Este período del socialismo bolivariano,
conocido vulgarmente como “chavismo”, ha traído innumerables experiencias y
lecciones al mundo del periodismo informativo, de investigación y de opinión.
Hemos estado cursando aguas turbulentas en lo
que se refiere al derecho a la libre expresión, de informar y estar informado
y, si quisiéramos resumirlo, podríamos decir que ha sido otra prueba de fuego
al derecho del libre pensamiento y su expresión en Venezuela.
En lo personal, comulgo con las ideas de un
liberal clásico, comprometido con las libertades y derechos del ser humano; me
es imposible recrearme un solo momento en una situación en la que no pudiera
expresar lo que pienso, en no poder comunicarlo, si es ese mi deseo, porque si
ese fuera el caso, sería como estar muerto, peor, sería como estar muerto en
vida.
Me imagino el desespero de esas personas que
en la antigüedad eran tapiados detrás de la pared de una construcción para
morir de inanición, aislado del mundo, esa es mi visión de perder el derecho a
expresarme libremente, decir lo que quiero, por supuesto, siempre guardando los
límites del decoro, las buenas costumbres y procurando no caer en la
descalificación, el insulto, la mentira o la injuria.
Como comunicador social, en especial como
analista político, me encuentro a diario con el problema de balancear y ser
justo con las personas públicas que son objeto de mis observaciones, con
funcionarios y personalidades que dan la cara por el gobierno y sobre las que,
uno asume, son responsables de una gestión pública, que afecta a la sociedad en
general, y quienes deben rendir cuentas sobre sus actos.
Admito que en el caso de los gobiernos chavistas
es en especial difícil, ya que se trata de políticos que se comportan como una
organización criminal pero quieren ser tratados como personas decentes, es más,
lo exigen, valiéndose de que tienen el poder, que son gobierno, utilizando
todos los mecanismos de represión y criminalización que tienen para desatar una
campaña de terror y hostigamiento contra la prensa que no les es favorable o
que esté en desacuerdo con su visión del mundo.
De allí las leyes y regulaciones que ha
promulgado este gobierno y que estrangulan a los medios, las infames listas de
enemigos de la revolución, las amenazas a escritores, caricaturistas y
locutores, los procesos judiciales en su contra, las medidas para restringir el
suministro de papel para la prensa impresa, la manipulación sobre la renovación
de las licencias sobre frecuencias para radio y televisión, el recorte del
ancho de banda para transmitir internet, el quitar o dar publicidad del estado a los medios, las
“visitas” de los colectivos armados a las sedes de las empresas, los atentados
con bombas, los cobardes asesinatos de periodistas…
A eso hay que agregar las campañas de
difamación en los medios del gobierno, el uso de comités de usuarios para
protestar por fotos e imágenes que “los perturban”, el espionaje telefónico, el
amedrentamiento de los anunciantes publicitarios en los medios, el robo y
destrucción de equipos, la compra de medios privados por parte de empresas
fantasmas, las amenazas, seguimientos y secuestros a comunicadores sociales, el
cortar señales, el sacar programas del aire…
Su talante es de los que actúan a espaldas
del pueblo, para ellos la palabra “transparencia” es una grosería, no rinden
cuentas, sus gestiones son secretas, por lo que es un problema tratar de
conseguir información sobre los manejos que hacen de la cosa pública, de los
presupuestos, de los gastos e inversiones, incluso de sus ingresos personales,
aún cuando están obligados por la ley a declarar sobre sus ingresos y hacer
informes periódicos sobre sus actuaciones como funcionarios.
Tienen como costumbre negarle la información
a los medios y al público en general, el manejo del Estado es todo un misterio,
cuando se descubre alguna cosa los venezolanos nos enteramos por medios
extranjeros, debido a escándalos y a situaciones irregulares que se revelan en
otros lares; si algo sucede en el país y nos enteramos, es porque alguien quiso
sacar del medio a un competidor y hace públicos ciertos manejos oscuros, o
porque la situación es tan obvia y huele tanto a podrido que en imposible encubrir
el entierro.
El blackout informativo sobre la detención
arbitraria del Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma es un claro ejemplo de
cómo funciona la censura hegemónica en el país, han sido contados los medios
que han reseñado este secuestro de este importante político de la oposición
venezolana perpetrado por el gobierno.
Todos sabemos que las cifras del país son
vilmente manipuladas a conveniencia del régimen, se tapa y disminuye lo que no
conviene y se infla y exagera lo que quieren poner bajo luces favorables; buena
parte de las cifras y estimados nacionales no se sabe donde están ni cuáles
son, muchas veces nos vemos obligados a trabajar con estimados propios, y aquí,
en la oscuridad, estamos hablando de cuestiones tan vitales como epidemias de salud,
muertes violentas, reservas nacionales, fondos de emergencia, producción
petrolera… la situación se ha vuelto tan grave que el gobierno ha prohibido que
se publicara el precio del dólar paralelo en una economía con control de
cambio.
La “conchupancia” entre los poderes públicos
es tal, que se hace imposible hacerle seguimiento a cualquier investigación,
una institución tapa a la otra y los medios públicos de comunicación colaboran
haciéndoles el juego, desinformando, cuando no le echan tierra al asunto… y como si no existiera.
Y en este marasmo de informaciones
contradictorias, de restricciones informativas, de mentiras y campañas de
desinformación, de laboratorios montados por el gobierno para distraer la
atención del público, de propaganda negra y operaciones psicológicas, de
censura y represión contra los medios y los periodistas, surge entre el moho y
el detritus de la información, el grotesco hongo de la autocensura.
La autocensura es la hija ilegitima del miedo
y de la cobardía, nace en personas que no tienen muy claro cuál es su papel en
el mundo de la comunicación social, que prefieren callar o no publicar algo que
ellos consideran que podría incomodar al régimen, temiendo represalias o
ganando favores ante el censor; la autocensura nace del periodista o del editor
que se ha convertido, voluntariamente, en un agente de la censura, por lo
tanto, en un verdugo anónimo de la información libre.
No es un secreto que el periodismo en
Venezuela se ha convertido en una suerte de “cómo decirlo sin que me manden a
callar”, escogiendo con pinzas las palabras, confirmando y reconfirmando las
informaciones para complacer “la verdad verdadera oficial”, poniéndole un
preservativo a la pluma para no herir susceptibilidades, ni pisar callos
innecesarios, ni abrir cofres llenos de excrementos y esqueletos.
La sombría censura y la autocensura que se
viven en Venezuela en nada difieren de las que quieren imponer los grupos
fundamentalistas islámicos por medio del terrorismo en Francia, en nuestro caso
no hay motivaciones religiosas pero sí políticas… no sé cuál de ellas son más
peligrosas.
No puedo dejar de admirar a colegas y a
editores, los cuales, a pesar de este vendaval de terror y amenazas a la libre
expresión, todavía persisten en hacer escuchar sus voces de alarma, sus
críticas, sus advertencias, sus denuncias… porque es en tiempos como los que
vivimos que un periodista o dueño de medio se gana sus galones, a costa de su
tranquilidad y, no pocas veces, de su vida misma.
Un periodista que tiene vocación, que sabe
quién es y cuál es su deber, se las ingenia para que su voz llegue a donde
tiene que llegar; hemos visto el enorme reacomodo al que nos han obligado las
circunstancias y las tecnologías, de los medios tradicionales hemos migrados a
medios digitales, a las redes sociales, de medios en manos de empresas de
comunicación, donde nos han censurado, hemos explorado la posibilidad de los
blogs y de las páginas web personales, investigando cada posibilidad, cada
resquicio que permanece abierto en el país y en el exterior.
En nuestros medios de comunicación hemos
visto a verdaderos héroes de la libertad de expresión hacerle frente a un
gobierno mafioso, que utiliza todo su aparataje económico, judicial, policial,
para hacerlos callar; editores y jefes de redacción, locutores, periodistas,
reporteros que no han vendido su alma al diablo y, a pesar de los rugidos del
ogro censor, no han retrocedido en su empeño en la verdad y, sobre todo, en
preservar los pocos espacios que nos quedan para poder expresarla.
Maldito el editor que valiéndose de la
propiedad de un medio de comunicación lo utilice para complacer al monstruo de
la ignominia y el abuso, y que amordace a sus periodistas que quieren
expresarse. Maldito el editor que le haya
vendido su integridad al gobierno de turno y censure a quienes se oponen a sus
designios. Maldito el periodista que
prefiere callarse la boca y desviar la mirada para aprovechar la vida fácil,
comiendo de la mano del amo.
Preferible es perder un medio, como ya ha
sucedido, que mantenerlo al servicio gratuito y servil de un régimen
totalitario y enemigo de las libertades, convirtiéndose él mismo en censor, en
su aliado indirecto y silencioso; es la mejor forma de degradarse como persona
y transformarse en un “patriota cooperante” del régimen en el mundo de la
información.
No tiene ningún sentido sostener una
plataforma comunicacional con miedo, pendiente siempre de complacer al censor,
si el fin no es informar, si el objetivo no es preservar la democracia y las
libertades, si de lo que se trata es de tener un negocio o una aventura
publicitaria… mejor es luchar hasta donde se pueda, que permanecer tapiado en
una pared y sin gritar porque nadie te escucha. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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