jueves, 7 de mayo de 2015

JOSÉ TORO HARDY, REVOLCÓN Y RECULÓN, CASO VENEZUELA

El 1 de mayo del 2015 fuimos testigos de un espectáculo curioso. Antes de analizarlo, vale la pena volver las páginas de la historia para revisar el significado que tiene el Día de los Trabajadores que se celebra cada 1 de mayo, en el marco de cuya celebración se le había ofrecido al país un “revolcón”.

 El 1 de mayo de 1886 tiene lugar en Chicago una huelga general a la cual sumaron cerca de 200.000 trabajadores. El objetivo era luchar por el establecimiento de una jornada laboral de ocho horas, tal como ya había sido promulgado por el presidente Andrew Johnson desde 1868 en la llamada Ley Ingersoll. Los manifestantes convocan en los siguientes días una concentración que tendría lugar el 4 de mayo en la Plaza Haymarket. En esa ocasión se presentaron unas 20.000 personas, que fueron rodeadas por 180 policías uniformados.

Estalla entonces un artefacto explosivo que produjo un muerto y numerosos heridos entre los uniformados. Desconcertada, la policía abrió fuego contra la multitud, matando a un número desconocido de obreros y deteniendo a muchos otros. La policía enfurecida golpeó y torturó a los apresados.

Tiene entonces lugar un juicio en el cual se dice que se violaron  todas las normas judiciales de forma y de fondo. Ocho acusados fueron condenados y cinco de ellos murieron en la horca.

En conmemoración de aquellos acontecimientos el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en Paris en 1889 proclama que el día 1 de mayo se celebraría el Día Internacional del Trabajo en homenaje a los Mártires de Chicago.

Ya desde 1789 en la Revolución Francesa se había proclamado la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.  Lo ocurrido en Chicago constituía una violación a esos derechos. Aquella situación adquirió tanto más gravedad porque el juicio que siguió  fue una farsa.

Repugna a la humanidad el menosprecio de los DDHH y, cuando esas violaciones aparecen respaldadas por mecanismos de una justicia apañada, entonces el malestar se torna tanto más grave.

Ese es el mismo malestar que hoy se vive en Venezuela. El rugido sordo de la frustración ciudadana se escucha ya en las entrañas de nuestra patria. Los presos políticos, la justicia parcializada, los poderes públicos actuando al unísono en torno a la defensa de un proyecto dogmático. Ese rugido presagia vientos de cambio y la comunidad internacional ya lo ha comprendido.

Volvamos a los acontecimientos del 1 de mayo del 2015. En el marco de la conmemoración de los acontecimientos antes citados, se concentran el la Plaza O’Leary los simpatizantes del oficialismo.  La coyuntura económica del país justificaba la angustia de los ciudadanos que padecen una situación de escasez sin precedentes. Además, la inflación está destruyendo día a día el poder adquisitivo del salario de los trabajadores.

Los congregados en El Silencio poco entendían acerca del funcionamiento de una economía. Quienes menos parecen entenderlo son las autoridades que acompañaban al presidente. Todos esperaban de su líder alguna forma de anuncio mágico que vendría a resolver su desesperada situación. Pero en economía nunca hay magia, lo que hay son realidades.

Los anuncios presidenciales cayeron como un balde de agua fría en la multitud de simpatizantes, al extremo de que se repitieron pitas y rechiflas de rechazo. A ratos el orador perdió los estribos y en sus facciones crispadas se notó un dejo de desesperación. Descargó su rabia contra los manifestantes: “A la clase trabajadora le falta mucho, pero mucho …”

Por otra parte, el  presidente había cometido el grave error de declarar  reiteradamente a los cuatro vientos que ese día anunciaría un “revolcón” contra algunos “pelucones” a quienes atribuía la “guerra económica” que según él es la responsable de todos los males.

Muchos pensaron que se refería a la Polar. Para sorpresa del propio presidente, en los días anteriores se habían conocido los resultados de una encuesta de Datanálisis conforme a la cual el 92% de la población venezolana evalúa positivamente la gestión de Empresas Polar por el bienestar del país y, además, el 87% cree que Polar hace todo lo que está a su alcance para atender y superar la crisis actual. Como si estas cifras no fuesen suficientes, el 84% de la población rechaza cualquier intervención del Estado a Empresas Polar, en tanto  que el 90% de la misma manifiesta que una acción en contra  esas empresas afectaría negativamente su evaluación de la gestión del gobierno. Las cifras son contundentes.

Sumado a ello, en los días anteriores al 1 de mayo circuló una carta de Lorenzo Mendoza, cabeza del grupo Polar. Se trató de una misiva llena de sensatez,  de serenidad, de solidez  y de logros concretos en la cual se ofrece a contribuir en la solución de la gravísima crisis alimentaria que presenta el país.

El contraste entre las amenazas de un “revolcón” y la invitación de colaborar en una  “solución” que plantean los dos personajes, deja muy mal parado al primero. Pareciera que la magia populista de la revolución se ha disipado.

Una revolución vacía, cargada de fracasos, que exuda corrupción por todos sus poros, que ha hundido al país en la mayor inflación del mundo, que ha desatado la más brutal crisis económica de la historia de Venezuela, que ha propiciado el cierre de infinidad de empresas, que ha destruido el valor de la moneda, que ha engañado descaradamente a la población, que ha regalado a otros países la riqueza de los venezolanos en medio de una descarada política de injerencia para promover sus ideas dogmáticas más allá de nuestras fronteras, que ha destrozado el aparato productivo y que ha hecho emigrar a centenares de  miles de jóvenes profesionales bien formados para buscar en otras patrias lo que la suya propia les negó, que ha destruido valores vitales  para cualquier sociedad, no merece otra cosa que ser repudiada. Eso, no me cabe la menor duda, hará la historia.

Ya el país está harto de amenazas y acusaciones destinadas a desviar la atención. Cada vez es más evidente la diferencia entre ofertas vacías y resultados concretos. Tal como ocurre con los salarios, la percepción que al principio tenían muchos con respecto a la revolución, se está diluyendo como sal y agua entre las manos de la población.

Jose Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy

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