Así titula uno de los capítulos, el profesor
Rene Dubos, en su libro Un Dios Interior, su visión es considerar a la Tierra
como un organismo vivo, el único organismo vivo a varios años luz a la redonda
de nuestro sistema solar, y lo dice pensando en la gran variedad de formas de
vidas que lo conforman, comenzando por la inmensa cantidad de microorganismos
que pululan el aire, la tierra, el mar, sobre todo en sus profundidades y
llegando hasta la vida humana, una forma de vida de gran complejidad capaz de
la autoconciencia. Nos dice Dubos: “En la práctica, no vivimos sobre el planeta
Tierra, sino con la vida que alberga y en el entorno que la vida crea.”
Tan extraña y rara es la vida en nuestro
entorno cósmico que Dubos no duda en sacralizarla, sobre todo por la presencia
del hombre, quien es justamente el generador de esa cualidad mística que
establece lazos de espiritualidad entre los componentes y atributos del mundo.
La naturaleza humana- nos explica- se ha
visto tan profundamente afectada por las condiciones por las cuales ha
evolucionado, que la mente es, en cierto modo, un espejo del Cosmos. Es un
firme creyente de que toda visión verdaderamente ecológica del mundo, posee
resonancias religiosas.
Pero Dubos no es el único que ha llegado a
estas conclusiones, el Emperador romano Marco Aurelio en el primer siglo de
nuestra era estaba convencido que: “la vida de todos los seres están
entrelazadas; el vínculo es sagrado y no hay nada, o casi nada, que sea ajeno a
lo demás”.
Aldo Leopold (1887-1948), el padre de la
ética ambiental en Norteamérica decía: “Toda la ética desarrollada hasta el
momento se basa en una sola y simple premisa, que un individuo es miembro de
una comunidad compuesta de partes interdependientes, y la ecología simplemente
extiende las fronteras de esa comunidad para incluir suelo, agua, plantas,
animales o colectivamente: la tierra”
Para cosmólogos como Carl Sagan cada aspecto
de la naturaleza revela profundos misterios y toca nuestros sentimientos de
asombro y respeto, de allí esa visión maravillosa y transcendental, sobre todo
en los científicos que se ocupan de desentrañar sus misterios, aunque una gran
mayoría de la humanidad que no gustan de un universo tan extraño e
impredecible, prefiera rodearse de cómodas supersticiones que los hace sentir a
gusto con su ignorancia.
En el universo es posible que haya más vida,
pero humanos, solo en este pequeño planeta, para Sagan, el que convirtamos
nuestros ínfimos asuntos en causas de conflictos y guerras no es más que ese
provincialismo fatuo que complacen la vanidad y la estupidez de hombres
inacabados y absurdos, gobiernos que hablan por las naciones y sus intereses,
pero nadie defiende al planeta Tierra, no se dan cuenta que la raza humana es
un milagro de la naturaleza y se encuentra en peligro de extinción.
Cuando Dubos nos habla de la explotación
indiscriminada de nuestros recursos naturales, nos habla de “profanación” que
no es otra cosa que admitir que violamos los recintos sagrados del planeta que
nos da la vida.
La infeliz frase “conquistar la naturaleza” que sirvió de lema a varias empresas humanas que sólo buscaban el enriquecimiento de unos pocos, a costa de destruir el entorno bajo el presupuesto que, el hombre tenía como misión doblegar la naturaleza a su antojo, son las rémoras de una forma de vida hoy inaceptable como razonable y civilizada.
Tanto Dubos como Sagan nos hablan de que
somos hijos de las estrellas, hechos del polvo cósmico que transita raudo en
cometas y meteoritos por el espacio exterior, que conforman las grandes
espirales galácticas, que son la materia de que están hechos los planetas, nos
debemos a nuestro entorno, destruirlo es un sin sentido, venerarlo, cuidarlo y
comprenderlo es no solo un deber, sino una necesidad.
Arnes Naess el montañista, ecólogo y filósofo
noruego, hablaba de la “experiencia espontánea” con la naturaleza, el hombre
solo puede experimentar a la naturaleza en una mínima porción de su enorme
complejidad, y lo hace desde su personalidad y cultura por medio de un
mecanismo parecido a la gestalt, conformado de imágenes y sentimientos que identifican
al hombre con un lugar, la experiencia del “yo” estaría incompleta sin una
referencia geográfica, más específicamente sin un paisaje, sin un entorno, que
aún no estando allí, es parte de uno, esa referencia fundamental, para Naess,
es un río, una montaña, un bosque, cualquier ícono o imagen que establezcamos
como ancla en nuestra vida, como recuerdo de que pertenecemos a algún lugar.
Ese vínculo que llamamos espiritualidad es un
proceso en que se encaja lo humano con lo transcendental, mucho más allá del
mundo material, es una puerta que nos permite acceder a mundos y percepciones
que hacen nuestra vida individual y colectiva mucho más rica y llena de
significados, produciendo en nosotros sensaciones de bienestar y alegría y nos
hace con nuestro entorno más completos y en estado de gracia.
El hombre primitivo lo experimentaba directamente con el lugar donde vivía, compenetrado con lo telúrico, con la naturaleza, pero con el desarrollo de las religiones se elaboraron ritos, templos, creencias y dioses, se crearon elaborados discursos y textos, historias de hombres y mujeres extraordinarios, de vidas y ejemplos de santidad que fueron puestos como modelos alejando al hombre de su entorno y concentrándolo en profetas, mesías y otras manifestaciones divinas.
Las nuevas corrientes del neo paganismo
ambiental vuelve a poner al hábitat, a la naturaleza en la que vivimos, como
protagonista de esa relación espiritual que habíamos perdido.
Este volver a nuestro origen, el tratar de
identificarnos y vernos como parte de la naturaleza para algunos pensadores es
el resultado de una crisis, por un lado un momento de grandes decisiones y por
otra el reconocimiento de que nuestra tierra está llegando al límite de su
capacidad de sustento.
Habitar la Tierra es un fenómeno mucho más complejo que el simple deambular por el mundo, o hacer vida doméstica o de trabajo en algún lugar, Heidegger, el filósofo alemán y que tanto influyó en el pensamiento de Naess, nos habla de raíces mucho más profundas que conforman el bloque básico del ser y su relación con el mundo, y es quizás, ese sentimiento, el que ha sido registrado por todos los astronautas, de todas las nacionalidades que han viajado al espacio exterior y han visto al planeta Tierra desde la distancia, todos sintieron un vínculo sagrado con esa solitaria bola azul y blanca que brillaba en la oscuridad del cosmos, sintieron, como nunca antes, que pertenecían a un lugar. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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