En la venta de boletos una joven abrumada
asigna las entradas a la multitud. El escenario tiene varias plataformas, el
extranjero vestido de etiqueta que compró boletos para su grupo en clase
especial, no tendrá la mejor perspectiva por estar muy cerca de la tarima
ubicada en el lado izquierdo. La sala está llena, hay jóvenes y adultos,
personas de todas las edades vinculadas a los artistas que se presentarán y muchos interesados en sacar partido del
guión.
Comienza la función con exagerados elementos
de apoyo al estilo de una feria y parque temático con aros, tómbola, caballitos
y aparatos de montar ubicados en pasillos y plataformas adyacentes. La mayoría
de los espectadores deambulan, parecen
niños sin contención que se acercan a manipular y tomar sin pudor los adornos
ubicados en los laterales, jóvenes
conversan y opinan con irreverencia
alzando la voz.
Los grupos bailan a pesar del bullicio y los
espectadores siguen en su descuido y desatención. Solo familiares de los
bailarines intentan seguir la función aunque reconocen que hay desorden, falta
de foco y escasa calidad en el montaje.
Se suceden las presentaciones y se hace imposible seguir el hilo del
espectáculo, se escucha gente que interviene, opina, jurunga e interrumpe las
coreografías.
La compañía de teatro no hace esfuerzo por ordenar la sala, solo se
ocupa de la actividad tras bastidores y pierde la perspectiva de lo que está
sucediendo afuera. Los que intentan ver la función, sin admitirlo, ya están
importunados y se preguntan con disimulo cuando llegará el final.
El coreógrafo principal, que permanecía de
incógnito, aparece tranquilamente en medio del desorden, con la única intención
de salir del teatro a ocuparse de otros asuntos. Lleva en la espalda un pesado
morral, deja el asunto a cargo de sus coreógrafos menores sin sentir
preocupación por el espectáculo que se está produciendo.
Los grupos siguen actuando, un bailarín
estrella intenta hacer su mejor movimiento y su traje se abre mostrando su
desnudez, asunto vergonzoso e inoportuno ante lo cual se desplaza hacia el lado
izquierdo del escenario cerca del caballero ubicado en área especial. Los coreógrafos encargados están
desaparecidos, el bailarín avergonzado se aparta sin saber por dónde salir
aunque tiene una puerta lateral cercana. Los impacientes desalojan el teatro
sin esperar el cierre que no se siente venir.
El espectador onírico siente la necesidad de
intervenir y penetrar en la escena, solo atisba a conectar con algunos jóvenes
a los que invita a aquietarse para recuperar el orden.
El público inconforme vocifera y pide su
dinero de regreso pero se lo llevó el coreógrafo principal en su bolso, otros
ensoberbecidos deciden denunciar a la compañía pero no saben en donde.
Los familiares que esperan a sus bailarines
se mantienen en la sala, el visitante onírico es uno de ellos y espera a un familiar que forma parte de uno
de los grupos de la compañía. A pesar de tan nefasta función, el pariente ha
hecho su mejor esfuerzo, su escena ha sido notoria así como lo piensan los
demás familiares de los suyos.
La sala sigue abierta, la música deja de
sonar, los bailarines se retiran poco a poco, dejaron la compañía. El visitante
onírico recoge la escenografía con los
estudiantes y los que permanecen en la sala.
El extranjero y su equipo deciden salir por
la izquierda, parece que el bailarín desnudo lo hizo antes. Suena el alma
llanera, no hay grupo que baile, la tararean en camiseta sudada los hombres y
mujeres que quitan la escenografía y desmontan las tramoyas. Solo eso se
entiende, hay que desmontar muchas tramoyas.
María Antonieta Angarita Sergent
antonieta05@gmail.com
@antoangarita
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