JAMES EPHRAIM LOVELOCK |
En 1979 el profesor J.E. Lovelock publicó un
libro que se convertiría en uno de los clásicos de la literatura ecológica,
Gaia, una nueva visión de la vida en la tierra.
Lovelock un eminente científico
norteamericano, inventor, entre otros aparatos, del detector de captura de
electrones, tan usado en la cromatografía de gases, formó parte del equipo de
la NASA que investigaba la posibilidad de vida en el planeta Marte.
Gracias a su productiva carrera como inventor
tuvo la oportunidad de retirarse para concentrar su esfuerzo en el estudio de
una hipótesis tan antigua como el hombre.
Ya Hesíodo decía: "Ante todo fue el
Caos; luego Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable, sostén de todas
las cosas." De los griegos se
originaría el término de Gaia o Madre Tierra, visión tan común entre las
culturas aborígenes de casi todo el mundo.
La hipótesis que Lovelock se dispuso a probar
era, que la biosfera, que comprende entre otras cosas, la atmósfera, los
océanos y la vida en el planeta, incluyéndonos a los hombres, es una entidad
autorregulada con capacidad de mantener la salud de nuestro planeta mediante el
control del entorno físico-químico.
En pocas palabras, Lovelock se embarcó en la
búsqueda de la mayor criatura viviente de la tierra: La tierra misma.
El planeta tierra presenta en su biosfera un
complejo equilibrio de gases y energía que sorprenden por lo delicado y
eficiente de los sistemas que la conforman.
Las combinaciones de metano y oxígeno que
reaccionan con la luz solar para producir dióxido de carbono y vapor de agua,
resultan fundamentales para mantener una mezcla que sustente vida en la
tierra. La presencia de óxido nitroso y
de amoníaco, del mismo nitrógeno gaseoso respondiendo a la radioactividad, a
los procesos de oxidación y reducción, descomponiéndose molecularmente en otros
elementos cuya falta u exceso podrían perturbar los procesos biológicos de la
vida, son ejemplos de los intrincados patrones que a diario vive nuestro
entorno.
Los intercambios entre el océano y la
atmósfera, entre la vegetación y los suelos, el incesante proceso de trabajo
que realizan pequeñísimos seres que pueblan los mares y ríos, los
microorganismos que viven en el suelo y subsuelo y que conforman la mayor masa
de vida en nuestro planeta, son parte de ese insólito escenario de uniones y
choques, de disgregación y cambios entre gases inertes y corrosivos, algunos
que provocan enfriamiento y otros calentamiento.
Fue el ambientalista norteamericano Steward
Brand, editor del Whole Earth Catalog, quien en los años 60 convenció a la NASA
de que publicara la primera imagen fotográfica de la tierra vista desde el
espacio, fue una fotografía que cambió la manera de cómo el hombre se veía a sí
mismo, en palabras de Brand: “Habían anteriormente muchos dibujos de la tierra
vista desde el espacio… pero estaban todas equivocados, estos dibujos no
incluían las nubes, no tomaban en cuenta el clima ni la sombra en que parte de
la tierra se encontraba antes del amanecer… esa primera foto cambió nuestro
marco de referencia, empezamos hablar de humanos en vez de nacionalidades, nos
dio la oportunidad de plantear problemas y cambios globales. Con este
conocimiento viene la percepción de la fragilidad de nuestra casa, caemos en
cuenta lo imposible que es mantener el crecimiento exponencial de la población
en aquella pequeña esfera flotando en la negrura del espacio, mis amigos me
dijeron algo que me pararon los pelos; puedes ver los límites del planeta y
como lo estamos copando”.
Se da uno cuenta, en la lectura de la obra de
Lovelock, de como el hombre, en su actividad diaria, descarga tal cantidad de
elementos extraños a la biosfera y como Gaia hace el esfuerzo por conservar ese
precario equilibrio que hace posible, tengamos la posibilidad de ver un nuevo
día.
La hipótesis Gaia es duramente atacada por
algunos sectores de la comunidad científica ya que no ha sido científicamente
probado que el planeta tierra se comporte como un organismo vivo, la idea de
que un cúmulo de microorganismos y otras especies de vida superiores, en
convivencia, conformen un organismo más complejo, o un superorganismo (hay una
hipótesis que habla que los humanos somos eso, por la gran cantidad de
bacterias, virus, parásitos, ácaros y otros microscópicos seres que pululan en
nuestro cuerpo, adentro y afuera) es una idea que no es muy popular en la
comunidad científica hasta el momento.
En este libro de Lovelock, el lector puede
percibir que, efectivamente, la biosfera se comporta en su unidad, como un
enorme ser viviente que lucha por sobrevivir, en una continua recomposición de
sus elementos constitutivos, una visión que ha sido reiterada gracias al
programa espacial y esas fantásticas imágenes de un frágil planeta azul y
blanco en la inmensidad negra del espacio sideral.
Es una lectura que recomiendo.
Les
deseo a mis lectores un feliz día de la Tierra.-
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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