresos petroleros en abundancia desde la década de los setenta, que el populismo luego se encargara de hacer que todo terminara tal mal,  como es el aspecto que hoy exhibe Venezuela.

Lo peor de eso malo es lo que provocó la incautación de fincas y de empresas, además de la insistencia en mantener una política hostil en contra del empresariado. Eso ha traído la ruina y pérdida de la mitad del tejido industrial, como la desmoralización y ruina de los valientes  héroes productores del campo. La destrucción de la red comercial venezolana Las consecuencias están a la vista: escasez de todo tipo de productos y de alimentos; obligación de los consumidores  a hacer colas interminables para comprar lo que puedan en un día a la semana; degradación moral de hombres y mujeres de trabajo obligados a identificarse con cédula de identidad en mano para poder comprar lo que encuentren, no lo que quieran llevar a sus hogares, como lo podían hacer en el pasado reciente. Al consumidor venezolano, se le niega a ejercer su derecho a escoger entre marcas o diferentes productos. Está obligado a depender de la suerte de conseguir algo, principalmente de lo poco que le ofrece el Estado.

Esa es la otrora arrogante Venezuela petrolera de los últimos 16 años y de mediados del 2015. La misma en la que su parque automotor de más de cinco millones de vehículos tiende a quedar paralizado paulatinamente por la escasez de repuestos, y en el que el abastecimiento de gasolina está comprometido por la importación de aditivos, cuando no por la fuga diaria de, supuestamente, 100.000 barriles hacia países vecinos; todo en el medio de una pomposa campaña gubernamental anticontrabando.

Es, por supuesto, la misma Venezuela en la que las clínicas y hospitales públicos o privados, por igual, no cuentan con los insumos ni medicamentos para atender a pacientes rutinarios, no siempre a los que deben someterse a una intervención quirúrgica, y que se ven obligados, además, a depender de un turno al que, eventualmente, se somete la posibilidad de exponerse la vida, en caso de no ser atendidos oportunamente.

De igual manera, la manoseada Patria en discursos para la ocasión, pero desmoralizada desde el alma por haber sido conducida hasta el borde de la desesperación de cada uno de sus hijos.

Desde luego, vivir en las condiciones que imponen dichas restricciones, no fue por lo que la sociedad venezolana votó hace 16 años. No. No fue lo que el pueblo venezolano decidió cuando se pronunció electoralmente  a favor de una determinada propuesta partidista. Y es lo que hoy se convierte en motivo  para hablar de cambiar.

Cambiar no depende de la intensidad y capacidad nacional de lamentar lo que se vive y como se vive. Sí de actuar. De hacerlo constitucionalmente,  apegados a la ley para no comenzar mal y luego tener que corregir nuevos entuertos. La Constitución consagra alternativas para cambiar esta situación. Todas giran alrededor del ejercicio de la opción de votar, de elegir; de participar voluntariamente, inteligentemente. Para cambiar, hay que votar. Y ante el difícil momento que vive el país, votar se convierte, de hecho, en una obligación para cada ciudadano que dice ser demócrata.

Todo voto es importante. Alegar trampa para no acudir  a un proceso comicial y participar, es una excusa insustancial. La votación masiva es una vacuna contra cualquier trampa. Y toda posibilidad fraudulenta, desde luego, también tiene sus antídotos efectivos en la vigilancia del proceso, en la transparencia de la participación y en la aceptación de la observación nacional e internacional.

Ante las experiencias electorales en el resto del mundo, el proceso electoral mecanizado venezolano no luce precisamente como un ejemplo motivador para la participación. Y si bien hay quienes ya apuestan por la necesidad de someter dicha modalidad a un eventual referéndum de aceptación o rechazo para futuros comicios,  el reto  es salir a votar para poder cambiar todo aquello que hoy impide avanzar. Además de que es a partir de dicho ejercicio ciudadano, como a todos los partidos políticos del país y movimientos organizados de independientes se les hará viable influir para seguir creciendo.

Desde luego, lo ideal ahora es que ese ejercicio de votar se produzca sobreponiéndose a la fuerza de las minorías que se inclinan por cambiar en un ambiente de odios, rencores y diferencias convertidas en justificación permanente contra la razón y la racionalidad. La mayoría no cree en el presente estado de cosas; rechaza la idea de seguir transitando por el actual camino. Y lo hace porque cree en una Venezuela convertida en un país de bienestar, seguro, confiable; alejado de guerras. Modelo de felicidad.

Hay que votar. Practicar el derecho ciudadano de elegir inteligentemente. Cumplir con la necesidad en la que se encuentra el país de superar sus obstáculos de hoy.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

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