«En
su fase agónica, toda secta macabra derrama sus hediondos fluidos y
desperdicios fecales por las poblaciones donde la ira de hartazgo contra ella
acrecienta»
Para formar una secta sólo se requieren dos
personas: una sagaz que afirme haber sido «ungida» por una providencia no
táctil e imperceptible, entre tantas adventicias del «Imaginario Popular», y
otra impávida que será timada y difundirá la «bienaventuranza».
La fricción
sobre la yesca seca siempre enciende. Alguien «emisor-activo» infiere a su
«receptor[a] pasivo[a]» haber «escuchado una voz» o «visto a un ser de otra
dimensión» que le ha confiado «una tarea salvadora o exterminadora», según los
casos, de la Humanidad. A cualesquiera entre sus propósitos precederá la
manipulación de la siquis de individuos que podrían ser persuadidos de cosas tan
absurdas como amar a quien asesina porque «libera» y, con ello, «ofrenda» a ese
ascendente: «mayor, principal o padre supremo» que (oculto) mira para
reclamarles u ovacionarlos como «filius ecclesiae nova» (fieles de novísima
iglesia)
Pero, no es tan fácil que la (llama) secta
permanezca encendida. Requerirá finanzas, vehículos para transportarse,
inmuebles, instrumentos letales para disuadir o intimidar, barata e ingenua
servidumbre y estrategias propagandísticas. Así nació la «Secta Los Hijos del
Comandante-Supremo-Presunto-Sempiternamente-Difunto» en Venezuela. Un soldado
le dijo a su compañero de habitación que tuvo una «revelación cuartelaria»
según la cual, mediante la «rebelión armada», debían asaltar el Palacio del
Gobierno Nacional para asumir el poder político-militar en la república y
rescatar la Democracia socavada por corruptos.
«[…] Vi a un barbado que emanaba luces, untó mi casco con un aceite y me dijo: Plugo, muchacho, a mí pluguiese convoques una insurrección y mates a los infieles que impiden el crecimiento de mi Iglesia Revolucionaria. Te he nombrado pontífice […]» -esa fue la fricción que encendería la yesca en la Patria de BOLÍVAR Y PONTE-. Empero, la Naturaleza dicta que todo naciente tendrá un poniente.
El ungido obedeció el mandato del patriarca.
Pero, tras acudir al convite, las tropas que adhirieron a la insurgencia fueron
derrotadas. Sin embargo, un influyente sector de «Ci-viles» de la Sociedad
legitimó ese acto criminal y propagó «la buena nueva» del nacimiento de la
«Secta Los Hijos del Comandante-Supremo-Presunto-Sempiternamente-Difunto»:
destinada a emprender una de las devastaciones más dolorosas e inexplicables
jamás vistas, desde la primera y nefasta mitad del Siglo XX en el Mundo hasta
la actualidad. Algo diré y quizá sea una inferencia estrafalaria: Plugo nació
muerto, pero lo mostraban vivo.
En el curso de mi existencia he conocido de
«vista, trato y comunicación» a varias. Una de ellas fue la norteamericana
«Secta Los Niños de Dios», ya extinta porque esos vástagos de la unción
cristiana no recibieron la «Pócima Juventud Eterna» que les habían prometido y
ya están muertos o viejos como yo. Integrada por chicas y jóvenes muy
pacíficos. Viajaban sin dinero, mínima vestimenta, biblias y lograban cobijo.
Yo se los di durante una semana en el primer apartamento que ocupé en la ciudad
de Mérida, Venezuela. Antes, en EEUU, tuve vínculos con otra nada religiosa de
la cual con sagacidad me aparté. En Venezuela (Década de los Años 90), algunos
maliciosos intelectuales propagaron que yo era uno de los escritores «ideólogos
de la Secta Satánica Briceñoguerreroiana» en boga en la ciudad de Mérida.
Cierto que el fallecido profesor y filósofo José Manuel BRICEÑO GUERRERO tuvo
seguidores y discípulos, pero no fui uno de
ellos. Éramos respetuosos amigos, platicábamos en el Rectorado de la
Universidad de Los Andes sobre distintos temas. Pero, Satán no era el
principal, sino la Filosofía. Ese infundio en contra de nuestras reputaciones
se debió a la aparición de mi novela intitulada Dionisia, publicada por nuestra
vetusta casa de estudios superiores (1993) He aquí un esclarecedor fragmento
que, sobre ese libro, escribió el destacadísimo historiador, ensayista y poeta
Rafael RATTIA: «[…] En una ocasión, Arthur SHOPENHAUER afirmó que su libro El
Mundo Como Libertad y Representación le fue dictado por el Demonio, en una sola
noche […] Es probable que esta novela sea el resultado de una especia de psitacismo. En otras ocasiones, he
sostenido que Alberto JIMÉNEZ URE es un taumaturgo de la palabra, un alquimista
del verbo […]»
Es de tozudos negar que, en Venezuela, la
irrupción de la «Secta Los Hijos del
Comandante-Supremo-Presunto-Sempiternamente-Difunto» tuviera su minuto de
fértil impacto en territorio. La mayoría de los ciudadanos estaba harta del
dispendio y la malversación, «en grado de continuidad», del Tesoro Público que
protagonizaban tipejos hoy ya sepultos. Era predecible que esa etapa política
culminaría. Su decadencia propició la aparición de la descrita y desalmada
secta Cívico-Militar en fase agónica, aun cuando emita rugidos estruendosos.
Porque ahora el hartazgo que su perversa cúpula provoca a la Nación Venezolana
tiene extraordinarias dimensiones. En funciones de exterminio de la República
de Venezuela, la secta vampira que relevó a sus predecesores bebe de la sangre
seca del putrefacto cadáver sobre el cual retoñó.
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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