jueves, 23 de abril de 2015

FELIPE GUERRERO SOÑADORES, MILITANTES DE LA ESPERANZA


Séneca afirmó que «Cuando ya nos parece que no hay esperanza es el momento de no desesperar».  En Venezuela, una  ideología fatalista trata de convencer a los jóvenes de que no se puede hacer nada contra esta realidad.
Una idea-fuerza para el tratamiento de la desesperanza viene expresada por un proverbio chino que dice así: «No hay que lanzarse al agua antes de que la barca haya naufragado» y Albert Camus nos legó que «El hábito del desespero es peor que la propia desesperanza».

En estos días de Pascua de Resurrección vivimos la hermosa estación de la esperanza y junto a unas mañanas frescas, hermosas y brillantes, transitamos los pasillos de la Universidad, el vivero de la patria nueva, un buen territorio para mirar desde esta orilla el caminar de los hombres y mujeres del porvenir. Intentamos entrar en el abismo de sus ojos, buscamos largamente bucear en su vacío y dolorosamente nos encontramos con centenares de ilusiones perdidas.

La muchachada que invade veredas, aulas y laboratorios busca ansiosamente refugiarse en la compañía de algún amigo fiel para compartir los dolores e incomprensiones de la hora.

Cuánta razón tenía Octavio Paz al afirmar que «Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana»
Estos seres humanos a quienes el dolor les clava sus punzones sin remedio, están pidiéndonos que les acompañemos, que nos ocupemos y preocupemos por ellos, pues viven una soledad anónima, están hambrientos de contar con calor humano pues sus proyectos juveniles  se les derriten entre las manos a causa de las dificultades que les colocan las élites del poder cuyas decisiones no valoran los méritos de la formación universitaria ni están basadas en la justicia, sino en el enchufismo, el amiguismo y el clientelismo.

Esas expresiones de exclusión han venido horadando los muros de la esperanza juvenil y empezamos a notar que los cultores de la muerte buscan taladrar los cimientos de los sueños. El maestro Paulo Freire nos advierte que: «Una ideología fatalista e inmovilizadora anda suelta… Insiste en convencernos de que nada podemos hacer contra la realidad social que, de histórica y cultural, pasa a ser o tornarse casi natural».

Los líderes de esta cultura de oscuridad han cargado el ánimo de derrota, desesperanza y pragmatismo. Son los predicadores de una ética de la muerte que empobrece a la sociedad y desean que todos asumamos en forma acrítica  la actual hegemonía que excluye a las grandes mayorías y pretende justificar los crímenes y la violencia desatada en nombre de unos dioses que ellos mismos inventan, semidioses que entronizan mediante sus sofisticados mecanismos ideológicos, aprovechando el control de los medios de comunicación.
Vivimos el momento de la lucha por rescatar la esperanza.

En esta hora estamos obligados a acompañar la resurrección del hombre libre que se niega a aceptar las esclavitudes de los poderosos.
A los jóvenes les decimos con Steve Jobs «Lucha y trabaja por tus sueños, si no lo haces puede que acabes trabajando contratado para que otro cumpla los suyos».

Vamos a resucitar los sueños de libertad que han impulsado los eternos anhelos juveniles.

Los predicadores de la cultura de la muerte señalan que los personas portadoras de esperanza y soñadoras de ideales son unos seres fuera de la realidad, que son almas despistadas e inocentonas, que viven en su mundo de ilusiones.

Se dice que soñador es aquel que guía su vida en base a ideas que la soledad de la noche le hizo conocer.

Los militantes de la esperanza estamos convencidos que soñar es el lenguaje que utiliza el destino para comunicar a una raza especial de seres humanos que el camino es aún mucho más extenso que el que los ojos alcanzan a divisar. Soñar es vivir el futuro antes, sin tener la certeza que el sueño ya hecho realidad lo alcanzará a ver plasmado en el teatro de la vida.

Un soñador pensó que el mundo era redondo y la gente lo consideró loco, pero su sueño siguió adelante; una soñadora le creyó y así compartieron el sueño llamado América.
Otro soñador pensó que la luna era una empresa fácil de alcanzar, se vio en ella, caminó y viajó; muchos años después dos hombres llegaron a la luna.

Todo sueño implica una lucha con todos, contra el destino, contra la adversidad, contra lo evidente, contra las élites del poder.

Solo aspiro en esta estación de la resurrección que la alegría de nuestra juventud siga inundando los espacios universitarios para que se siga imponiendo la cultura de la esperanza.

El soñador no se rinde, no claudica, persevera, no transige. El soñador sabe que su camino no es fácil y eso lo hace diferente; porque el sueño, para ser tal, no debe ser una proyección de la historia, debe de ser lo imposible, lo inaudito, lo que sale fuera del cálculo humano.

El soñador nunca espera que sus sueños se cumplan, trabaja por ellos incansablemente, porque los grandes sueños, los que dan vida, solo tienen la recompensa en lo infinito,  en lo eterno de sus ideas y en lo intangible de sus realidades.  En esta estación de la resurrección, lancémonos a soñar en una Venezuela mejor.

Felipe Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com

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