El ilegítimo ha calificado de “injerencista” la
Orden Ejecutiva dictada por el Presidente Obama mediante la cual impone sanciones a una serie de venezolanos incursos
en graves violaciones de los derechos humanos y en actos de corrupción.
Como es sabido, las medidas dictadas por el gobierno
norteamericano se ajustan a la legislación interna de ese país. Si bien es
cierto que los sujetos pasivos de las mismas son nacionales venezolanos, su aplicación se circunscribe al ámbito
interno, al territorio de los Estados Unidos. En ningún caso trascienden las
fronteras de ese país. Se trata concretamente de la anulación de las visas de
ingreso que hubieran sido otorgadas, de la prohibición de otorgar visas a
cualquiera de los sancionados, de medidas de congelación de las cuentas
bancarias de esos personaje, de la prohibición a los ciudadanos norteamericanos
de efectuar operaciones comerciales, transacciones financieras o similares con
las personas a quienes le han sido impuestas las sanciones, etc.
Evidentemente, el ilegítimo y sus acólitos utilizan la acusación de injerencia como parte de su retórica antinorteamericana, como un recurso para tratar de aglutinar apoyo interno en medio de una creciente ola de descrédito y para forzar la solidaridad de gobiernos que de una manera u otra son petrodólar-dependientes por obra y gracia de la munificencia del difunto dictador y su sucesor.
Exigir a un gobernante que dé marcha atrás y deje
sin efecto un decreto ejecutivo porque es supuestamente injerencista
evidentemente sí configura una verdadera
grotesca intromisión en los asuntos internos de un país.
Es comprensible que en medio de su ignorancia del
derecho internacional – a pesar de su pasantía por la cancillería –el ilegítimo
se empeñe en acusar de injerencista al Presidente Obama, pero lo que resulta
insólito es que los gobiernos de la región (con unas pocas honrosas
excepciones) hayan comprado o asimilado la tesis de la injerencia. Es realmente
grave que esos gobiernos se hayan
alineado con el ilegítimo llegando al extremo de asumir como propias la
conducta injerencista del susodicho cuando emplaza al presidente Obama a
derogar su Orden Ejecutiva.
Los gobiernos miembros de UNASUR emitieron una
declaración en la cual manifestaron su rechazo a la medida de EE.UU., que
calificaron de “amenaza injerencista a la soberanía y al principio de no
intervención” en los asuntos de otros Estados.
Con esta declaración los gobiernos de UNASUR
desdeñan el derecho internacional y adoptan como propio un disparate inventado
por los genios del chavismo simplemente para hostigar al “imperio”. No fue
ninguna sorpresa que la misma escena se repitiera en la reunión que celebró
esa entelequia denominada ALBA.
El intento de envolver también a la OEA para que
hiciera un pronunciamiento similar resultó, afortunadamente, un fracaso. Digo
afortunadamente porque habría resultado trágico que, contrariando su propia carta fundamental, esa Organización
hubiera emitido un pronunciamiento
abiertamente intromisivo en los asuntos internos de un Estado Miembro.
Eso habría terminado de desprestigiar a la OEA ya suficientemente
desacreditada.
La sesión extraordinaria del Consejo Permanente, convocada por solicitud de Venezuela con la finalidad de lograr que la organización se sumara al emplazamiento para que el Presidente Obama anule su Orden Ejecutiva solo sirvió para mostrar la pobre calidad intelectual de quienes dirigen las relaciones exteriores de nuestro país. La intervención de la canciller venezolana contribuyó a acrecentar el desprestigio del régimen al pretender demostrar que los personajes sancionados por los Estados Unidos son inocentes de los actos que se le imputan.
El próximo “round” que tendrá lugar en la Cumbre
Ibero-americana a celebrarse el mes que viene en Panamá será crucial. Aun cuando
el Canciller panameño ha dicho insistentemente que el tema de las relaciones
Venezuela-Estados Unidos no será tratado
en esa reunión, inevitablemente estará presente y se reflejará en los discursos
de los mandatarios participantes. No
sería extraño que la Cumbre de Panamá resulte un fracaso y sirva para
mostrar la ineficiencia de ese tipo de encuentros de Jefes de Estado de un
continente de desencuentros.
Adolfo R. Taylhardat
adolfotaylhardat@gmail.com
@taylhardat
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