Los términos golpe de Estado y transición
política recientemente se han convertido en moneda corriente en el discurso de
político que prevalece en el país. Parece apropiado, entonces, conceptualizar
estas categorías. Por ejemplo, ¿qué se entiende
por “coup d'État”? Veamos: un
“asalto al órgano que ostenta la suprema
jerarquía del poder ejecutivo, realizado por orden de altos mandos
militares, con la finalidad de enderezar el rumbo político del país”.
Veamos algunos ejemplos extraídos de nuestra
historia. Entre 1889 y el año 2002 es posible registrar 12 tentativas de tomar
el poder por la vía de los hechos: Revolución de las Reformas (1835);
Revolución de Marzo (1889); Golpe de Estado 1908; Golpe de Estado Octubre 1945;
Golpe de Estado 1948; Golpe de Estado Enero de 1958; El Carupanazo, 1962; El
Porteñazo, 1962; Primer intento de golpe de Estado 1992; Segundo intento de
golpe de Estado 1992; Golpe de Estado de abril 2002. En fin, estas salidas
violentas abarcan un ciclo de 113 años de nuestra historia republicana. Desde
luego, han existido períodos donde ha predominado la civilidad democrática. El
más extenso es el denominado como La Cuarta República.
En nuestra historia política, por el
contrario, las transiciones democráticas han sido más la excepción que la regla
y, desde luego, se ubican en el polo
opuesto a la del golpe de Estado. En términos normativos la transición implica
“un proceso de cambio mediante el cual un régimen preexistente, político y/o
económico, es reemplazado por otro, lo que conlleva la sustitución de los
valores, normas, reglas de juego e instituciones asociadas a éste por otros(as)
diferentes”. Este término puede ser interpretado, igualmente, como el espacio
de tiempo que discurre entre la crisis de un régimen autoritario y la
instauración de un sistema político democrático. En pocas palabras, se puede
postular que el país vive un proceso de transición política democrática. Una de
sus expresiones más intensa pudiera
ser las venideras elecciones
parlamentarias.
¿A qué vienen estas argumentaciones? ¿Son
necesarias? Mi respuesta es afirmativa. El Presidente Maduro forjó una
equivalencia entre estos dos procesos: golpe de Estado y transición política. Y
al tenor de esta apreciación ha detenido a Alcalde Mayor de la ciudad de
Caracas, Antonio Ledezma. El motivo: haber firmado un manifiesto, algo tímido e
impreciso, sobre la necesidad de lograr un acuerdo nacional para la transición.
Es evidente que estamos viviendo el fin de un
ciclo. Los venezolanos estamos siendo testigos del ocaso de un periodo
histórico que se inició en los albores del siglo XX. Es válido, entonces,
preguntarse: ¿qué ha entrado en crisis? ¿Por qué la necesidad de discutir sobre
la transición política? La respuestas a estas dos interrogantes podríamos
argumentarlas de la manera siguiente. El modelo político, cultural y discursivo
que caracterizo la modernidad venezolana se encuentra agotado. La escasez, la
delincuencia desbordada, la insistencia en patrones ya superados, la
precariedad del liderazgo y, ahora, la puesta en práctica de una retórica anti
imperialista de los años sesenta, son indicadores, dramáticos unos,
tragicómicos otros, del fin de época y la necesidad de iniciar el transito
democrático y consensuado hacia las puertas que
conduzcan hacia el siglo XXI.
Existen modelos a imitar. La transición
española y la chilena son ejemplos exitosos de procesos consensuados hacia
democracias más inclusivas y despojadas de atavismos autoritarios.
La elite política del país debe entender el
sentido de urgencia histórica en la que se encuentra la nación. Es imperativo
derrotar la polarización. De lo contrario, vientos bruscos podrían ensombrecer
nuestro horizonte político. Sin duda alguna, la política ahora es así.
Nelson
Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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