La crisis está haciendo su campaña. Mientras más se agrava, más aumenta
la convicción de que hay que detener esta racha de fracasos que castiga al
país. Una voluntad que, afortunadamente, comienza a marchar junto a la comprensión
de que hay que ir a votar a como dé lugar. Y prepararse para hacer respetar los
resultados.
La crisis se está llevando en los cachos al gobierno que la engendra.
La acumulación de problemas que hacen
inaguantable la situación, la explosión de frustración entre quienes pensaron
que el presidente Maduro aportaría verdaderas soluciones, el ostensible amparo
gubernamental a las grandes corruptelas o hechos indignantes como la negativa a
investigar las denuncias sobre vínculos de funcionarios con el narcotráfico son
factores que están avivando un universal rechazo al gobierno.
La crisis está modificando el sentimiento de la gente. Proporciona el
primer escalón hacia un cambio de opinión, de actitud y finalmente de conducta en
una inmensa mayoría de ciudadanos. También justifica a quienes se han comido
las verdes y soportado agresiones por parte de una cúpula cuyo sectarismo se
pasa de maraca hasta con los suyos.
La necesidad de salir de la crisis brota ya de modo silvestre. Se está
esparciendo una ruptura de lealtad con
un gobierno cuyos errores sepultaron la devoción popular hacia Chávez. La
mayoría que lo respaldó se ha evaporado, unos se han refugiado en una nostalgia
inactiva; pero son muchos los que están mirando hacia la MUD, con la
expectativa de reforzar su base popular y aumentar la capacidad de ella para
exigir e influir cuando haya que definir nuevos rumbos.
En cuanto a la clase media, las reacciones parecen ser diversas. En su
mayoría, portadora de una cultura democrática adquirida antes del chavismo, se
inclina firmemente por la vía pacífica y democrática. Le otorga a las
elecciones parlamentarias la posibilidad de iniciar un proceso de cambios
progresivos en el modelo y la gestión bajo un gran acuerdo nacional o abrirle
cauces constitucionales a un desplazamiento de la actual élite gobernante,
combinando consensos, presión y votos.
Sin embargo, una parte de la población está experimentando una
radicalización negativa que difunde una nueva ola de descalificación de los
partidos, negación de la política y defensa eufórica de unos desenlaces para
los cuales no existe ni la fuerza suficiente para provocarlos ni la capacidad
necesaria para gobernarlos, en el caso hipotético de que llegaran a ocurrir.
Una rebelión sin plan ni compromiso.
La chispa que incendia esta radicalidad negativa es la desesperación y
la compulsión por resultados instantáneos. Dos impulsos que bajo el espejismo
de la calle como llave única del cambio han contribuido a la pérdida de
importantes jornadas de lucha.
La radicalización negativa concluye en una posición que objetivamente
favorece la perpetuación del gobierno: porque restarle votos a la MUD y
neutralizar el descontento con una prédica de abstención es el mejor regalo que
se le puede hacer a Maduro. No es una acusación, sólo simple matemática.
Otro asunto es la presencia de una insatisfacción respecto a la MUD, que
alcanza picos cada vez que ella se priva o se coloca por debajo del nivel de
exigencias promedio de los venezolanos. Es también preocupante que el
descontento aún no haya podido ser conquistado por los partidos de la oposición
formalizada en la MUD.
Uno espera que la MUD sepa leer las señales críticas que emiten
situaciones de este tipo y opiniones de la calle. Y que no las deseche antes de
verificar, con nuevos ojos, si contienen algo más que hostilidad inútil. Tras
la insatisfacción hay exigencias justas, algunas de las cuales no pueden ser toreadas
con manidas justificaciones.
Las dificultades y desafíos de la MUD incumben a todos los demócratas.
Es momento para construir un discurso,
no liberal ni populista, y adoptar un compromiso progresista sobre la equidad
del bienestar y la calidad de la democracia.
No basta con las alteraciones de opinión que producen las calamidades cootidianas. La crisis genera rechazos y descontentos que no se convierten espontáneamente en votos. La gente quiere oír ideas claras sobre cómo salir del túnel. Quiere darle valor país a su voto.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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