Se
ha dicho muchas veces, y desde muy antiguo, que la familia es la célula básica
de la sociedad. Pero es mucho más que eso; es el ámbito natural en el que los
seres humanos se nutren de afecto, descubren su identidad y definen su relación
con su entorno inmediato y con el mundo externo. Es el reducto en el cual se
reciben las primeras y decisivas lecciones sobre los valores esenciales de la
vida: el amor, la autoestima, la libertad, la solidaridad y el sentido de la
responsabilidad. El concepto de familia en la actual situación que vive nuestro
país está siendo desvirtuado, falseado por las distorsiones que acompañan a
este proceso social de confusión y de crisis.
En
una época en que la infancia se ve acosada por cuestiones y problemas que en
rigor no la deberían ocupar, en una situación que tiende a producir una
prolongación indefinida y artificiosa de la adolescencia; en una etapa en la
cual la madurez se aleja cada vez más del mundo real de los adultos, es
fundamental reconocer a la familia como algo más que un conjunto de personas
que tienen en común el lazo sanguíneo. Tampoco será válido concebirla como la
unión de un puñado de seres humanos que habitan bajo un mismo techo. Resulta
inevitable considerar al núcleo familiar como un conjunto de personas que
tienen alguna condición, alguna opinión o un espíritu en común, sin que
necesariamente convivan en un mismo ámbito.
La
necesidad de rescatar esta última acepción de la familia se hace sentir con
fuerza en una época en la cual la ambigüedad de cierto rol político y social ha
producido trastornos y distorsiones que conspiran contra la correcta percepción
de las relaciones interpersonales y contra una adecuada delimitación de los
ámbitos de pertenencia
La
familia como institución proporciona un ejemplo de insustituible valor para
cualquier organización social que aspire a ser parte de la tarea de construir
una nación. Si consideramos al núcleo familiar como el rol organizador de un
esquema jerárquico que se conjuga con el principio de la libertad individual
¿Por qué no trasladar su estructura al resto de las instituciones sociales y
aun a las de la democracia? De ese modo, la implantación de un sistema de
normas que ordene las conductas no será sospechada de autoritarismo, sino que
será visto como un modelo de dialogo, de tolerancia y de convivencia digna y necesaria,
orientado al bien común.
Cuando
se analiza la historia de cualquier civilización se advierte el protagonismo
que ejerció la familia en el desarrollo social y en la construcción de las
instituciones públicas y privadas. Hoy cuando la familia venezolana se ve
diezmada por la división política y se siente amenazada por la crisis
económica, mientras se percibe el vació creado por la falta de independencia de
los poderes públicos, resulta imprescindible un cambio político que permita
rescatar a la familia venezolana.
Mientras
el modelo chavista impone en muchos casos la confusión y hace que las palabras
pierdan su sentido es necesario volver a las fuentes de la cultura alimentada
por los valores perdurables. En esa tarea la familia sigue y seguirá cumpliendo
una función sustancial como el molde vivo en el que toda riqueza social
reconoce su origen.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
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