Me enteré de la existencia de ciutadans
—ciudadanos en español— por allá en 2005 cuando era apenas una asociación
reciente de 15 intelectuales que no querían ser aplastados por el agresivo
nacionalismo catalán.
Entre los 15 estaban Albert Boadella, Félix
de Azúa, Arcadi Espada y Ana Nuño, para mencionar apenas a los más conocidos a
este lado del océano. Luego supe que habían fundado un partido político
homónimo, liderado por un joven abogado llamado Albert Rivera, y entré en modo
de sonrisa complaciente, pensando que estábamos ante la típica historia del
sofisticado faisán que en un acto temerario se mete a la jaula de los halcones.
Ciudadanos siguió sonando sin estridencia
pero también sin silenciarse, mientras que desde lejos veíamos cómo los
indignados del 15-M desocupaban las plazas sólo para desembocar en Podemos. Era
tal la rabia de la gente, que igual les daba instalar en el poder a un partido
populista, como los que han despedazado a varios países en América Latina.
El ascenso electoral de Ciudadanos en ese
contexto distó de ser espectacular: de los 89.000 votos obtenidos en 2006 en
Cataluña, pasaron a 106.000 en 2009. Hasta ahí eran a lo sumo una nota local a
pie de página. En las europeas del año pasado sacaron 497.000 votos, lo que por
fin los ubicó en el mapa. Acto seguido empezaron a recoger partidos
minoritarios por toda España, una táctica no exenta de riesgos. Ahora les queda
por absorber la mayoría de UPyD, otro partido antinacionalista, en este caso de
origen vasco, que tras nacer al tiempo con Ciudadanos fue conducido por la senda
de la amargura por su fundadora, Rosa Díez, antigua militante del PSOE.
Ciudadanos dio el salto definitivo el 22 de
marzo de este año con los 368.988 votos que obtuvo en las elecciones al
parlamento de Andalucía y los nueve escaños ganados, un caudal que les permite
ser decisivos en la formación de un gobierno local del PSOE, que nacerá débil,
si es que nace. Según las últimas encuestas, Ciudadanos se acerca al 20% de la
intención de voto para las elecciones generales de la segunda mitad del año, lo
que ya es hablar de grandes ligas.
¿Qué pasó? Que la rabia antes encauzada por
Podemos ha ido cediendo su lugar al entusiasmo por este partido mesurado,
antisectario y realista, perteneciente al centro no demagógico, un cuadrante
siempre difícil de habitar en el espectro político. Ciudadanos habla de
recortar el programa de trenes de alta velocidad, de impulsar la I+D, de crear
una red de institutos tecnológicos, incluso de imitar la vieja táctica
norteamericana de importar talento, en fin, de cosas útiles con las cuales es
muy difícil apasionar al electorado. Como parte del siempre duro proceso de
crecimiento, Ciudadanos sin duda cometerá errores. Mientras no sean garrafales
y no afecten la moralidad de sus más altos dirigentes, podrán enmendarlos.
Haber subido lentamente y estar próximos a cumplir diez años son dos factores
de experiencia y madurez trascendentales.
La amenaza que significa Ciudadanos para el
maltrecho bipartidismo español no es tan melodramática como la de Podemos, pero
puede ser mucho más seria. Claro, ya vendrán las zancadillas, las trampas, las
burlas y las descalificaciones salidas de los cuatro puntos cardinales. Estas
pruebas son necesarias para saber si el faisán es la frágil ave de los bosques
encantados que parece o tiene garras y sabe defenderse sin por eso convertirse
en otro halcón más.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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