jueves, 14 de mayo de 2015

SIMON GARCIA, LA CAMPAÑA DE LA CRISIS.

La crisis está haciendo su campaña. Mientras más se agrava, más aumenta la convicción de que hay que detener esta racha de fracasos que castiga al país. Una voluntad que, afortunadamente, comienza a marchar junto a la comprensión de que hay que ir a votar a como dé lugar. Y prepararse para hacer respetar los resultados. 

            La crisis se está llevando en los cachos al gobierno que la engendra. La  acumulación de problemas que hacen inaguantable la situación, la explosión de frustración entre quienes pensaron que el presidente Maduro aportaría verdaderas soluciones, el ostensible amparo gubernamental a las grandes corruptelas o hechos indignantes como la negativa a investigar las denuncias sobre vínculos de funcionarios con el narcotráfico son factores que están avivando un universal rechazo al gobierno.
            La crisis está modificando el sentimiento de la gente. Proporciona el primer escalón hacia un cambio de opinión, de actitud y finalmente de conducta en una inmensa mayoría de ciudadanos. También justifica a quienes se han comido las verdes y soportado agresiones por parte de una cúpula cuyo sectarismo se pasa de maraca hasta con los suyos.
            La necesidad de salir de la crisis brota ya de modo silvestre. Se está esparciendo  una ruptura de lealtad con un gobierno cuyos errores sepultaron la devoción popular hacia Chávez. La mayoría que lo respaldó se ha evaporado, unos se han refugiado en una nostalgia inactiva; pero son muchos los que están mirando hacia la MUD, con la expectativa de reforzar su base popular y aumentar la capacidad de ella para exigir e influir cuando haya que definir nuevos rumbos.
            En cuanto a la clase media, las reacciones parecen ser diversas. En su mayoría, portadora de una cultura democrática adquirida antes del chavismo, se inclina firmemente por la vía pacífica y democrática. Le otorga a las elecciones parlamentarias la posibilidad de iniciar un proceso de cambios progresivos en el modelo y la gestión bajo un gran acuerdo nacional o abrirle cauces constitucionales a un desplazamiento de la actual élite gobernante, combinando consensos, presión y votos.
            Sin embargo, una parte de la población está experimentando una radicalización negativa que difunde una nueva ola de descalificación de los partidos, negación de la política y defensa eufórica de unos desenlaces para los cuales no existe ni la fuerza suficiente para provocarlos ni la capacidad necesaria para gobernarlos, en el caso hipotético de que llegaran a ocurrir. Una rebelión sin plan ni compromiso.
            La chispa que incendia esta radicalidad negativa es la desesperación y la compulsión por resultados instantáneos. Dos impulsos que bajo el espejismo de la calle como llave única del cambio han contribuido a la pérdida de importantes jornadas de lucha.
            La radicalización negativa concluye en una posición que objetivamente favorece la perpetuación del gobierno: porque restarle votos a la MUD y neutralizar el descontento con una prédica de abstención es el mejor regalo que se le puede hacer a Maduro. No es una acusación, sólo simple matemática.
            Otro asunto es la presencia de una insatisfacción respecto a la MUD, que alcanza picos cada vez que ella se priva o se coloca por debajo del nivel de exigencias promedio de los venezolanos. Es también preocupante que el descontento aún no haya podido ser conquistado por los partidos de la oposición formalizada en la MUD.    
            Uno espera que la MUD sepa leer las señales críticas que emiten situaciones de este tipo y opiniones de la calle. Y que no las deseche antes de verificar, con nuevos ojos, si contienen algo más que hostilidad inútil. Tras la insatisfacción hay exigencias justas, algunas de las cuales no pueden ser toreadas con manidas justificaciones.
            Las dificultades y desafíos de la MUD incumben a todos los demócratas. Es momento para construir  un discurso, no liberal ni populista, y adoptar un compromiso progresista sobre la equidad del bienestar y la calidad de la democracia.
            No basta con las alteraciones de opinión que producen las calamidades cootidianas. La crisis genera rechazos y descontentos que no se convierten espontáneamente en votos. La gente quiere oír ideas claras sobre cómo salir del túnel. Quiere darle valor país a su voto.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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