En nombre del Libertador Simón Bolívar, se cometieron los más terribles delitos de naturaleza moral y política sin que la ética, la honestidad, la honradez y la decencia pesaran sobre la mortificación amarga y rencorosa que cabe al actuar con hipocresía.
HIPOCRESÍA
DE “REVOLUCIONARIO”
A
pesar de considerarse la hipocresía un pecado en la perspectiva de la
moralidad, es una ventajosa virtud política. Tanto que se habla de hipocresía
política, pues su ejercicio le despeja los caminos a la demagogia para crecerse
entre las adversidades propias de toda confrontación. Para muchos, la
hipocresía es el cauce por el cual corre la diplomacia. Sobre todo, cuando es
necesario disimular actitudes en medio de conflictos declarados ante los cuales
resultaría contraproducente dejar de ganar el espacio político previamente calculado
y maduramente codiciado. Por eso, la hipocresía si bien le ha servido al
fanfarrón para aprovecharse de las ideas de otro y así lograr su malsano
propósito, igualmente le ha sido útil al político de oficio para llenar al
mundo de falsas promesas.
El
politiquero en su afán por obtener lo que no puede alcanzar por la vía
permitida democráticamente, encuentra en la hipocresía la manera expedita de
hacerse de una imagen mediante un disfraz forrado en mentiras y elaborada de
engaños. De seguro, el mundo de la política está abarrotado de ejemplos que,
por su tamaño, se han convertido en referencia útiles al estudio de problemas
circunscrito por la hipocresía. El caso Venezuela, ha adquirido una
notoriedad extrema dada la controversial
crisis económica y social que devino de una gestión política que llegó a contar
y sumar divisas que, proporcionalmente, triplicaron los recursos a partir de
los cuales Europa logró reconstruirse luego de la Segunda Guerra Mundial. El
trillado “socialismo del siglo XXI” le ha venido “al dedo” a quienes, desde un
comienzo, se rasgaron las vestiduras al dárselas de “revolucionarios”. Peor
aún, de “revolucionarios bolivarianos”.
En
nombre del Libertador Simón Bolívar, se cometieron los más terribles delitos de
naturaleza moral y política sin que la ética, la honestidad, la honradez y la
decencia pesaran sobre la mortificación amarga y rencorosa que cabe al actuar
con hipocresía. Particularmente, al margen de condiciones de vida establecidas
por la Constitución Nacional cuando exalta valores esbozados como razón del
ordenamiento jurídico en el marco de un aludido Estado democrático y social de
Justicia y de Derecho que pareciera haberse quedado sólo para uso de su formal
transcripción. Y por supuesto, de discursos que apenas conmueven a unos pocos
ilusos pues los dirigentes de gobiernos saben cómo zafarse de tan puntuales
amarres.
Lo
que ha venido sucediéndose en los últimos tiempos, en el marco de una “histeria
patriotera” es ordenada por la radicalización de la cuestionada “revolución”
con la clara intención de arrasar con la que había quedado de la
institucionalidad democrática al término de 2012. Para ello, quienes así
procedieron a instancia del libreto preparado bajo el abrasador sol del Caribe,
no consiguieron mejor recurso que en la hipocresía política la cual ciertamente
funcionó como metodología de la dominación, la opresión y del despotismo.
Sin
embargo, la hipocresía no fue del todo eficaz para encubrir a violadores de
derechos humanos, corruptos, asesinos y trepadores, de cara a la labor de
observación de instituciones democráticas basadas no sólo en preceptos
constitucionales nacionales. También, en legislaciones del Derecho
Internacional que condenan hechos relacionados con la violación de libertades y
atentados contra la justicia, el orden y la paz. Ni siquiera la bandera
tricolor de ocho estrellas ha sido suficiente para que el régimen oculte
verdades de perogrullo que en nada restringen el concepto de soberanía
nacional, de independencia. Ni tampoco, de autodeterminación nacional.
La
corresponsabilidad, la cooperación y la solidaridad, juegan importantes posiciones
en la difícil situación que ha caracterizado a Venezuela en el fragor de un
régimen empeñado en burlar criterios de ética política y de integridad moral y
territorial sin importarle los efectos que de dichos problemas se han deparado
económica, política y socialmente. Mientras la población anda a la deriva
viviendo problemas de escasez y carencias que inciden sobre la dieta y por
tanto en su calidad de vida, el régimen continua aferrado a esquemas de
proselitismo barato apoyándose en una costosa hipocresía ateniéndose a
prácticas totalmente descarnadas en cuanto a la indolencia que reflejan sus
efímeras respuestas. Y eso, cuando las hay. De resto, sus funcionarios y
dirigentes sólo asumen un comportamiento que demuestra una impúdica y grotesca
hipocresía de “revolucionario”.
VENTANA
DE PAPEL
¿SOBERANÍA
NACIONAL O SOBERANOS TONTOS?
EL ESEQUIBO ES VENEZOLANO |
Tanto
manifiesto exaltando el patriotismo como actitud, para aterrizar en una de
discurso patriotero. El régimen, o anda confundido sin norte claro respecto de
conceptos tan fundamentales como soberanía, independencia,, integridad
territorial y autodeterminación nacional, o sigue un libreto según el cual está
dándole “rienda suelta” al desorden administrativo y de gestión geopolítica con
intenciones de llegar a un punto en el cual la vida del país entra en un estado
de indefensión casi absoluta. De ser este último objetivo el que habría de
regir las actuales realidades, se estaría en la antesala de lo que en teoría
política se define como “situación de incierto efecto”. O sea, que no es otra
que aquella determinada por la incontinencia de capacidades que busquen el
reordenamiento de las realidades enteramente disgregadas política, social y
económicamente.
Este
exordio cabe a propósito del problema de ausencia de autoridad que deja ver
cuando se revisa lo que ha acontecido en medio de territorio venezolano (bajo
reclamo) por parte de empresas internacionales de exploración y producción
petrolera avaladas por decisiones del gobierno de la República Cooperativa de
Guyana. Empresas del calado tecnológico y de la fuerza financiera como Exxon Mobil (de bandera norteamericana) y Shell (de bandera
angloholandesa), instalaron equipos de exploración (en principio, aunque con
miras de explotación) en suelo en reclamación. Así estarían violándose acuerdos
internacionales firmados entre ambas naciones y en presencia de agentes de
“buenos oficios” resultando en consecuencia lo que se denominó el Acuerdo de
Ginebra firmado hace casi cincuenta años. Dicho Acuerdo resolvía problemas como
el de no llevar adelante ninguna acción que fuera expresión de actitudes de
soberanía nacional hasta que el problema limítrofe no se resolviera en otras
instancias de alzada. Los gobiernos socialdemócratas de los años subsiguientes,
si bien no se abocaron con la debida exactitud a minimizar la pugna de límites
entre ambos territorios mediante el cotejo jurídico–legal de propuestas y
contrapropuestas, tampoco dejaron enfriar las negociaciones. Sólo fue hasta
entrado el gobierno militarista en 1999, cuando éstas comenzaron a tomar un
rumbo tan inesperado que, por maquinados subterfugios, todo condujo a una
súbita congelación que terminó afectando principios tan fundamentales como
aquellos sobre los cuales se deparó el espíritu de la Constitución de 1999.
El
anquilosamiento a la que se ha aventurado Venezuela, incitó la avaricia de
funcionarios guyaneses a tomar de por si decisiones que comenzaron a hacer
mella en la soberanía venezolana. A medida que la inercia del régimen
venezolano fue avanzando, el gobierno guyanés deja ver su ambición por
“hincarle el diente” a unas reservas y a un territorio rico en recursos
naturales sin que ello llamara la
atención de un país entregado al electoralismo. Asimismo, agobiado por crisis
de distintos órdenes que consumieron fuerzas, recursos y capacidades. Y que
además, comprometieron disposiciones de la administración pública nacional.
Esto
hizo que Guyana se arrogara una serie de libertades que surgieron de la avidez
por crecer y consolidar su economía usufructuando y usurpando derechos que
creyó de sí sin que una intervención venezolana le hiciera caer en cuenta de la
fantasía geopolítica que ha estado viviendo. Cabe decir que estos sucesos son
el resultado de un política “entreguista” en muchos sentidos por parte del régimen
militarista venezolano. Mientras éste hace distintos aspavientos por la
declaración del gobierno norteamericano respecto de las sanciones que habrá de
aplicar a venezolanos inculpados en presuntos delitos, el país político reclama
por la autoridad necesaria ante tan delicada situación. ¿Es un problema de
soberanía nacional o acaso resultado de la indiferencia de soberanos tontos?
“Cuanto más hipócrita es un dirigente
político, más le cuesta actuar con honradez y de la mano de la humildad”
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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