Un año de protestas y
de represión brutal no parece suficiente para que Nicolás Maduro y sus
colaboradores se percaten de que los responsables de las violaciones de los
derechos humanos cometidas todos estos meses serán procesados y castigados por
la justicia nacional o por los tribunales internacionales, si los primeros no
funcionan, independientemente del cargo que ocupen o de si cumplieron o no
órdenes superiores, porque la impunidad que reina hoy en Venezuela no es
precisamente la que predomina en el ámbito de la justicia internacional.
Hasta hace poco
tiempo el mundo guardaba un extraño silencio ante las atrocidades del régimen
venezolano. Hoy, distintamente, gobiernos extranjeros, personalidades
políticas, incluidos ex presidentes de la región, tildados groseramente por los
revolucionarios de fracasados y vagos, observan con atención y preocupación las
violaciones de los derechos humanos en el país, que se traducen en detenidos y
procesados arbitrariamente, en la odiosa e inaceptable práctica de la tortura,
en la represión a las protestas, en el aniquilamiento de la libertad de expresión
y del derecho a informar y ser informado.
Muchos gobiernos y
dirigentes del mundo, instituciones y órganos internacionales, Parlamentos
extranjeros y regionales, se han pronunciado sin tapujos ante la gravedad de la
situación en Venezuela para facilitar una salida a la crisis que los hoy en el
poder niegan empecinadamente. No es interferencia indebida en nuestros asuntos
internos. Todo lo contrario, quienes se
pronuncian sobre nuestra realidad no solamente ejercen un derecho, sino que
cumplen con la obligación que les impone hoy el Derecho Internacional de velar
por los derechos humanos y por la democracia y la libertad en todas partes del
mundo.
Las críticas y las
declaraciones de solidaridad con la democracia venezolana han molestado a la
cúpula roja en el poder; pero más parecen haber sido las decisiones de los
Estados Unidos, el imperio a vencer, por
las “medidas” de alcance selectivo adoptadas en contra de un grupo
supuestamente constituido por personajes incursos en violaciones de derechos
humanos y en actos de corrupción que la propaganda oficial vende de manera
dolosa como una “sanción” al Estado venezolano.
En efecto, hace
algunas semanas el Congreso de los Estados Unidos adoptó la ley para “la
defensa de los derechos humanos y la sociedad civil de Venezuela” en el marco
de la legalidad propia de un Estado independiente y por considerar que tales
delitos, especialmente los relacionados con los derechos humanos, son
preocupación de la comunidad internacional y que no son más de la exclusividad
de los Estados. El gobierno de Obama acordó en aplicación de esa ley que afecta
a esos personajes y sus familiares, algunas medidas relacionadas con el ingreso
a los Estados Unidos y con las cuentas y los bienes que puedan tener esos
individuos en ese país.
No se trata, como
dijimos, de “sanciones” ni “medidas” unilaterales en el sentido estricto del
término sino más bien de actos adoptados por un Estado en ejercicio pleno de su
soberanía, esa que tanto defienden los regímenes totalitarios como los de Cuba,
Corea del Norte, Irán o la Venezuela de hoy, lamentablemente, para evitar ser
escrutados por la comunidad y los órganos internacionales y que se conozca la
realidad de los derechos humanos. Además, son actos propios que se derivan del
derecho de la responsabilidad internacional del Estado que permite que
cualquier Estado pueda exigir el cumplimiento de una obligación internacional
de carácter imperativo, como son las normas relativas a los derechos humanos, a
cualquier Estado que se considere que ha incurrido en un hecho
internacionalmente ilícito, es decir, que ha violado como sería el caso, una
obligación de esa naturaleza.
La suspensión de
visas no es ni puede ser considerada una “sanción” al Estado venezolano. La
reglamentación sobre el ingreso de extranjeros es un derecho propio del Estado
territorial basado en el principio de la soberanía, que debe distinguirse de la expulsión de
extranjeros que en ningún caso puede ser arbitraria. Si bien el ingreso de
extranjero está regulado por el orden jurídico interno, la expulsión lo está
por el Derecho Internacional que exige, sin desconocer el derecho del Estado a
expulsar a no nacionales de su territorio, el respeto pleno de los derechos
humanos y las formalidades administrativas que algunos gobiernos, como el de
Juan Manuel Santos, desconocen, tal como lo hiciera cuando expulsó
arbitrariamente a jóvenes estudiantes venezolanos asilados por razones
políticas en Colombia, entregándoles a la policía política de Venezuela,
contrariando así las normas del Derecho Internacional, concretamente, el
sagrado principio de no devolución, piedra angular del sistema de protección
internacional.
La solidaridad
internacional es absolutamente necesaria hoy para enfrentar la realización de
crímenes internacionales. Las “medidas” que se adopten en relación con
cualquier Estado que viole las normas fundamentales de Derecho Internacional
deberían ser bienvenidas pues con ello se busca no “acorralar” a un régimen
sino defender a una sociedad de sus atrocidades. Es un desarrollo del Derecho
Internacional que responde a las nuevas realidades internacionales, a lo que no
podría oponerse ningún Estado o grupo de Estados sin correr el riesgo de
mostrarse como Estado forajido.
Victor Rodriguez Cedeño
vitoco98@hotmail.com
@VITOCO98
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