La legitimidad, la aceptación colectiva
nacional e internacional que cualquier gobierno necesita puede obtenerse por
varias vías, pero subrayemos dos, precisamente las más corrientes. La primera
es el voto mayoritario, fuente constitucional del poder. Sin embargo, suele
suceder que frente a las complejidades del ejercicio del mando se requiera
complementar la mayoría con el consenso en áreas fundamentales sobre todo en
tiempos de crisis aguda.
La segunda fuente de legitimidad es
precisamente esa, el consenso. Si la mayoría a secas proporciona la legitimidad
de origen, la segunda ha de ver con la legitimidad de ejercicio o desempeño.
Disponer de más votos y conformarse con eso suele ser el método de las
democracias autocráticas, que no reconocen los derechos de las minorías ni
respetan la dignidad ni las opiniones de los grupos estamentales, gremiales o
políticos. Ganar elecciones y abrir espacios para la colaboración de los
derrotados es una manifestación de sabiduría política, es el arte de la
conducción que preserva la estabilidad y aprovecha la capacidad del adversario
electoral.
Las sociedades democráticas promueven y necesitan áreas de consenso, mientras más mejor. De allí que el diálogo sea para ellas connatural. El diálogo supone respeto a la libre expresión, a las libertades y derechos fundamentales. No es una concesión graciosa. Es un reconocimiento de la realidad, que es en sí misma plural. Al hostigar los demás pensamientos, los autócratas –así no lo sepan- llevan la muerte en el alma. La imposición de la voluntad única es su flanco débil por la sencilla razón de que toda sociedad es plural.
Vamos a poner en escena estas reflexiones. La
legitimidad buscada por los gobiernos democráticos desde 1958 en adelante se
basó en la articulación democrática de los principios de mayoría y consenso.
Mayoría de votos y acuerdos consensuales. El Pacto de Punto Fijo encarnó
durante varios períodos ese acuerdo básico salvador. En cambio el proceso
iniciado en 1999 por el presidente Chávez relacionó su estabilidad, su
legitimidad, con la mayoría a secas, todas las restantes corrientes fueron
excluidas, acosadas, perseguidas. En la medida en que impuso la lógica de las
armas, la exclusión y la violencia, aquella democracia “de origen” fue
desaguando su contenido para negarse a sí misma como democracia “de ejercicio”.
-Con el enemigo o la burguesía o la derecha,
no se negocia, bufó el nuevo gobernante.
El presidente Maduro ha atormentado a todos los estamentos y a su propia militancia. No tiene mayoría y cuando extrema la violencia física o verbal para tratar infructuosamente de reimponerla, la piel se le adhiere al hueso. Es su drama. ¿Perdió la legitimidad de origen? Probablemente sí, pero es eso lo que se encargará de poner en claro la elección parlamentaria que viviremos este año. Es el horizonte iluminado abierto a un gran cambio democrático, que exige de la oposición corazones ardientes, no obstante “gobernados” por la cabeza; cabezas, por cierto, muy frías.
Los disparates de Maduro y los repetidos
episodios tragicómicos que lo han envuelto en días recientes revelan
descarnadamente el deterioro cancerígeno del país, e impiden avizorar medidas
oficiales susceptibles de moderar sus manifestaciones ulcerosas.
– Cuando uno está en un agujero- recordaba el
expresidente Bill Clinton en interesantes Memorias- lo primero que debe hacer
es dejar de cavar.
El problema de las angustias es que en lugar de valerse del
diálogo para escapar del foso, ha seguido cavando. Se hunde por propia
decisión. Pudiera orientarlo el esfuerzo raulista de convertir al histórico
enemigo, en amigo. Raúl elogia la honradez de Obama, en tanto que Maduro
(¿forzado por la lucha interna?) sigue enredado en los temas de la invasión, el
magnicidio y demás zarandajas. Pero su espacio de maniobra es crecientemente
limitado. Había prometido a su gente “radicalizar” la revolución y cuando
anunció el 30% más irritante que se recuerde en los anales de las promesas
desarboladas, se le armó la de San Quintín, mangos y pañales incluidos.
Ignoro si ha pensado en restablecer alguna
forma de diálogo. Podría estar situado en la encrucijada de buscarlo al precio
que fuera. Si así ocurriera, la agenda de semejante diálogo nos hablaría de la
seriedad de tal acercamiento al “enemigo”.
De negociaciones interpolares mucho se puede
aprender. Recordaré uno entre de los más sorprendentes:
Solo y en secreto llega Nixon a la China de
Mao. Dick va solo. La insólita aventura podría salir mal, lo que arruinaría su
crédito y su propia estabilidad.
Amante de la épica gringa del Far West,
intenta una ación increíblemente audaz. El héroe solitario, el vaquero de lo
desconocido. Wayne, Ladd, Fonda.
Lo trasladan a una residencia clandestina. El
presidente del país más poderoso del orbe en manos de su oficialmente peor
enemigo. Chou lo rodea de ayudantes. Entre amabilidades el diálogo progresa. De
repente:
– Discúlpeme presidente. Debo atender un
compromiso. Al regresar coronaremos nuestra histórica reunión
No es lo usual pero el enorme impacto
planetario del esperado logro compensará todo. Observa escucha a Chou en
televisión.
– ¡El imperialismo yanqui es el peor enemigo
de la Humanidad!
El hombre se desploma.
– ¿Y ahora qué hago? Me despellejarán en
Washington.
Entra Chou, con amplía sonrisa.
– ¡Adelante, cambiaremos la Historia del
mundo! Usted, presidente, dio el paso fundamental!
– Pero … no entiendo. Su discurso fue
incendiario.
– Ah, crea en lo que hago, no en lo que digo.
Tortuoso pero cierto. Lo que hizo, lo
sabemos. Lo que dijo, lo olvidamos.
A Chou se le creyó porque los hechos hablaron
por él.
¿Y tú, Maduro, seguirás en el paraíso
perdido?
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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