La movilidad de un país es producto de la
dinámica que logre su economía en virtud de las variables que sus factores
lleguen a pulsar e impulsar.
PAÍS “FUERA DE SERVICIO”
La movilidad de un país no se mide por el
tamaño de sus organizaciones. Tampoco se infiere por su música, Menos, por el
proceso de elaboración y toma de decisiones que sigue el alto gobierno para
demostrar su fuerza y grado de injerencia. Mucho menos, por la envergadura que
alcanza la sociedad que lo configura. O por alguna otra manifestación propia de
su contextura meramente social o cultural. Incluso, geográfica. La movilidad de
un país es producto de la dinámica que logre su economía en virtud de las
variables que sus factores lleguen a pulsar e impulsar. Tanto que, mientras su
desarrollo económico tienda a rezagarse se verá impedido de enfrentar los más
acuciosos desafíos que pueda plantearle la competitividad que los países tienen
por delante en términos de su significación como razón de acicate y de aliciente
ante realidades de naturaleza tanto exógena como endógena. De situaciones así,
surgen los principales obstáculos para organizarse de cara a las necesidades de
crecimiento, así como para articular sus expectativas desde el diseños de
acertadas políticas públicas que conduzcan a prácticas consistentes dirigidas a
fomentar un desarrollo económico coherente y sólido.
El dinamismo de una nación se encuentra
marcado por causales determinadas por la sofisticación del mercado financiero y
la consistencia que resulta del comportamiento macroeconómico. Al mismo tiempo,
cabe considerar la eficiencia del mercado de bienes y del mercado laboral.
Asimismo, la educación en todos sus niveles, tanto como la preparación
tecnológica que reposa en manos de su sector industrial. Y por supuesto, la
salud necesaria que estimule en su población la creatividad y la innovación
como elementos de alzada de la economía de un país. De lo contrario, no vale
discurso que pretenda vender una imagen de país que diste de sus realidades.
Venezuela, ya no es el país que una vez fue:
un país reconocido y referido internacionalmente por organizaciones e
instituciones dedicadas a observar actuaciones coincidentes o aproximadas a
valores aceptados por niveladores de desarrollo económico. El socialismo
intentado como sistema político y económico, condujo a agravar problemas,
potenciarlos, encubrirlos y hasta distorsionarlos mediante insubstanciales
cambios de denominación que sólo llevaron a obscurecer posibilidades y
alternativas que pudieron servir a los fines de revertir el deterioro causado a
consecuencia de las improvisaciones asumidas como criterio de gobierno.
El alto gobierno ha querido valerse de
confusas excusas, con infundados argumentos, para fundamentar sus hipótesis
elaboradas alrededor de una absurda “guerra económica” que ni siquiera alcanzó
la categoría de “guerrilla” por lo trivial de su explicación. Siempre,
elucubrada mediáticamente. Todo ello incitó a que la crisis se metiera, sin
permiso alguno, en el hogar del venezolano. Indistintamente de su posición
ideológica o del tamaño o forma de la vivienda.
A decir por investigaciones académicas, la
población nunca ha creído que el tormentoso desabastecimiento, la vulgarizada
inflación o la palpable escasez, son recursos de la oposición para derrocar al
gobierno. Por lo contrario, ha comprendido que la causa de tal desastre es el
modelo económico empleado bajo el mantra de la maltrecha “revolución
bolivariana”. El ajado control de cambios, sólo ha sido útil para asfixiar a la
economía nacional. Al extremo que el esquema cambiario establecido por el
régimen a manera de solapada intervención, además aducido como única fórmula de
finanzas pública capaz de seguir permitiendo la preservación del poder, devino
en el mayor obstáculo al funcionamiento equilibrado de la economía nacional. En
consecuencia, el ingreso de la población se redujo con tal grosería, que la
calidad de vida pasó a ser un problema de cruenta factura, cuya repercusión
comenzó a demoler libertades y derechos humanos. Las fallas de una economía
deprimida emergen por todos lados. Hoy, no queda un ápice de las realidades sin
verse imbuido en la crisis que consume abominablemente a Venezuela. Por tal
razón, puede decirse que ahora los venezolanos viven en un país “fuera de
servicio”.
VENTANA DE PAPEL
ACÁ HAY “GATO ENCERRADO”
Cuando escucha decirse eso de que hay “gato
encerrado”, es porque se sospecha de que algo turbio está sucediendo. Aunque la
expresión es bastante coloquial y su origen se remonta a los siglos XVI y XVII,
hoy igualmente vale su utilización pues en verdad, en el siglo XXI venezolano,
hay muchas razones que animan la desconfianza en el venezolano a decir por lo
que está aconteciendo en el ámbito político nacional.
No es difícil inferir que el alto gobierno
busca esconder algún secreto o no quiere que se sepa algo que le preocupa y
ocupa su tiempo. Sin embargo, todo se sabe. El oído popular es muy fino y capta
casi todo a pesar de lo encerrada que pueda estar la información a la que tanto
le teme el gobernante. Desde los chanchullos que realiza el régimen por algún
oculto interés, hasta los guisos que se cocinan en los fogones de las
trastiendas de ministerios y oficinas gubernamentales, todo se cuela y llega a
parar en el consciente del venezolano.
Esto hizo que el miedo paralizara al gobierno
socialista pues sabe lo que se le viene encima. Nada más que un enorme
chaparrón del cual ni el propio Mandrake el mago, en persona, podrá librarlo.
Tampoco podría salvarlo de las sanciones que sobre sus responsables recaerá
toda vez que los delitos cometidos no expiran ante el castigo que las leyes le
asignan. Así pues, es inaceptable e injustificable, que el régimen pretenda
excusarse de todo las equivocaciones que su ineptitud, ligereza o indiferencia,
ha permitido. Sobre todo, luego de haber percibido el mayor ingreso en toda la
historia republicana venezolana.
Actualmente, el país está literalmente
moribundo. Todo ha desaparecido por obra y gracia de la corrupción, la
indolencia populista, la improvisación que dominó la toma de decisiones y el
intento por elevar la popularidad del régimen comprando lo posible afuera y
adentro del país con dineros del Tesoro Nacional. Por tanto, luce absurdo que
sigan tomándose determinaciones que dejan mal parado al pueblo. Tanto que en
los corrillos rueda la especie de que “ministros abandonan en desbandada sus
cargos” pues resulta insólito que la necedad y la obstinación de altos
funcionarios quieran pasar por encima del sentido común que debe tenerse para
gobernar de cara a la crisis que agobia al país. Así que hoy más que nunca
podrá decirse que: aquí hay “gato encerrado”.
“¿QUIÉN DIJO MIEDO?”
El XI Festival de Cine venezolano logró su
objetivo central. Reunir once largometrajes no fue tarea sencilla por cuanto la
industria cinematográfica nacional no es tan boyante como pudiera pensarse.
Además, los cortometrajes constituyeron también un capítulo que reunió mucho
público.
El jurado, encabezado por Rodolfo Izaguirre,
hombre de intenso e inmenso recorrido por la cultura nacional, tuvo una
delicada y acuciosa labor comparativa y de análisis. Aunque a juicio de algunos
críticos de tan contagioso arte, tanto como para los consecuentes cinéfilos, la
premiación no fue del todo justa. Sin embargo, es válida toda disconformidad
que tenga como escenario la moralidad, el respeto y la buena educación.
Cabe este exordio a manera de honrar la
realización del largometraje “¿Quién dijo miedo?”, del cineasta y brillante
ingeniero de computación José Miguel Vásquez cuya filmación precisó de locaciones
en Francia, Inglaterra, España y Venezuela.
Debe reconocerse que uno de los méritos a
destacar de su ópera prima, fue el carácter independiente de su financiamiento
cuya característica principal fue el modesto presupuesto con el cual se
realizó. Otro mérito significativo que la diferenció de otra película en
competencia, fue el bien logrado trabajo de cámara, arte y dirección de
fotografía cuya responsabilidad recayó en la persona de Andrés Javier Monagas
Oronoz, Licenciado en Comunicación Social. Su desempeño audiovisual le ha
permitido alcanzar relevantes posiciones en la fotografía artística que tiene
como epicentro a Caracas. Asimismo, vale destacar la condición histriónica de
actores como Marcela Girón y Alejandro Mata cuyos protagonismos destacan otro
mérito que igualmente pareció no ser debidamente advertido o considerado.
Posiblemente el valor que mejor da cuenta del
esfuerzo que requirió ser considerado en la producción de esta película, estuvo
centrado en la abnegación que llevó a conciliar el guión trazado con el esquema
de trabajo realizado lo cual fue demostrativo del talante, dignidad y
perseverancia del equipo humano que dio forma y sentido a tan reflexiva comedia
romántica. Entonces, “¿Quién dijo miedo?”
“Si el ejercicio de gobierno desatiende la demanda de factores políticos asociados a la dinámica de la economía nacional, corre el grave riesgo de distanciarse de objetivos encaminados a cimentar la gestión pública sobre fundamentos capaces de lidiar con la agobiante y aviesa incertidumbre causante de serios golpes contra la gobernabilidad” AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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