La democracia no puede ser revolucionaria, pues deja
afuera a los que no somos revolucionarios, sin derecho a réplica, sin voz ni
voto, y si el sistema es incapaz de incluirnos, entonces no es democracia.
La democracia por su esencia tiene que ser pluralista; es
decir, que es una manera de hacer política que tiene como fin crear espacios
para el mayor número de ideas, de creencias y puntos de vista, tantos como personas,
credos, sistemas de ideas y estilos de vida que existan.
La democracia no es instantánea, ni se crea de un día
para otro ni depende de un decreto o una ley habilitante, la democracia es una
permanente discusión y la búsqueda del consenso, se trata de lograr un balance
de poderes y responsabilidades lo que crea divergencias y posiciones
encontradas, y obliga al debate y los acuerdos, no es fácil, pero es
democracia.
Los revolucionarios en cambio pretenden tener la razón,
la única verdad del mundo y en base a este convencimiento, propician la
imposición ideológica; destruyen el orden establecido, irrespetan a los que no
estén de acuerdo, cuestionan los valores tradicionales y tratan de cambiarlo
todo, incluso el concepto de democracia.
Los revolucionarios tienen un gran problema con el consenso,
con el dialogo, quienes no creemos en las revoluciones somos considerados
enemigos, y hay que destruirnos, el que opine en contra del ideal
revolucionario es un traidor, por lo que la democracia revolucionaria se
convierte en una limpieza ideológica que termina usualmente en graves
violaciones de derechos humanos, en grandes pogromos y genocidios.
La democracia revolucionaria simplemente no existe, se
trata de una combinación de palabras que no tiene sentido, excepto para engañar
y usufructuar el poder.
La democracia es un proceso, es fluido, no es igual para
todos los pueblos y todas las épocas, aunque siempre conserva sus valores
básicos que son: racionalidad, bien común, estado de derecho y el respeto a la
propiedad privada, que conllevan a un rendir cuentas, a un examen de la gestión
de quienes administran lo público, a la obligación de ser responsable y
eficiente, a un respeto a la crítica, a una tolerancia en la diversidad.
La democracia toma muy en cuenta el respeto a la persona
humana, sus derechos, a su facultad de distinguir entre el bien y el mal, a su
anhelo por una mejor vida y su deseo de una convivencia en paz y armonía, para
la democracia el acto de la libre comunicación de las ideas es clave, es
imposible concebir la democracia sin una libertad del pensamiento.
Es por ello que para la democracia, el derecho de la libertad de expresión y a la propiedad privada son fundamentales, pues son derechos inalienables de toda persona humana, de la que nacen sus arraigos, donde se funda la familia, por ello es necesario conocer lo que cada individuo piensa, lo que quiere ser y hacer sin cortapisas, lo que explica que los ciudadanos se asocien a grupos que piensan igual a ellos o compartan sus mismos intereses, y la opinión de estos grupos se exponen y las ideas se discuten, y de alguna manera se llega a términos, los grupos a su vez se asocian y negocian, se termina en un consenso sobre lo que es bueno para todos, para ello es necesario la participación, la libertad en las comunicaciones, la discusión de las ideas donde priven la fuerza de los argumentos, no la imposición de un cogollo.
En democracia, cuando surge la violencia siempre deben existir las instancias para
detenerla y la manera de resarcir los daños que se causen, de allí la
importancia de la separación de los poderes, de contar con una justicia
imparcial y oportuna, con un estado cuyo principal interés sea mantener el
orden y el respeto entre sus ciudadanos, con una fiscalía y una defensoría que
velen por los intereses de los más débiles frente al poder del estado, que
evite el abuso de la autoridad.
Y porque la democracia necesita de una economía sana,
dinámica y productiva, la propiedad privada es fundamental para que todos los
ciudadanos tengan oportunidades de emprendimiento, para que vayan construyendo
y creciendo, acumulando con ello no solo bienes sino responsabilidades, la
propiedad privada hace que la gente se conecte con otros, se relacione, se
asocie, se emprenda y se genere riqueza.
Por supuesto, siempre habrá problemas, gente inconforme,
grupos que no fueron tomados en cuenta, ideas que prevalecen sobre otras, de
allí el respeto a las minorías, el importante papel de la opinión pública para
que todos tengamos maneras de ser escuchados.
Las revoluciones necesitan de meterle a la gente sus
creencias a la fuerza, por ello prefieren el uso de la violencia y de las
armas, no hay revoluciones pacificas, necesitan utilizar el terror y el
desorden para tener a la población en estado alterado, apelan a la censura y a
la desinformación para acallar a sus oponentes, acuden al expediente del odio y
la discriminación para diferenciar a los que no son revolucionarios, utilizan
el aparato de justicia para dominar e imponer sus ideas, quitarle sus bienes a
unos para dárselo a otros, hacen de la legalidad una perversión y usan a los
jueces como perros de presa
Los revolucionarios impiden que los empresarios trabajen,
que el aparato productivo funcione con normalidad, por eso es que intervienen
la economía para dictar normas y regulaciones que lo que hacen es arruinar las
empresas, destruir los mercados y empobrecer a los consumidores, les encanta
una alcabala, una inspección sorpresa, un operativo donde funcionarios armados
intervienen los procesos de manufactura y producción, imponiendo multas millonarias
cuando las cosas no se hacen como ellos dicen.
Es fácil distinguir a los revolucionarios, la crítica y
la oposición los enfurece ¿Por qué? , le temen a la verdad, al escrutinio público,
no soportan la crítica y menos aun la sátira que de ellos hacen los humoristas
y caricaturistas, por ello los revolucionarios consideran enemigos a las
personas educadas y cultas, a los periodistas, a los académicos, a la prensa en
general (en algunos casos extremos, a todo aquel que sepa leer y escribir).
Las únicas revoluciones verdaderas son aquellas que liberan al hombre de las cadenas de la opresión, que se dan en un momento e inmediatamente se transforman en gobiernos democráticos y que inevitablemente desembocan en más libertades para la gente, las otras son una farsa que solo vive de la mentira y la trampa, las revoluciones que necesitan ser permanentes, esas que se quieren perpetuar son simplemente tiranías, dictaduras disfrazadas de revolución..
Las revoluciones son avasallantes, violadoras de la
libertad, se creen dueñas de la verdad y parten de una serie de ideas
indiscutibles, especies de dogmas que tratan de imponerle a la masa con la idea
que es por su bien. No es extraño que los revolucionarios utilicen las leyes
para imponer su modelo de patria y su concepto de lealtad, que implica, acallar
a quienes piensan diferente y criminalizar a quienes se atrevan a desnudar su
hipocresía nacionalista, porque solo ellos se arrogan el derecho de ver
patriotas, aún cuando sus acciones indiquen que sus lealtades están vendidas a
otros países y otros líderes.
Las revoluciones son destructoras del orden por lo que se
convierten en fuerzas antidemocráticas y le hacen mucho daño a las sociedades
que las padecen, viven de la inestabilidad y de la escasez, promueven la miseria
y se solazan en el abuso de poder.
Las revoluciones la dirigen gente que se cree innovadora,
con el derecho de cambiar el destino de una nación, no tanto por la certeza de
razones estudiadas y pensadas, sino por pasiones y sentimientos que rayan en el
histerismo, o en ideologías que recetan como remedio a todos los males
sociales.
Los líderes revolucionarios se contentan en ser
populares, su afán de protagonismo los obligan a gastar dineros públicos en la
promoción de sus personalidades, en crear mitos, en obligar al público a ver
solamente su punto de vista, de allí que necesiten de acaparar todos los medios
de comunicación para que nadie más tenga otra voz u opinión, a eso lo llaman
hegemonía comunicacional con la que llegan a secuestrar el arte y la cultura de
un pueblo.
La democracia, al contrario, impone el orden por medio
del respeto a la ley, por la presencia y las acciones de sus instituciones que
están abiertas a todas las personas y tendencias, por el respeto a las
tradiciones, a los valores plurales de la sociedad, por la permanencia de sus símbolos,
por la estabilidad y seguridad que brindan a su población y porque quienes las
conforman cambian de acuerdo a las necesidades sociales.
La democracia tiene que ser transparente y responsable,
debe informar y escuchar; las gestiones oscuras, los funcionarios sin rostro,
los procesos a puertas cerradas, los informes engavetados y censurados,
corrompen y traban los mecanismos democráticos de rendición de cuentas, y van
en contra de la participación, la igualdad y la justicia.
Las revoluciones lamentablemente vienen acompañadas de
una elaborada planificación centralizada, de programas y proyectos que son en
realidad camisas de fuerza para la creatividad y las posibilidades de esa
sociedad, planes elaborados por gente desconocida, por oficinas apartadas de
las actividades que pretenden regular, por funcionarios convencidos que, por
ser revolucionarios, tienen el derecho de confiscar las libertades económicas y
profesionales de la nación.
Las revoluciones son incapaces de admitir sus fallos,
siempre anda buscando a quien señalar como culpables de sus propios errores y
delitos, si la economía no funciona es porque hay una guerra económica en su
contra, acusan a otros países de sus penurias.
En las revoluciones los países pierden más de lo que
ganan y los revolucionarios ganan más de lo que pierden. Por todas estas
razones, la próxima vez que alguien se identifique como revolucionario, tenga
la seguridad que esa persona, no es un demócrata, y si dice que lo es, está
mintiendo.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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