Gratamente impresionado desde comenzar a leer
“La Neolengua del Poder en Venezuela” decido ajustar parte de sus observaciones
a las maneras comunicacionales de la cumbre del mando en el país; y en un
sentido distinto, de parte de la disidencia, mas bien reactiva y alejada de la
intención de la obra citada. Se trata de un trabajo a diez manos, respondiendo
cada autor por su texto que sin duda guarda con probidad relación con los
restantes. Los cinco escritores de este libro tan estrechamente conectado con
la cruda situación de Venezuela son: Cánova González, Leanez Aristimuño,
Herrera Orellana y Matheus Hidalgo.
No me propongo hacer la exegesis de la obra,
sino valerme de varias de sus conclusiones para argumentar las mías. Tanto
ellos como yo partimos de la definición literaria del totalitarismo -que muchas
veces es mas certera que la científica- vertida en “1984” y “El Cero y el
Infinito”, obras emblemáticas de George Orwell y Arthur Koestler,
respectivamente.
Los presidentes Maduro y Cabello recuerdan
cada vez mayor el estilo de Goebbels, el ministro jefe de la propaganda nazi
mas que en la manoseada regla de que la mentira mil veces repetidas se
convierte en verdad, en otra, que repiten sin cesar: repetir mil veces la
falacia acostumbrando a los pasivos receptores a que las acusaciones e
infundios no son mas eficaces si están desprovistas de evidencias, pruebas o
simples indicios. En el uso de las sociedades relativamente normales rige el
principio de que si usted acusa a otro esta obligado a presentar las pruebas
que la sustenten, acompañado de un derecho irrenunciable, el de la defensa, sin
el cual no hay juicio justo ni condena valida. Es mas, el Derecho ha alcanzado
un desarrollo tan sutil, que en esos casos el acusador puede ser condenado por
calumniador. “En una sociedad relativamente normal”, claro.
Como tienen el control de un poder de signo
absoluto, no se molestan en tan fastidiosos detalles, percatándose o no que
están repitiendo las practicas brutales del Santo Oficio, mundialmente
recordado por el nombre intimidante de La Inquisición, para la que acusar era
virtualmente equivalente a condenar. La diferencia esta en que los viejos
inquisidores españoles pasaron a mejor vida en 1821, en cambio estos reinan en
nuestro tiempo, en nuestros meses, en nuestros días.
En la obra mencionada, palabras con un
significado claro, toman un contenido polisémico, que sirve a propósitos tan
perversos como caprichosos. Advierte Cánova:
•Marxismo, comunismo, nazismo, fascismo (…) demandan los mismos poderes y prerrogativas que las personas controladoras (…) apuestan a una regresión psíquica (ya citada por Freud en “Psicología de las masas”).
Es fácil detectar el fondo de miedo que
encubre esta retórica, seguida de arbitrarias consecuencias penales. El país
está en ruinas. Es un mal ejemplo continental y mundial de como, disponiendo de
abundantes recursos humanos y de capital, acumula desgracias inenarrables e
imposibles de comprender, como no sea atribuyéndolas al sedicente modelo
socialista que con pretensiones de originalidad se empeñaron infructuosamente
en imponerle a Venezuela contra la voluntad del pueblo.
Castra la variedad del pensamiento la
imposición de ideas únicas, empobrece a la gente la prohibición de opiniones
distintas desde la infancia escolar hasta la que se expande con el monopolio
del poder y la destrucción de la libertad de expresión. En fin, “el hombre
nuevo” no es mas que un pobre fantoche sin voluntad, negado a oír opiniones
ajenas sin rechazarlas como expresiones conspirativas y magnicidas. Es un daño
peor que la profunda crisis global a la que han sometido a todos, comenzando
por sus propios leales.
Vivimos en una densa atmósfera de simplismo maniqueo que ha penetrado esferas de la disidencia misma. Algunos, no muchos por supuesto, son algo así como “chavistas al revés”. Han renunciado a la política en los nobles términos definidos por Ortega y Gasset, quien consideraba que la mala prensa de los buenos políticos se incubaba en épocas de disgregación social, mientras se exaltaba “el principismo” de los militaristas, civiles o militares, que agreden a quienes piensan de otra manera y sospechan cuando se les argumenta serenamente en contrario.
Tomemos el ya clásico problema de votar o no
hacerlo: o lo que viene a ser lo mismo: decir no “me opongo” pero sin mover un
dedo a favor. Otros exaltan la “habilidad” del gobierno mas inhábil que
recordemos solo para calificar de tondos y vendidos o cómplices a los
dirigentes de la disidencia que cometen el pecado de no pensar como ellos.
Por primera vez en la historia de la
sedicente revolución todas las consultoras sin excepción arrojan una ventaja
considerable del voto-castigo, broncíneamente conectado con el malestar de la
irritada población y el desborde de la inseguridad en una Venezuela donde es
difícil decidir si mandan los revolucionarios o los pranes. El gobierno
trasluce un temor enorme frente al reto parlamentario, visible en muchas
manifestaciones absurdas, entre las cuales resalta el empeño de convencer a los
opositores de cuán malo es votar. Una coincidencia –obra de la incomprensión,
no de la complicidad-con honestos opositores que andan en lo mismo. Diferencias
que deberán ser superadas por la unidad.
Si fuera tan sencillo lo del fraude electrónico, no se entendería el temor gubernamental. Una sola tecla los libraría de espantos. Pero como no basta con ser de natural fraudulento o ventajista, el Poder se prodiga en trampas y represión para compensar la ventaja opositora. Por eso el asunto está en organizar, movilizar y contar con una buena mayoría capaz de absorber trucos.
Con arte y entusiasmo, se puede.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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