No es fácil, a veces, saber por qué en
nuestro país --y también en toda la
América Latina-- la presencia de
dictaduras y tiranías es una suerte de fenómenos que surgen, y con frecuencia,
se han reproducido prácticamente en toda las Naciones de nuestra sub-región.
Una anécdota vivida en mi temprana niñez, la refería con frecuencia a mis
alumnos de las Universidades: en la casa de mis padres, donde frecuentemente se
reunían personas amigas, hablaban temas de la política de aquel tiempo, tres
años después de la muerte de Juan Vicente Gómez, y uno de los presentes en
aquella tertulia, dijo: “hablen más bajo que las paredes oyen.” Cuando todos se
fueron de la casa, pregunté a mi padre: “Papa, que es eso de que las paredes
oyen.” Como apenas tenía entonces cinco años, mi Padre me respondió diciéndome:
“hijo, no te preocupes, las paredes no oyen, pero eso viene de que en el tiempo pasado hubo gobiernos muy
fuertes que espiaban a las personas para saber que decían de ellos. En la
historia lo vas a ver”. Así fue.
El miedo es, en efecto un ingrediente de nuestra historia, derivado de la conquista y reforzado por las tiranías que vinieron después; es la tragedia de las tiranías que vinieron con los Monagas y después de ellos, con interrupciones de libertades que nunca han durado mucho tiempo.
Sin embargo, después del brillante gobierno
de López Contreras y el posterior de Medina Angarita, parecía que Venezuela
entraba por el camino que conduce a vivir en verdadera democracia. Es indudable
que la desafortunada pérdida de la razón, de quien estaba llamado a ser presidente
de nuestro país, el Dr. Diógenes Escalante, determinó, no por su culpa, que de
nuevo Venezuela estuviera en manos de otra dictadura más. Así, después de los
gobiernos de Rómulo Betancourt, todavía no completamente deslastrado de su
pensamiento comunista, y de Don Rómulo Gallegos, un nuevo golpe militar
encabezado por Delgado Chalbaud, y después de ser asesinado sustituido por un
civil, Germán Suárez Flamerich, quien cedió el paso a Marcos Pérez Jiménez,
quien gobernó el país desde el 30 de noviembre de 1952 hasta el 23 de enero de
1958. Sin dudas, el gobierno de Pérez Jiménez fue una dictadura, aunque no se
puede negar el inmenso crecimiento que significó para la Nación en general.
En diciembre de 1958 los venezolanos fuimos
llamados a elecciones para designar un nuevo Presidente de la República. Asumió
la presidencia Rómulo Betancourt, ya completamente deslastrado de sus
antecedentes comunistoides. Gobierno difícil por los diversos intentados de
golpe de estado que ocurrieron entonces, incluyendo el intento de asesinarlo
urdido por el dictador de la República Dominicana, Rafael Trujillo. Después del
mandato de Betancourt fue electo como Presidente el Dr. Raúl Leoni, cuyo
gobierno fue muy serio y luego le sucedió en el poder el Dr. Rafael Caldera, eminente
venezolano, cuyo reconocimiento pleno se hará hacia el 2050, cuando se entienda
su obra.
Después: la primera Presidencia de Carlos
Andrés Pérez, quien iluminado –tal vez—por el notable aumento de entonces de
los ingresos petroleros, desatendió la propuesta de ilustres venezolanos,
quienes le señalaron la importancia de guardar los recursos del oro negro, que
fueron disipados y comenzó la caída del país en el foso de una oculta pobreza,
que luego se hizo más evidente en la medida en que pasaba el tiempo. En efecto,
la pendiente se fue precipitando en los posteriores gobiernos de Luis Herrera y
de Jaime Lusinchi, siendo reelecto Pérez en 1989, pero fue destituido por parte
de sus partidarios y sustituido, para completar su mandato, por el notable venezolano
Don Ramón José Velázquez. El último
gobierno democrático fue el de Rafael Caldera. Encontró al asumir la
presidencia, que la crisis generada por el Banco Latino significó casi todo el
presupuesto de la Nación. Ello le obligó a acudir, contra su voluntad y
ofrecimiento, al Fondo de Inversiones, pues carecía de presupuesto. Mucha gente
le reprochó haber liberado a Hugo Chávez Frías. Quienes así pensaron no conocen
las razones obligadas por las normas entonces vigentes, creyendo que se trataba
de un beneficio de sobreseimiento. A quienes les interese, les recomiendo leer
el libro de su hijo Juan José Caldera.
Fallecido Chávez, el país entró
definitivamente en el caos y la anarquía que hoy vivimos. ¡Los tiempos de Dios
son perfectos.!
Pedro Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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