La mayor dificultad de la política exterior
de la administración Obama hacia América Latina quizás pueda ilustrarse con el
hecho de no poder ponerle ningún nombre, lo que es inusual en la tradición
norteamericana.
Desde los tiempos primigenios del Destino
Manifiesto, siempre se ha podido identificar algún perfil, como la famosa
Doctrina Monroe y derivados, el Gran Garrote de Teodoro Roosevelt, el Buen
Vecino del otro Roosevelt, hasta la Alianza para el Progreso del inolvidable
John F Kennedy.
De resto, la actitud de EEUU ha oscilado
entre el paternalismo y la indiferencia, pero siempre se sabía más o menos a
qué atenerse. El problema actual es que no se ve ningún objetivo claro, ni se
sabe qué pretende EEUU con LA, cuáles son sus metas, lo que parece algo
elemental para definir una política que merezca tal nombre.
Los únicos temas identificables como la
inmigración o el narcotráfico, parecen más bien reflejos de la política
doméstica hacia el exterior, uno, por los inmigrantes ilegales que ya están en
los EEUU, lo que les lleva a preguntarse cómo hacer para retenerlos en sus
respectivos países y controlar el flujo migratorio; el otro, por una cuestión
de salud pública interna y el elemento externo es idéntico al de inmigración,
porque proviene de los mismos países: México, Centroamérica, Colombia,
Venezuela, Cuba.
El otro tema recurrente de la energía que
concierne esencialmente a Venezuela, por el otro lado, mientras siga fluyendo
el casi millón y medio de barriles diarios de petróleo al mercado americano,
como que más nada importa.
Es
embarazoso escuchar los lamentos de la señora Roberta Jacobson por la forma
como se demoniza a los EEUU “por causa” del decreto Obama por el que
supuestamente se sancionarían prácticas criminales de elementos que ejercen
funciones públicas en Venezuela, motivado por una iniciativa de miembros del
Congreso.
Parece ignorar que esa es una política que
Fidel Castro ha explotado incansablemente desde antes de que ella y el
presidente Obama nacieran y la seguirán explotando después de que ellos pasen a
retiro, sería idéntica aunque el decreto no existiera o si lo engavetaran y lo
echaran al olvido.
El antiamericanismo es un prejuicio, una tara
mental que tiene idéntica estructura que el antisemitismo, no responde a hechos
ni móviles concretos sino al odio automático y visceral. Creer que está
motivado por lo que su gobierno haga o deje de hacer aún a regañadientes, es
como creer que los antisemitas dejaran de serlo si desapareciera el Estado de Israel.
Es un error pensar que el resentimiento
contra los norteamericanos es por lo que hacen mal cuando en realidad es por lo
que hacen bien: la superioridad técnica, el éxito económico y la potencia
militar. Los aspirantes al poder y a la hegemonía global ven en los EEUU el
rival a vencer y esgrimen el antiamericanismo como un ariete político.
En el origen fue la admiración de las élites
militares y los estratos económicamente más favorecidos, de hecho, este país se
llamó “Estados Unidos de Venezuela” (como México o Brasil) desde el fin de la
guerra federal hasta la dictadura de Pérez Jiménez quien adoptó la forma
centralista “República de Venezuela”.
EEUU se volvió blanco preferido de los
sectores levantiscos socialistas y comunistas, que los veían como el poder real
detrás de los caudillos y sus oligarquías económicas.
Finalmente, se convirtió en factor de
unificación, movilización y organización política, el más eficiente cuanto más
irracional desde que se inventó el antisemitismo.
Cierto que esta peste no conoce antídoto;
pero lo que está demostrado es que contra ella no funciona la cortesía
diplomática.
IMPERIO Y REPÚBLICA
Podría ser una ironía de la historia que esta
distinción romana de las formas políticas haya tenido un alcance tan universal,
al punto que hasta a los chinos, cuando decidieron derrocar al imperio en la
revolución de 1911, no se les ocurrió nada mejor que fundar una república, con
las características generalmente aceptadas en occidente, esto es, asamblea
legislativa, un gobierno electivo y jueces imparciales.
Otra ironía, quizás mayor, es que hoy en día
se identifique como “imperio” a los EEUU, quien según esta clásica distinción
nunca lo ha sido, porque siempre, durante toda su historia, ha sido una
república constitucional en sentido estricto, jamás ha sido imperio.
No puede decirse lo mismo de México que se
fundó como imperio con Iturbide, luego tuvo al archiduque Maximiliano de
Austria, con el indiscutible antecedente histórico del Imperio Azteca; o de
Brasil con los emperadores Pedro I y Pedro II; ni de Rusia, donde la palabra
“Zar” (que a veces se escribe “Csar”) es una aliteración de “Cesar”, para que
no quede duda de su origen romano, así el Káiser de Alemania y hasta el Sha de
Irán.
Las teorías del imperialismo moderno no
tienen su origen en Lenin, como a veces se dice interesadamente, sino en John
A. Hobson, un correctísimo gentleman inglés que invento el concepto de
imperialismo económico, dando origen a toda esa vorágine de interpretaciones
marxistas que ven al fenómeno como una consecuencia necesaria de la expansión
del capital financiero.
En verdad Hobson no dirigía su crítica al
exceso de ahorro (tan típico de sus rivales economistas escoceses), sino al
subconsumo como causa del excedente de acumulación de capital, lo que podría
remediarse con mayor distribución de la riqueza, una tesis que hubieran
suscrito los benevolentes socialistas fabianos que fundaron al partido
laborista.
Tal vez lo más sorprendente es que todo el
desarrollo teórico de Hobson, sus cuadros y demostraciones que toma, como Marx,
de las cifras oficiales del gobierno, se refiere a la expansión del
imperialismo británico y no al capitalismo norteamericano.
Otra tarea, quizás más ardua, sería
desentrañar cómo es posible que un término que era sinónimo de majestad y
reverencia haya devenido en esa expresión peyorativa, casi de insulto, como se
vocifera hoy “imperialismo”.
Seguramente que cuando se definen a sí mismos
como “el imperio del sol naciente” o llaman a Hirohito emperador, los japoneses
no están pensando en ofender a nadie, como tampoco los romanos tenían desprecio
por el imperio respecto de la república como instituciones, ambas muy
respetables.
Esto no es raro en los socialistas, acostumbrados a convertir fracasos en fechas patrias, en héroes a los villanos, en monstruos a personas honestísimas, incluso usan beato y beatitud como ofensas; pero no deja de ser desconcertante como pueden llevar la manía de inversión al punto de convertir una república en imperio contra todo sentido, además por antonomasia y con carácter de exclusividad.
Es mentira que Fidel Castro y los comunistas
cubanos sean antiimperialistas porque siempre fueron satélites del imperio
soviético y la izquierda en general jamás protesta contra las invasiones rusas
a países vecinos, ni cuando la URSS ni hoy en día.
La expansión incluso capitalista y financiera
de China no despierta la menor resistencia de los supuestos antiimperialistas,
ni siquiera cuando perpetraron la agresión contra el Vietnam heroico, tan
emblemático incluso para la izquierda norteamericana.
Es incomprensible que los comunistas ateos no
solo apoyan la teocracia de Irán sino que pretenden ignorar el milenario
impulso imperialista que mueve a los persas a ser una amenaza constante contra
occidente; pero en lo inmediato también contra sus vecinos árabes. Israel
vendría a ser apenas una suerte de nudo gordiano para abrirse paso, en sentido
contrario, de Asia a Europa.
Los cubanos usan la expresión “imperialismo”
para rascarse las espaldas con sus aliados izquierdistas y musulmanes en los
propios EEUU ocultando el antiamericanismo que los anima y que no es digerible
en aquel ambiente cultural.
Aunque en las cartas diversionistas que
publican como avisos pagados en el New York Times dirigidas a la opinión pública
en general, se cuidan escrupulosamente de no decir ni una sola vez la palabra
“imperialismo”, tan abusivamente reiterada en otros ámbitos.
Otra mentira es pretender definir a las FFAA de Cubazuela como “antiimperialistas”, sin aclarar en ninguna parte de la pretendida nueva doctrina qué es lo que entienden por “imperialismo”, ni cómo ese concepto no le es aplicable a Rusia, China, Irán, etcétera.
La incoherencia es inadmisible en el
pensamiento, no puede ocultarse en el verbo, pero en la práctica es una ruina.
EL AMERICANO BELLO
La administración Obama ha eliminado de su
trato oficial con la tiranía castrista la palabra “comunista”, cuando más,
admite que ese sigue siendo un régimen “represivo”.
Pero represivo puede ser cualquier gobierno,
como Egipto o Turquía, sin ser antiamericanos; bajo esta expresión cubren al
partido único, la oposición prohibida, que no hay libertad de empresa, de
expresión, de organización, en fin, al totalitarismo.
Toman este giro no para hacer más digerible
su política entre el público americano, todavía refractario al comunismo, sino
porque el círculo íntimo no quiere ser ni parecer anticomunista, algo que
repudian desde el fondo del alma, como ser “de derecha”.
Con demasiada frecuencia los voceros y
defensores del new deal de Obama descalifican a sus críticos diciendo
simplemente que son gente “de derecha”, con lo que relevan de toda otra
explicación: por supuesto, basta que alguien sea de derecha para que no tenga
razón y no hay más que hablar.
A esto estamos acostumbrados en Latinoamérica
sobre todo quienes sufrimos regímenes atrabiliarios filocastristas; pero es
verdaderamente inquietante que este abuso del lenguaje haya logrado carta cabal
en EEUU, con lo que parece demostrarse que si es más fácil que los americanos se
latinicen a que los latinos se americanicen.
Otro show espeluznante es el tira y encoge
alrededor del trilladísimo decreto de Obama por el cual se aplicarían supuestas
sanciones a algunos altos cargos del régimen títere de La Habana en Venezuela
por violaciones a derechos humanos.
Ahora dicen y contradicen, que no se dijo lo
que era ni era lo que se dijo y todo se convierte un galimatías consecuencia de
no llamar las cosas por su nombre y sucumbir al tinglado de imposturas en que
convirtieron al sistema interamericano una cáfila de regímenes falsarios que lo
han socavado desde adentro.
Lo cierto es que el Secretario de Estado
celebra la gran acogida que ha tenido la nueva política hacia Castro entre los
gobiernos de la OEA, los mismos que apoyan a su agente Maduro y esto no puede
producir sino perplejidad.
Un criterio para medir la pertinencia de una
política podría ser la satisfacción que produce en los enemigos, como la
frustración de los amigos. Ciertamente la política de Obama tanto hacia Irán
como Cuba no pasaría un test de este tipo: si sus enemigos están tan felices,
como sus amigos decepcionados, algo deben estar haciendo mal.
La Administración Obama se inventó una Cuba que no existe para reconciliarse con ella y lograr el aplauso de una galería hostil; pero no ganará ni un amigo confiable entre ellos y a cambio perderá a los pocos que todavía miraban a los EEUU con esperanza.
El mito del americano feo se basa en un doble
malentendido: Uno, ¿cómo es posible que gente tan bien intencionada sean tan
mal recibida? (La arrogancia ofende y es la causa del resentimiento.) Otro, el
americano no comprende al nativo y está obligado a hacerlo (si el nativo no
comprende al americano, tampoco es su obligación).
Los dos presupuestos son falsos, la verdad siempre
se encuentra en la reciprocidad.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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