La izquierda venezolana da tumbos entre las
patas del enloquecido caballo de lo que quiso ser una revolución. Es posible
que haya muerto y la polvareda no deje ver el huesero. Su sentencia fue firmada
el mismo día que se casó con la aventura militar de Chávez.
En América Latina nunca se avinieron bien la
izquierda y los militares, aunque hubo sus romances. Ya que no fue posible que
el proletariado hiciese la tarea que Marx le confió y dado que la victoria de
Fidel solo se repitió parcialmente en Nicaragua, la izquierda venezolana que
buscó con denuedo el poder muchas veces se encandiló con las charreteras. El
Barcelonazo, el Carupanazo y el Porteñazo, los golpes de 1992, son testimonios
de su inútil viveza.
En el casorio entre los militares y el grueso
de la izquierda falsamente astuta, sin duda esta llegó al poder en el mismo
salto en que perdió el sentido y la ética de lo que decía animar la búsqueda de
ese poder. El espíritu redentor que la impelía fue entregado como sacrificio en
la cripta en la que Hugo Chávez exigió el voto de obediencia. Hubo dirigentes
que me hablaron de sus discordias con el militarismo impuesto, pero no tuvieron
fuerza para plantearlo, salvo algunos que se cuentan con los dedos del pie
izquierdo. Otros no lo hicieron porque suponían que en el camino se
enderezarían las cargas.
El resultado de 16 años es un régimen
militarista, convertido en una dictadura posmoderna o del siglo XXI, que
arruinó Venezuela, que acabó con la izquierda como quimera y con la institución
militar y sus valores. Obsérvese que la desolación, la represión y la
corrupción son los resultados más universales y tangibles de ese matrimonio de
conveniencia.
El drama de esta izquierda ha alcanzado
niveles sublimes cuando uno de sus miembros, Nicolás Maduro, activista político
en barrios y fábricas, convertido por el azar en heredero, se transfigura en
una máquina de represión brutal, carente de sensibilidad para escuchar la
catástrofe que produce el régimen que representa. No es carencia de neuronas
sino la naturaleza criminal de una izquierda que no fue más que un espejismo de
justicia.
Tal vez lo más patético es que la izquierda que dentro del régimen discrepa –que la hay– guarda el silencio que jamás tuvo antes, y la izquierda en la oposición impugna en un plano fundamentalmente administrativo, el de los “errores” del oficialismo, pero no en el de la naturaleza criminal de su dictadura.
Atraída por el mar, voló alto y voló lejos,
cuando estaba a tiempo no quiso regresarse. Y ahora que tal vez lo desee, no
puede.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog .
www.tiempodepalabra.com
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