Es extraño que un político se busque tantos
enemigos así tenga poder suficiente para enviarlos al infierno de la justicia
venezolana. Diosdado no tenía esa fuerza mientras Chávez estaba en la antesala
de la eternidad. Entonces, ascendía y descendía, como Nicolás Maduro y otros,
de ministro a gobernador, de gobernador a diputado, de diputado a candidato,
hasta ser rescatado de nuevo. Ahora es diferente, él es un poder; pero, ¿por
qué es una máquina de ganar enemigos?
Con Chávez no había lugar sino para un líder.
Los pares mordieron el polvo temprano. Pero, como vislumbran los humanos, los
vegetales y los minerales, Maduro no es Chávez y ocupa una jerarquía heredada
que no quiere compartir y que se le escurre entre los dedos. Sus pares en el
PSUV lo saben, no le obedecen y lo demuestran.
Esa certeza de la ausencia de líder único ha
permeado la estructura del partido y del gobierno. Unos tienen como referencia
a Cabello y otros a Maduro, después de las desapariciones forzadas de Rafael
Ramírez y demás estrellas tan voraces como fugaces. Los pesos pesados ahora son
Cabello y Maduro, por lo que hay reyertas, algunas agrias, a pesar de que los
respectivos jefes se abracen en público. Se han convertido en cabecillas de
fracciones, aún más allá de sus voluntades; sus partidarios los obligan a
disputar el poder en su nombre y cada grupo controla un pedazo del Estado y sus
recursos.
Algún contenido ideológico se puede estar
colando en la disputa. Maduro, como cabeza del régimen, representa una
situación de ruina masiva para el país y Diosdado, solidario como ha sido del
proceso pero sin encabezarlo, pudiera estar en la idea de un viraje que aquél
no puede dar porque no se atreve ante las presiones, entre otros del propio
Diosdado.
El Presidente de la AN se ha dedicado a
crearle situaciones de hecho a Maduro. Una de éstas es el juicio contra El
Nacional, La Patilla y Tal Cual, emblemas de las luchas democráticas de hoy. No
demanda a ABC de Madrid, no demanda al capitán Leamsy Salazar y no se apersona
en el Juzgado de Nueva York. Es, más bien, una acción política doméstica en el
cual muestra su poder, no se defiende de las acusaciones y convierte su caso en
un escándalo internacional en contra de la libertad de expresión; pero, a pesar
del costo, parece hacerlo como una indirecta prueba de fuerza con Maduro: “yo
tengo poder; ¡cálatelo!”.
En la eventualidad de la renuncia de Maduro,
¿querría Cabello sustituirlo? ¿Con tantos enemigos buscados a ciencia y
paciencia tendría fuerza política y militar para lograrlo? ¿Es la publicación
del Wall Street Journal un mazazo que lo hace irrecuperable?
Carlos Blanco G.
@carlosblancog
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