Analizar
el proceso de Paz de Colombia que se gesta en La Habana es un laberinto en
extremo difícil de discernir. Sobre todo porque los elementos de juicio que
deben entrar en consideración para entrever el rumbo y el destino final de las
negociaciones son incompletos para los observadores externos, bastante más de
lo que lo son para los propios negociadores.
La voluntad de una de las dos partes debe ser diáfana, sin cortapisas,
predecible. Me refiero únicamente a la de los terroristas insurgentes porque de
lo que debemos partir es de la premisa de que el gobierno si está seriamente
involucrado en su determinación de proveerles a los ciudadanos la tranquilidad
a la que tienen derecho para que el país progrese.
Lo
que es claro también es que dada la forma en que el país evolucionó internamente por cinco décadas, con un cáncer
en las entrañas y sin que los permanentes intentos por extirparlos militarmente
por parte del Estado hayan sido
exitosos, ello obliga a que la paz se alcance solo mediante una negociación
entre dos partes donde existen intereses, doctrinas, dogmas y maneras de actuar
diametralmente contrapuestas.
Tal
proyecto solo será exitoso si una de las partes asume que ha estado en falta
con los ciudadanos y que ha sostenido una actitud criminal al usar los fusiles,
la tortura, las violaciones, el reclutamiento de menores, el secuestro
extorsivo para imponer su modelo y que ha fracasado en el intento, que le
corresponde asumir la consecuencia de actos pasados y que le debe a la nación
una compensación. Este
reconocimiento de los crímenes pasados no parece estar presente fuera de la
mesa de las tratativas.
Lo que allí dentro ocurre está cubierto de un manto de
censura que le impide a terceros conocer la real situación de las presiones de
las que el gobierno es objeto y de su disposición a hacer las indispensables
condiciones que el proceso exija. Así que no queda otra que darles el beneficio
de la duda y esperar a que puedan hacerse públicos los acuerdos que con tanta
fanfarria dicen estar alcanzando. Pero
a la luz de lo que sigue ocurriendo por fuera de La Habana, lo razonable es
pensar que los alzados en armas no abandonan su objetivo de sembrar el terror
entre la población del país, al tiempo que continúan armándose para una guerra
cuyo final dicen estar negociando.
A
lo largo de los muchos meses que han durado las conversaciones, ninguna de las
tropelías citadas se han detenido y los atentados contra la infraestructura
pública y privada tampoco han cesado.
La
semana pasada fue detenido en Cartagena un barco chino cargado con artillería
pesada y explosivos no declarados pero que serían descargados en Mamonal cuyo destino no puede ser otro que
apertrechar a los guerrilleros. Ello es de una gravedad superlativa cuando
consideramos que ello ocurre en lo que el gobierno considera la recta final del
proceso de pacificación del país. Pero es más dramático aun el caso cuando se
observa que todo lo relacionado con este tema ha sido manejado dentro del mas
absoluto secretismo oficial. El navío
cargaba catorce contenedores ocultos
tras material cerealero dentro de los cuales había- según el periódico
colombiano El Universal- “dos millones de fulminantes, 3.000 casquillos para la
construcción de cañones de artillería, 99 núcleos de proyectil y 100 toneladas
de pólvora negra”.
Todo
lo anterior y muchos otros episodios del mismo calibre y naturaleza han estado
ocurriendo en el momento en que no solo lo que está en el tapete habanero es el
desarme unilateral de la insurgencia, sino en el instante en que los
terroristas tienen el desparpajo de exigir la retirada de las Fuerzas Armadas
de los teatros de operaciones de su país.
Decía
al comienzo que estas conversaciones son un laberinto difícil de transitar y
muy oscuro de interpretar por parte de quienes soñamos desde afuera con la paz
de los colombianos. A uno no les queda más que rezar porque en ese mismo
laberinto no estén igualmente extraviados quienes, con la venia del Presidente
Juan Manuel Santos, negocian la tranquilidad futura de los suyos.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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