Hay factores
incorporados a la vida de los pueblos y de las civilizaciones que explican
varias de sus circunstancias. Arnold J.
Toynbee, por ejemplo, en su denso, conocido y famoso “Estudio de la Historia”,
expresa --refiriéndose principalmente a
Europa, pero sin excluir naciones de otras latitudes-- que ninguna nación o Estado “puede presentar,
aisladamente, una historia que se explique por sí misma”.
Mucho más reciente que el referido e inmenso
estudio de Toynbee que data, por lo menos, de 1946, menciono a la obra escrita
por Daron Acemoglu y James A. Robinson, con el título “Por qué fracasan los
Países”, subtitulada “Los orígenes del poder, la prosperidad y el progreso”,
publicada en Nueva York el 2012, y en Barcelona de España, en el mismo año, por
el Grupo Planeta. Y aunque las dos obras referidas, la de Toynbee y la de
Acemoglou y Robinson son de naturaleza diferente, éstas parecen sumarse para
converger hacia resultados que, siendo distintos, son muy similares.
Como este escrito no
es más que eso, un escrito, y no un libro ni una conferencia, me permito
incorporar una reflexión personal que solía explicar a mis alumnos de las
universidades y que se refiere a nuestra Venezuela amada, pero que bien puede
extenderse a todo el subcontinente
Latinoamericano, así como al resto de las naciones de este planeta llamado Tierra.
Cuando dadas
circunstancias como las que en el presente vivimos en nuestra adorada Patria,
así como la actuales, --aunque la mayoría sean menos graves en toda nuestra
subregión-- se genera que oiga uno
quejas, rechazos, negaciones y pesimismos acentuados en las bocas de no pocos
de los conciudadanos, y pregunto a éstos
--así como preguntaba a mis alumnos: ¿Cuánto tiempo tiene este país como
Nación independiente? La respuesta es: poco más de los dos siglos transcurridos
entre el cinco de julio de 1811 y este enero de 2015, esto es: dos siglos y
cuatro años…
Y pregunto de
nuevo: ¿Es que dos siglos y cuatro años,
que son suficientes para un país que era dependiente de la Corona Española,
resultan suficientes para que este País nuestro, así como todos los demás que
constituyen el sub-continente Latinoamericano, alcance niveles de desarrollo
como el de la vieja Inglaterra, que era y sigue siendo una de las Naciones más
adelantadas de este mundo?
¡Generalmente no hay respuesta a la pregunta, sino silencio!
Pero es que es verdad. Una
verdad como si se le pidiera a un niño o a una niña de dos años y seis meses de
edad, insólitamente, que escriban un libro como el de Toynbee, o que expliquen
filosóficamente el contenido y significado teológico de las obras de Santo
Tomás de Aquino.
Y, por cierto,
nuestra querida “Madre Patria”, España, tampoco escapa de no poder explicar
muchas de sus dificultades. ¿Por qué? Pues porque hasta el siglo VI, posterior
al sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, lo que hoy es España estuvo bajo el
dominio de los visigodos; a mediados del siglo VI se liberó de aquellos y vivió
la “Madre Patria” dos siglos de libertad, en medio de sus fragmentaciones y
divisiones, pero en el siglo VIII cayó en poder de los musulmanes, lo que duró
hasta muy avanzado el siglo XIV y hubo de recomenzar España su desarrollo, por
lo que ahora apenas nos aventaja en poco más de tres siglos, descontados
nuestros dos siglos y dos años como países libres en el subcontinente.
Después de esos poco
más de dos siglos, Venezuela y, en general, América Latina, hemos avanzado sin
duda alguna. ¿O es que acaso no estamos muy por encima de lo que fue para este
país el siglo XVIII?
Venezuela cambió
mucho con el gobierno tiránico de Juan Vicente Gómez. Fallecido éste, su
sucesor, por él designado, Eleazar López Contreras, organizó el país y
estableció instituciones que nos abrieron las puertas de un inexistente
desarrollo. Medina Angarita abrió caminos para la democracia, lo que se frustró
por la trágica enfermedad del doctor Escalante, pero a pesar de los conflictos
generados durante el llamado trienio adeco, tuvimos elecciones legítimas y una
nueva Constitución que abrió puertas a un futuro mejor.
Gómez, con su tiranía
feroz, sin embargo, se había rodeado de las mentes más ilustradas de su tiempo
y muchos de ellos formaron y organizaron brillantemente su gobierno. Pérez
Jiménez, también tirano, modificó el país con obras públicas de importantes
naturaleza. Cuando dejó el poder el 23 de enero de 1958, una Junta Militar,
presidida por el Almirante Larrazábal, devolvió al país la democracia que tuvo
como piezas fundamentales a hombres como Rómulo Betancourt, que había
abandonado radicalmente su anterior pensamiento marxista, a Raúl Leoni, persona
muy honorable y a Rafael Caldera, político de gran honestidad y entrega.
Vivimos en el
presente tiempos muy difíciles, nacido de errores y conflictos que se
desarrollaron posteriormente a los tres primeros gobiernos antes señalados. La
injusta destitución de Carlos Andrés Pérez abrió puertas que facilitaron el
acceso al poder del fallecido Hugo Chávez, cuya sucesión después de su muerte
agravó aún más la pésima situación que se había desarrollado en su gobierno. El
presente momento que se vive en nuestra Patria es, tal vez, lo peor de nuestra
agitada historia. Pero esta misma nos enseña que la voluntad de los venezolanos
y la ayuda del Todo Poderoso siempre nos favorecen para superar las
dificultades. Por eso, ciertamente, no perderemos la República que continuará
avanzando hacia un futuro cargado de esperanza y de valores.
Pedro Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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