El 1 de mayo del 2015 fuimos testigos de un
espectáculo curioso. Antes de analizarlo, vale la pena volver las páginas de la
historia para revisar el significado que tiene el Día de los Trabajadores que
se celebra cada 1 de mayo, en el marco de cuya celebración se le había ofrecido
al país un “revolcón”.
El 1
de mayo de 1886 tiene lugar en Chicago una huelga general a la cual sumaron
cerca de 200.000 trabajadores. El objetivo era luchar por el establecimiento de
una jornada laboral de ocho horas, tal como ya había sido promulgado por el
presidente Andrew Johnson desde 1868 en la llamada Ley Ingersoll. Los
manifestantes convocan en los siguientes días una concentración que tendría
lugar el 4 de mayo en la Plaza Haymarket. En esa ocasión se presentaron unas
20.000 personas, que fueron rodeadas por 180 policías uniformados.
Estalla entonces un artefacto explosivo que
produjo un muerto y numerosos heridos entre los uniformados. Desconcertada, la
policía abrió fuego contra la multitud, matando a un número desconocido de
obreros y deteniendo a muchos otros. La policía enfurecida golpeó y torturó a
los apresados.
Tiene entonces lugar un juicio en el cual se
dice que se violaron todas las normas
judiciales de forma y de fondo. Ocho acusados fueron condenados y cinco de
ellos murieron en la horca.
En conmemoración de aquellos acontecimientos
el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en Paris
en 1889 proclama que el día 1 de mayo se celebraría el Día Internacional del
Trabajo en homenaje a los Mártires de Chicago.
Ya desde 1789 en la Revolución Francesa se
había proclamado la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. Lo ocurrido en Chicago
constituía una violación a esos derechos. Aquella situación adquirió tanto más
gravedad porque el juicio que siguió fue
una farsa.
Repugna a la humanidad el menosprecio de los
DDHH y, cuando esas violaciones aparecen respaldadas por mecanismos de una
justicia apañada, entonces el malestar se torna tanto más grave.
Ese es el mismo malestar que hoy se vive en
Venezuela. El rugido sordo de la frustración ciudadana se escucha ya en las
entrañas de nuestra patria. Los presos políticos, la justicia parcializada, los
poderes públicos actuando al unísono en torno a la defensa de un proyecto
dogmático. Ese rugido presagia vientos de cambio y la comunidad internacional
ya lo ha comprendido.
Volvamos a los acontecimientos del 1 de mayo
del 2015. En el marco de la conmemoración de los acontecimientos antes citados,
se concentran el la Plaza O’Leary los simpatizantes del oficialismo. La coyuntura económica del país justificaba
la angustia de los ciudadanos que padecen una situación de escasez sin
precedentes. Además, la inflación está destruyendo día a día el poder
adquisitivo del salario de los trabajadores.
Los congregados en El Silencio poco entendían
acerca del funcionamiento de una economía. Quienes menos parecen entenderlo son
las autoridades que acompañaban al presidente. Todos esperaban de su líder
alguna forma de anuncio mágico que vendría a resolver su desesperada situación.
Pero en economía nunca hay magia, lo que hay son realidades.
Los anuncios presidenciales cayeron como un balde de agua fría en la multitud de simpatizantes, al extremo de que se repitieron pitas y rechiflas de rechazo. A ratos el orador perdió los estribos y en sus facciones crispadas se notó un dejo de desesperación. Descargó su rabia contra los manifestantes: “A la clase trabajadora le falta mucho, pero mucho …”
Por otra parte, el presidente había cometido el grave error de
declarar reiteradamente a los cuatro
vientos que ese día anunciaría un “revolcón” contra algunos “pelucones” a
quienes atribuía la “guerra económica” que según él es la responsable de todos
los males.
Muchos pensaron que se refería a la Polar.
Para sorpresa del propio presidente, en los días anteriores se habían conocido
los resultados de una encuesta de Datanálisis conforme a la cual el 92% de la
población venezolana evalúa positivamente la gestión de Empresas Polar por el
bienestar del país y, además, el 87% cree que Polar hace todo lo que está a su
alcance para atender y superar la crisis actual. Como si estas cifras no fuesen
suficientes, el 84% de la población rechaza cualquier intervención del Estado a
Empresas Polar, en tanto que el 90% de
la misma manifiesta que una acción en contra
esas empresas afectaría negativamente su evaluación de la gestión del
gobierno. Las cifras son contundentes.
Sumado a ello, en los días anteriores al 1 de
mayo circuló una carta de Lorenzo Mendoza, cabeza del grupo Polar. Se trató de
una misiva llena de sensatez, de
serenidad, de solidez y de logros
concretos en la cual se ofrece a contribuir en la solución de la gravísima
crisis alimentaria que presenta el país.
El contraste entre las amenazas de un
“revolcón” y la invitación de colaborar en una
“solución” que plantean los dos personajes, deja muy mal parado al
primero. Pareciera que la magia populista de la revolución se ha disipado.
Una revolución vacía, cargada de fracasos,
que exuda corrupción por todos sus poros, que ha hundido al país en la mayor
inflación del mundo, que ha desatado la más brutal crisis económica de la
historia de Venezuela, que ha propiciado el cierre de infinidad de empresas, que
ha destruido el valor de la moneda, que ha engañado descaradamente a la
población, que ha regalado a otros países la riqueza de los venezolanos en
medio de una descarada política de injerencia para promover sus ideas
dogmáticas más allá de nuestras fronteras, que ha destrozado el aparato
productivo y que ha hecho emigrar a centenares de miles de jóvenes profesionales bien formados
para buscar en otras patrias lo que la suya propia les negó, que ha destruido
valores vitales para cualquier sociedad,
no merece otra cosa que ser repudiada. Eso, no me cabe la menor duda, hará la
historia.
Ya el país está harto de amenazas y acusaciones destinadas a desviar la atención. Cada vez es más evidente la diferencia entre ofertas vacías y resultados concretos. Tal como ocurre con los salarios, la percepción que al principio tenían muchos con respecto a la revolución, se está diluyendo como sal y agua entre las manos de la población.
Jose Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy
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