Nobles gentes de Caracas, ciudad mariana, la
del fecundo y extendido valle custodiado por el Ávila, casonas, iglesias,
haciendas, trapiches, caminos, pueblos aledaños, señores y esclavos... En ella
se encontraba, entre los principales, don Miguel Jerez de Aristeguieta,
Caballero de la Orden de Santiago, y junto a él sus hermanos don Martín y don
Nicolás, así como también don Francisco
Palacios en el momento en que se bautizaba a Juan Bernardino Miguel, nacido en
el pueblo de Petare (1767). En su adultez este contraería matrimonio con doña
María del Socorro Palacios y Blanco, hija de doña María Isabel Blanco Herrera y
don Francisco Palacios y Sojo, hermano del abuelo materno de Bolívar.
A don Miguel el mismo don Fernando Rey de
Castilla, de León, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada,
de Toledo y tantos otros lugares, otorgó constancia de haber sido admitido en
la orden santiaguina en: "consideración de su devoción, y a los servicios
que a mí, y a la citada orden ha hecho, y espero hará de aquí y
adelante...", lo cual constituía un honor particular, una obligación para
el presente y un compromiso para el futuro.
Simón José Antonio de hijo legítimo de Don Juan Vicente de Bolívar y de Doña María de |
Cuando el 30 de julio de 1783 el recién
nacido Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios fue
llevado con toda solemnidad ante la pila
bautismal en la Iglesia Catedral de Caracas, en la Capilla de la Santísima
Trinidad, no fue sino el presbítero doctor Juan Félix Jerez de Aristeguieta,
primo del futuro Liber tador, el encargado de bendecirle y de realizar ese
sagrado acto, uno de los más trascendentales de nuestra religión.
Los nexos parentales entre aquellas familias
eran profundos, don Miguel, por ejemplo, luego de su primer matrimonio,
contrajo nupcias con doña Petronila de Bolívar y Ponte; por su parte, don
Martín Ignacio con una hermana de aquélla llamada doña Luisa, ambos padres del
ilustre prelado; y, finalmente, doña Catalina de Jerez de Aristeguieta se había
enlazado con don José Palacios y Sojo.
La carrera militar de don Martín Ignacio
Jerez de Aristeguieta, quien alcanzó los títulos de bachiller y capitán,
contrastaba con la de su hijo el padre Jerez, quien ocupó el elevado rango de
Maestro en Artes y Doctor en Teología, lo cual le colocaba entre aquellos
destacados sacerdotes de la Venezuela colonial; muchos de los cuales además de
haber asumido la tarea religiosa, impartieron sus conocimientos en el Colegio
Seminario de Santa Rosa y en la Universidad de Caracas.
Luego del feliz alumbramiento que tuvo doña
María Concepción Palacios y Blanco de su hijo, unos días después, se produjo el
esperado bautismo, suceso inaplazable para aquella familia dispuesta a que el
pequeño se formase con valores cristianos y tradiciones sociales para el cual
ya su padre, don Juan Vicente Bolívar y Ponte, anticipaba la continuación de su
legado, el provechoso fomento de sus haciendas y el ingreso a la milicia como
él también lo hizo y a lo que tenían derecho los de su clase.
Imaginemos el momento: ese día los carruajes
y el séquito se dirigieron hacia la Iglesia Catedral de Caracas llevando doña
María Antonia y don Juan Vicente al último de sus descendientes (ya que una
posterior, María del Carmen, falleció al nacer), y junto a ellos, entre otros,
don Feliciano Palacios, quien además de su condición como abuelo iba a detentar
desde entonces la de padrino. Ingresaron al sitio por la nave principal como
les correspondía mientras que un ambiente de religiosidad les envolvió cuando
avanzaban hacia la pila bautismal en la cual les aguardaba ya dispuesto y
entrañable el presbítero Jerez, quien saludaba a todos con familiaridad y quien
recibió con especial afecto al pequeño.
Cuando fue ya preciso, invocó el sacerdote en
alta voz los sagrados nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sus
palabras fluyeron plenas de emoción y sentimiento más allá de las fórmulas
sacramentales y destacaron allí el simbolismo familiar que representaba ese
momento y la consumación de una sentida vocación de los suyos como era
pertenecer a la Iglesia de Cristo. Nunca como entonces fue tan significativo el
llamamiento sobre la responsabilidad del padrinazgo como lo hizo el padre Jerez
a don Feliciano Palacios. En ese instante quién podía pensar que esa obligación
se materializaría años después a la muerte de su hija doña María Concepción, en
cuyo gesto entonces sólo se evidenciaba la ternura, el amor y el orgullo hacia
su niño cuya frente recibió el óleo, el crisma y a quien se le había dado el
sorpresivo nombre de Simón, puesto por el sacerdote al otorgarle la primera
bendición divina.
Todo privilegiaba aquella vida que nacía:
nombre, linaje, posición y hogar. Su futura existencia determinaría la virtud,
el honor y el sacrificio con que se conduciría ante los hombres y que harían de
él un ser excepcional, tal y como fue Simón Bolívar, el Libertador.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599
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