La transición es tema urgente y de política práctica. Urgente porque
Maduro, ahogado en su nivel de incompetencia, no logra sacar al país del
atolladero donde sus políticas lo han metido. Práctico, porque expresa lo que
desea una novedosa mayoría que suma a opositores y seguidores del gobierno.
La fuerza de la transición consiste en ser la última carta de la
sociedad para impedir que el Estado arruine al país. En algún punto de nuestra
involución, la cúpula oficialista se topará con la disyuntiva de rehacer su
modelo o arriesgarse a ser desplazada, total o parcialmente, por una
incontenible presión social.
La transición es segura, aunque ahora sepamos poco acerca de su
intensidad, su ritmo o su modalidad. Las fuerzas conservadoras en el poder y
los integrantes de la nueva clase de los boliburgueses no van a recorrer
voluntariamente ni medio centímetro en dirección a una transición que reduzca o
ponga fin a sus privilegios.
El alto gobierno le huye a la transición. Sus últimos movimientos
indican que prefiere chocar con sus bases populares y perder su apoyo, antes
que recortar su hegemonía o adoptar cambios en el modelo. Se resisten a
retornar a la democracia y aceptar tanto mercado como sea necesario. Pero en el
seno del oficialismo puede haber sorpresas, porque hay quienes están leyendo
con realismo el descontento que amenaza con barrerlos.
La oposición requiere formular ya una propuesta de transición pacífica,
democrática y progresista, Su presentación unitaria es punto central en la ruta
para transformarse en alternativa capaz de albergar a la nueva mayoría plural
que refuta radicalmente el modelo de socialismo autoritario.
Lamentablemente en la oposición persisten residuos de la polarización
que el oficialismo logró acuñar en la sociedad. Visiones que, nutridas por una
comprensible desesperación y que terminan alimentando la desesperanza, reponen
la polarización absoluta al ofrecer la transición como un choque de trenes.
Algunos dirigentes fantasiosos buscan
mejorar su presencia en el parlamento mientras administran discursos que oponen
la calle a los votos.
Hay que rebatir sus afirmaciones con una ofensiva de
ideas, porque no sólo crean desánimo y desconcierto en nuestras filas sino que
bloquean la convivencia con quienes vienen del oficialismo. En la práctica
cumplen el papel de opositores de la oposición, en vez de elevar sus aportes
para que la MUD, y los partidos que la integran, acometan el viraje que les permita
crecer del descontento, integrar las motivaciones e ideales que portan los que
ya no pueden mantenerse en el oficialismo y proponer un rumbo que le de sentido
de país a una experiencia de convivencia entre personas que han sostenido
proyectos políticos rivales.
Es impostergable que la MUD, el núcleo principal de la oposición
realmente existente, presente su agenda sobre la transición. Finalizar la
pesadilla requiere ideas de país en las cuales confiar y muchas iniciativas que
prefiguren la Venezuela que está por venir.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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