viernes, 10 de abril de 2015

MARÍA ANTONIETA ANGARITA SERGENT, PERFORMANCE ONÍRICO Y TRAMOYAS

En la venta de boletos una joven abrumada asigna las entradas a la multitud. El escenario tiene varias plataformas, el extranjero vestido de etiqueta que compró boletos para su grupo en clase especial, no tendrá la mejor perspectiva por estar muy cerca de la tarima ubicada en el lado izquierdo. La sala está llena, hay jóvenes y adultos, personas de todas las edades vinculadas a los artistas que se presentarán y  muchos interesados en sacar partido del guión.

Comienza la función con exagerados elementos de apoyo al estilo de una feria y parque temático con aros, tómbola, caballitos y aparatos de montar ubicados en pasillos y plataformas adyacentes. La mayoría de los  espectadores deambulan, parecen niños sin contención que se acercan a manipular y tomar sin pudor los adornos ubicados en los laterales,  jóvenes conversan y opinan  con irreverencia alzando la voz.

Los grupos bailan a pesar del bullicio y los espectadores siguen en su descuido y desatención. Solo familiares de los bailarines intentan seguir la función aunque reconocen que hay desorden, falta de foco y  escasa calidad en el montaje. Se suceden las presentaciones y se hace imposible seguir el hilo del espectáculo, se escucha gente que interviene, opina, jurunga e interrumpe las coreografías.
La compañía de teatro  no hace esfuerzo por ordenar la sala, solo se ocupa de la actividad tras bastidores y pierde la perspectiva de lo que está sucediendo afuera. Los que intentan ver la función, sin admitirlo, ya están importunados y se preguntan con disimulo cuando llegará el final.

El coreógrafo principal, que permanecía de incógnito, aparece tranquilamente en medio del desorden, con la única intención de salir del teatro a ocuparse de otros asuntos. Lleva en la espalda un pesado morral, deja el asunto a cargo de sus coreógrafos menores sin sentir preocupación por el espectáculo que se está produciendo.

Los grupos siguen actuando, un bailarín estrella intenta hacer su mejor movimiento y su traje se abre mostrando su desnudez, asunto vergonzoso e inoportuno ante lo cual se desplaza hacia el lado izquierdo del escenario cerca del caballero ubicado en área especial.  Los coreógrafos encargados están desaparecidos, el bailarín avergonzado se aparta sin saber por dónde salir aunque tiene una puerta lateral cercana. Los impacientes desalojan el teatro sin esperar el cierre que no se siente venir.

El espectador onírico siente la necesidad de intervenir y penetrar en la escena, solo atisba a conectar con algunos jóvenes a los que invita a aquietarse para recuperar el orden.

El público inconforme vocifera y pide su dinero de regreso pero se lo llevó el coreógrafo principal en su bolso, otros ensoberbecidos deciden denunciar a la compañía pero no saben en donde.

Los familiares que esperan a sus bailarines se mantienen en la sala, el visitante onírico es uno de ellos y  espera a un familiar que forma parte de uno de los grupos de la compañía. A pesar de tan nefasta función, el pariente ha hecho su mejor esfuerzo, su escena ha sido notoria así como lo piensan los demás familiares de los suyos.

La sala sigue abierta, la música deja de sonar, los bailarines se retiran poco a poco, dejaron la compañía. El visitante onírico  recoge la escenografía con los estudiantes y los que permanecen en la sala.

El extranjero y su equipo deciden salir por la izquierda, parece que el bailarín desnudo lo hizo antes. Suena el alma llanera, no hay grupo que baile, la tararean en camiseta sudada los hombres y mujeres que quitan la escenografía y desmontan las tramoyas. Solo eso se entiende, hay que desmontar muchas tramoyas.

María Antonieta Angarita Sergent
antonieta05@gmail.com
@antoangarita

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