Los asuntos públicos están a cargo de una
rosca. Centenares de organismos están dedicados a cuanta tarea se pueda
imaginar y la Constitución de 1999 alude a cuatro poderes en vez de los
clásicos legislativo, judicial y ejecutivo, pero es una gran mentira. Todo
depende de un clan.
Aquí no se cumple aquello del gobierno del
pueblo y para el pueblo. Un grupete de vivos mantiene control absoluto de la
economía y de la política.
Diecisiete estados viven de la actividad
agropecuaria pero la dirigencia campesina, los productores y los industriales
del agro, son ignorados a la hora de tomar decisiones. Numerosas comunidades
universitarias están ancladas a lo largo y ancho del territorio nacional. En
ellas se estudia nuestra realidad y se forman centenares de miles de jóvenes.
Tampoco esos rectores, profesores y estudiantes tienen influencia alguna en la
conducción del país.
Los empresarios, verdaderos sobrevivientes,
generan y distribuyen los pocos bienes que todavía circulan, pagan la nómina,
son los responsables de récords de recaudación de impuestos de los que el
SENIAT se jacta, pero son tratados como delincuentes y viven perseguidos por el
gobierno, con el agravante de que a los partidos políticos les da vergüenza
defenderlos, no vayan a llamarlos derechistas.
Desde hace dieciséis años miles de
trabajadores desconocen lo que es un contrato colectivo y no hay quien le gane
un juicio laboral a organismo público alguno. Mucho menos a las empresas rusas,
chinas, brasileñas e iraníes que comparten los contratos de obras públicas y
otras operaciones financieras. Las Inspectorías del Trabajo son una burla y la
dirigencia sindical es atropellada.
Radioemisoras y estaciones de televisión
salen del aire a cada rato, al igual que decenas de periódicos han bajado las
santamarías. Priva la autocensura. La libre expresión vive bajo amenaza y
ninguna atención se presta a los reclamos de los periodistas.
Dirigentes locales y regionales, quienes
forman las bases de los partidos políticos democráticos, son el motor de la
movilización popular. Para nada son consultados. Sólo son instruidos sobre las
líneas políticas que desde arriba se imponen.
A esos productores agropecuarios, dirigentes
campesinos, líderes del profesorado, periodistas, capitanes de empresas,
dirigentes sindicales, gremiales y políticos regionales, les han vedado
defender sus intereses. Están obligados a inclinarse ante los cogollos, embudos
del sistema.
En esta hora, cuando se inicia el debate para
elegir una nueva Asamblea Nacional, sus nombres no forman parte del llamado
consenso, reservado para una élite que se reparte la “representación nacional”
en una mesa.
Urge romper ese monopolio político. Por eso
hemos llamado a celebrar consultas a los ciudadanos. Que de las necesidades y
voluntad de las comunidades salgan los postulados a una Asamblea Nacional que
tendrá como reto prioritario revertir leyes que asfixian la economía y acabar
con la impunidad que sirve de soporte a violaciones a los Derechos Humanos.
Las consultas a los ciudadanos no son
accesorias en la lucha contra el autoritarismo. Son fundamentales. No es un
capricho fastidioso de unos descontentos ni una presión para recibir migajas.
Es darle el derecho de palabra y el protagonismo al pueblo indefenso.
No se trata de torpedear a nadie ni de montar
otra mesa para desde allí hacer otro tipo de reparto. Se trata de involucrar a
cada venezolano, de convertirlo en protagonista de la acción política, de
incentivarlo para que rompa la apatía que hoy se refleja en una mayoritaria
franja de indecisos y de renuentes a apoyar lo que emana de los dos cogollos
que se esmeran en polarizar.
Se trata de quitarle poder a quienes hoy
abusan de él. No se debe desperdiciar esta oportunidad de derrotar a los arbitrarios
que hoy desgobiernan, a quienes les beneficiaría la gigantesca abstención
producida por unos candidatos que no residen en los circuitos por los que son
postulados y que son impuestos a juro.
Las elecciones de la Asamblea Nacional serán
a finales de año.
Aprovechemos intensamente los próximos ocho
meses para consultar a los ciudadanos, involucrarlos, motivarlos y, sobre todo,
escuchar sus pareceres.
Así es como se puede ganar.
Claudio Fermin
claudioefm@gmail.com
@claudioefermin
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