Hace unos años tuve la fortuna de leer ese
excelente libro de Hans Herman Hoppe, “Democracia, el dios que ha fallado.” Al
ir avanzando en su lectura, llegaban a mi mente la infinidad de
pronunciamientos contra la democracia que, en su momento, hacían los padres
fundadores de EEUU. Desde Washington, Jefferson, Adams, sus pensamientos se
conjugaban en la frase de Adams: “La democracia es más sangrienta que la
monarquía o la aristocracia. Es enemiga de la libertad, de la propiedad
privada, siempre ha tenido corta vida y ha muerto violentamente.” Por ello,
decidieron que su país no fuera democracia, sino república.
Son tantos los problemas que identifico en la
democracia pero, el primero, cualquiera, sin importar méritos, preparación
académica, experiencia, puede participar en política, cualquiera puede ser
diputado, senador, gobernador, alcalde o presidente. Tal vez por eso Jefferson
la bautizó como Plebecracia. Libertad de entrada y competencia en la producción
de bienes es muy buena, es el principal ingrediente de la prosperidad, pero
libertad en la producción de males, es la ruta hacia el infierno.
Pero ¿Qué tipo de “negocio” es gobernar? El
gobierno no es un productor usual de bienes para venta a consumidores. Es un
“negocio” dedicado a robar y a expropiar – por medio de impuestos draconianos,
regulaciones insanas que dan vida a la corrupción, reformas agrarias etc– y
después guardar en las cuentas offshoe de políticos lo robados. De ahí que, la
libertad democrática de participar en el negocio del gobierno no mejora su
rentabilidad. En realidad, hace las cosas peores creando carteles de
asaltadores. Desde el inicio de la historia, en toda sociedad ha existido la
codicia por la propiedad de los demás y, en especial, por los recursos
públicos. Al establecer esa democracia para participación sin méritos para
hacerlo, el gobierno no atrae los mejores hombres a sus filas, atrae hombres
que, como gobernadores que conocemos, con la codicia dibujada en la frente, se
dedican a robar manejando los estados como cotos de su propiedad.
Bajo el gobierno señorial, sólo una persona –
el príncipe – puede actuar legalmente bajo el deseo por la propiedad o libertad
de otra persona, y esto es lo que lo convertía en un “peligro potencial y
latente”.
En contraste, al abrir la libre entrada a la
administración pública, a cualquiera se le da esa oportunidad de disponer de
vidas y recursos como si fueran suyos. Lo qué era considerado inmoral y había
que combatirlo, ahora se consideran acciones de gobierno totalmente legítimas.
Todos pueden codiciar abiertamente la propiedad de otros o los recursos
públicos en nombre de la democracia; y todos pueden actuar movidos este deseo
malsano, siempre y cuando logren formar parte de ese ente fantasioso llamado
gobierno. Es decir, bajo la democracia cualquiera puede llegar a ser una
verdadera amenaza.
Bajo condiciones democráticas el pensamiento
popular, aunque ilegal, injusto e inmoral, para disponer de la propiedad de
otros y los dineros públicos, es sistemáticamente reforzado. Todo puede ser
ejecutado y todo puede ser arrebatado. Ni el más seguro derecho de la Propiedad
Privada está exento de las demandas redistributivas. Peor aún, sujeto a las
elecciones de masas, esos miembros de la sociedad que tienen nulas inhibiciones
en contra de tomar lo que es de otros, de saquear los erarios públicos, esos
especialistas en congregar multitudes moralmente desinhibidas y las demandas
populares mutuamente incompatibles, (demagogos eficientes) tenderán a ganar su
entrada y encumbrarse en la cima del gobierno. Así, una situación mala se
convierte en una de suma gravedad.
Históricamente la selección de un príncipe se
daba a través de su nacimiento noble, y su única calificación personal era
típicamente su educación como futuro líder de su país. Esto no aseguraba, por
supuesto, que dicho príncipe fuera un sabio y recto mandatario. Sin embargo,
cuando cualquier príncipe fallaba en su deber primario de avanzar la dinastía
–quien arruinaba el país– enfrentaba el riesgo inmediato de ser neutralizado
por su propia familia. En cualquier caso, el accidente de su nacimiento así
como su educación, no evitaban que un príncipe pudiera ser deshonesto, cruel y
opresor, al mismo tiempo el accidente de un nacimiento noble y una buena
educación, tampoco impedía que pudiera ser un líder justo, eficiente y
productivo, una persona buena y moral.
En contraste, la selección de gobernantes por
medio de elecciones populares, hace casi imposible que una persona buena y
preparada pueda elevarse a la cima, o, siquiera participar. Los presidentes,
gobernadores, congresistas, alcaldes son seleccionados por su eficacia como
demagogos moralmente desinhibidos, creaciones del sistema. ¿Ejemplos? Chávez,
Maduro, Evo Morales o el mismo Obama. ¿En México? Solo hay que tirar la reata
al inmundo corral de la política, y sacamos uno lazado de los cuernos, no
falla.
Así, la democracia virtualmente asegura que
solo los hombres inmorales y peligrosos puedan ascender a la cima del gobierno.
Como resultado de la libre competencia y selección política, aquellos que se
montan en la fiera de la impunidad, serán cada vez más corruptos y peligrosos
y, sin embargo, al ser guardianes temporales, la gente se conforma pensando,
“ya se van”. La libre participación no siempre es buena. Libre entrada y
competencia en la producción de bienes es buena, pero libre competencia en la
producción de males es diabólica. Y eso son los gobiernos.
El filósofo político, H.L. Mencken lo definía
con sabiduría. “Los políticos rara vez llegan a un cargo público por mérito.
Son escogidos por varias razones, la principal es que tienen poder para seducir
a los intelectualmente des privilegiados ¿Alguno de ellos se abstendrá de hacer
promesas que sabe que no puede cumplir? ¿Alguno de ellos dirá una palabra que
alarme a la gran masa de idiotas enquistados en el comedero público,
revolcándose en el quelite que crece cada vez más delgado? Entonces avanzarán
ofreciendo consuelo para el triste, capital para proyectos, diversión para los
aburridos, ideas para los estreñidos, leche para los niños y vino para los
ancianos. En resumen, se presentarán a sí mismos como hombres confiables y
simplemente siendo candidatos para servir al pueblo, empeñados solamente en
asegurarse votos. Ellos ya saben que los votos estarán asegurados bajo la
democracia, no por hablar sensatamente, si no por hablar pendejadas. El ganador
será quien prometa más con la menor probabilidad de cumplir”.
Por eso Mises afirmaba: “Lo más diabólico que la humanidad ha tenido que sufrir, siempre ha sido infligido por los malos gobiernos. El estado, a través de la historia, ha sido la fuente más grande de agravios y desastres.”
Ricardo Valenzuela
chero13704@gmail.com
@elchero
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