El amigo me espetó así, nada mas, de
forma inesperada: “Juan, le estoy agarrando arrechera a los intelectuales”. Por
supuesto me sorprendí, sobre todo por la persona que lo decía, un periodista escrutador de la
historia y un experimentado político, curtido desde las luchas juveniles en los
liceos más aguerridos de la Caracas de los sesenta, cuando ser socialcristiano
constituía una temeridad y una convicción total para enfrentar las fuerzas
desatadas de una izquierda inspirada en la guerrilla que bajó de la Sierra
Maestra, para extenderse por el continente iniciándose por Venezuela.
Y
lo que son las cosas, en aquél entonces fue derrotado el intento de invasión
por unas Fuerzas Armadas diferentes a las que hoy reciben instrucciones
directas desde La Habana, convertidas en el brazo armado de la represión y la
violación de los derechos humanos. Literalmente, en un ejército de ocupación de su propio pueblo.
La frase surgió de manera espontánea
ante las posiciones asumidas frente al
hecho político, por individualidades ubicadas en el sector intelectual,
ya sea por ser académicos, escritores, periodistas, políticos, comentadores o
analistas; no creo que en ese grupo
existan pintores, escultores, arquitectos, poetas, o cualesquiera expresión del
quehacer humano donde la estética sea la razón de existir, junto a la ética. Se
les observa un prurito por evitar ser tildados de derecha, contra
revolucionarios o antichavistas, de no ser políticamente correctos, de no
terminar de romper con el pasado si alguna vez militaron o simpatizaron con el
marxismo, como si lo hicieron Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Octavio Paz, Sergio
Ramírez y hasta el mismo García Márquez, quien sin romper su relación con
Fidel, se distanció del modelo.
Nos
ha tocado asistir a reuniones donde el planteamiento de fondo fue la
disertación sobre que tipo de socialismo ejerce el gobierno, si científico,
utópico, marxista o populista; señalan el carácter autoritario del gobierno,
pero no se atreven a llamarlo directamente como lo que es: un régimen
totalitario, una dictadura cruenta, corrupta y comunista, convertido en Estado
Forajido, llevado con premura a la condición de Estado Fallido.
Ese
fue el motivo de la indignación de nuestro amigo; llegan a ser tan elevadas sus
disertaciones que no se permiten llamar las cosas por su nombre, han demonizado
la lucha estudiantil que culminó en muertos, desaparecidos, torturados,
violados, exiliados, encarcelados, y abandonado a su suerte a Leopoldo, María
Corina y Ledezma. Miran con aprensión la lucha en la calle, como si la lucha en
la calle no fuere un derecho natural ante la opresión y la pérdida de la
libertad, una vez cerrados todos los
espacios de legalidad.
Por
supuesto coincidí con el amigo en cuestión, porque esas posturas ayudaron y
ayudan a darle legitimidad al régimen, y por mezquinas para quienes salieron a
la calle y allí dejaron sus vidas; sin embargo, no me encontraba tan indignado
como él, más bien dolido, desconcertado y
frustrado, como el extranjero de Camus.
Meses después, recién, veía por
satélite un programa de televisión “Ahora con Oscar Haza” en Mega TV; el
moderador presentaba ese martes a dos damas expertas en islamismo, a fin de
conocer sus opiniones acerca del origen, alcance y significado de la matanza sistemática y masiva que lleva a
cabo el Califato Islámico (ISIS) contra los cristianos.
Una,
de mediana edad, de vestir sobrio y una pequeña cruz de madera al cuello, hizo
un recuento de los últimos asesinatos masivos en Egipto, Irak, Yemen, Somalia,
Kenia, Pakistán y Siria, incluyendo a los indocumentados trasportados hacia
Italia que fueron arrojados al mar Mediterráneo, cuando los contrabandistas
(trata de personas) se enteraron de su fe cristiana. Concluía la entrevistada que Occidente tenía que dar
una respuesta inmediata y contundente sobre esta expresión genocida en razón de la religión, y
cuantificó el número de cristianos asesinados por islamitas radicales desde
hace dos años, equivalente a la sumatoria de uno por hora. Me hizo recordar a
la declarada agnóstica, hoy fallecida, Oriana Fallaci, quien fue perseguida por
denunciar la dinámica y calculada invasión de los musulmanes en Europa.
La
otra entrevistada coincidió en el objetivo central del Califato Islámico y sus
despiadadas practicas de intimidación por medio de la muerte cruel. Sin embargo
afirmó que no eran un peligro para Occidente, porque su acción se centraba en
dominar el territorios donde actúa; e insistió en diferenciar al islamismo del
yidahismo, y dentro del yidahismo grupos diferenciados entre sí. Noté de
inmediato hacia donde se dirigía su disertación. Para ella no existía choque
cultural ni peligro para Occidente, porque era una lucha religiosa interna que
al alcanzar su propósito, el Califato se dedicaría a conformarse como Estado
miembro de la Comunidad internacional. Poco más o menos fue su argumentación.
Allí entendí la indignación del amigo, y también pasé de la fase de dolido a la fase de indignado, porque estos individuos, autosuficientes que se sitúan en una esfera superior del conocimiento, son en realidad cómplices por cobardía, oportunismo, hedonismo o ausencia de reciedumbre, de la instauración de los matones que actualmente nos gobiernan o de los que pretenden gobernar al mundo, para imponer el totalitarismo en detrimento de los valores más preciados de Occidente: la libertad, el respeto a la dignidad del otro y la práctica de la democracia como modelo de vida societaria.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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