Juan Carlos Sosa
Azpúrua escribió una novela (La muerte tiene muchos rostros, Ediciones PYV, Caracas,
2014) en la que explora un género novedoso que de manera un tanto provocadora
podríamos llamar “realismo-real”, en oposición al famoso realismo mágico y su
antecesor real-maravilloso, ambos fenómenos latinoamericanos que tantos favores
le hicieron al comunismo internacional, hincando sus raíces comunes en el ya
para entonces denostado realismo socialista.
No debe ser casual
que sus más conspicuos representantes, Gabriel García Márquez y Alejo
Carpentier respectivamente, fueran ambos castristas, sutiles propagandistas del
comunismo y representantes, oficioso y oficial, del régimen de La Habana.
Así que, de entrada,
el libro de Juan Carlos implica un conjunto de osadías. La primera, no la
mayor, es que incursiona en un espacio de absoluta hegemonía izquierdista. En
efecto, en Venezuela hay una larguísima tradición de literatura testimonial,
pero en su mayoría, sino toda, ha sido escrita desde una perspectiva de
izquierda.
Los textos, sean
novelas, cuentos o poesías, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo
pasado, describen las peripecias de aventuras guerrilleras, conflictos morales
y emocionales de la derrota, testimonios de vida de dirigentes de partidos
comunistas o socialdemócratas que, para este efecto, es lo mismo.
Así, ésta sería la
primera novela específicamente política escrita desde una perspectiva no
comunista, que no sucumbe al temor reverencial que ha impuesto el izquierdismo
en el medio cultural, al terror de ser calificado como “de derecha”, lo que
implica la exclusión inmediata del medio e incluso al mero poder ser
considerado intelectual. Como se sabe, la izquierda acapara la inteligencia y
el ingenio, dejando a la derecha el monopolio de la brutalidad y la estulticia.
Este guión era fácil
de vender cuando la izquierda estaba en la oposición y tanto más si formaba
parte de la resistencia contra las sempiternas dictaduras militaristas; pero
cuando acceden al poder trastocando roles con militares y policías represivos,
resulta francamente indigerible.
Esta es la razón de
los conmovedores lamentos de tantos artistas e intelectuales que claman porque
esta tiranía pase pronto para ellos volver a llamarse de izquierda sin sentir
vergüenza; así como del empeño exasperante de seguir llamando “fascista” a este
régimen siendo como es una franquicia de los Castro Brothers.
Desafiando los
análisis habituales de los críticos literarios, esta novela no es un fin en sí
misma, ni un mero ejercicio estético o retórico, sino que pretende
explícitamente llegar al lector con dos finalidades: Esclarecer una situación
deliberadamente oscurecida y cambiar la narrativa con la que se pretende
engañar al país y al mundo. Narrativa que comprende dos interlocutores
necesarios, el gobierno y su oposición oficial, que se necesitan tanto el uno
al otro como una mano a otra para lavarse.
La novela-verdad
presupone un guiño entre autor y lector, un pacto tácito que dice así: “Esto es
pura ficción; pero todos sabemos que es la cruda realidad”.
ROSTROS DE LA MUERTE
Al contrario de lo
que sugiere el título, esta novela no trata de la avalancha de muertes que
ahoga al país desde hace años, pero que en estos días ha aumentado al punto que
es imposible ocultarlo, a pesar de la imposición de censura y autocensura.
Más bien se trata de
modos de morir: una sería la muerte física que acompaña a la vida como su
reverso inevitable; discutiblemente, porque el libro es un diálogo permanente,
la muerte de los ideales, víctima del cinismo reinante; otra, la de las
ilusiones, que sería consecuencia de la anterior y por último, la peor de
todas, la muerte del alma, que signa a quienes eligen ser esclavos.
Son los
usufructuarios del poder, esa mezcla de fanáticos, psicópatas y oportunistas
sin escrúpulos cuyo principio de conducta es la venganza y su norte la
destrucción; pero también pueden ser personas obnubiladas por la propaganda
oficial, que optan por el silencio, de los que no puede saberse si realmente
creen las mentiras oficiales y ofrecen una neutralidad simulada a cambio del
quince y último, una misión, la promesa de una vivienda o la precaria seguridad
de los indiferentes.
La renta petrolera es
una fuente casi infinita para comprar voluntades, sobornar conciencias,
neutralizar rebeldías; el poder de la petro-chequera se extiende al exterior
aumentando la mudez, ceguera y sordera naturales de la mal llamada comunidad
internacional ante las tragedias que ocurren en países vecinos, bajo el tácito
acuerdo de que los demás tampoco miren mucho el patio respectivo.
La nueva narrativa
implica no aceptar el lenguaje del opresor, por tanto, rechazar el discurso
clasista que impone una visión de la sociedad como si estuviera dividida en
clases antagónicas; el racismo, incluyendo esa imagen de Bolívar que lo
representa como si hubiera sido un mulato cubano; el apelativo “bolivariano”
adosado a todas las instituciones públicas; así como los símbolos patrios con
ocho estrellas o el caballo puesto al revés, que son parte de la simbología
colonialista cubana.
La primera gran
denuncia consiste en señalar sin ambages que la oposición forma parte del
régimen, es un cómplice necesario sin el cual no sería posible el fraude
electoral, pero tampoco el tinglado de instituciones ficticias detrás de las
cuales se esconde el nudo poder del crimen organizado transnacional.
Es cierto que este es
un régimen criminal, pero no lo es menos que se sostiene gracias a la
colaboración y encubrimiento de la oposición oficial, que ni siquiera quiere
llamarse oposición, sino que se identifica como “alternativa”, una leal
oposición a su majestad.
Otra denuncia
contundente señala el bazar en que se ha convertido la política criolla; nos
enteramos de que no solo hay empresas de maletín sino también partidos de
maletín. Algunos gestores inscriben partidos a nivel nacional en el CNE
reservándose una especie de marca comercial; luego ofrecen su apoyo al mejor
postor y venden el partido con todo y
siglas, banderas, himnos y hasta un programa ideológico registrado.
Este mercadeo también
se extiende al exterior. Aparecen gurúes que ofrecen asesoría en medios y
contactos urbi et orbi a cambio de honorarios exorbitantes; en realidad son
hábiles embaucadores con mucho rating en los medios y lobbies internacionales.
Hay que salir al
exterior y caer en el campo minado de mentiras sembradas por la oposición de
que en Venezuela hay una democracia imperfecta, un déficit democrático quizás,
pero en vías de superación; que hay elecciones limpias que no han sabido ganar,
pero están en eso; la más cruel de todas, por aniquiladora: que el país se
divide en mitades exactas, fifty-fifty, entre gobierno y su alternativa, los
demás, no existimos.
El mundo político es
una jungla infectada de depredadores y parásitos oportunistas; pero hay que
pasar por ella para alcanzar la meta: la libertad y por añadidura devolver la
decencia a la política.
LA CUESTIÓN MILITAR
En esta como en
tantas otras obras literarias tan importante como lo que se dice es lo que no
se dice, los vacíos que tiene que rellenar el lector basándose en su propio
conocimiento, en la experiencia y en afirmaciones que se hacen desde afuera, lo
que se llama el discurso contextual.
Quizás el peor crimen
del chavismo fue crear un partido militar o, para decir lo mismo con otras
palabras, haber organizado una logia de militares activos como si fuera un
partido político. Estos fueron los que a la postre tomaron el control del
Estado y dentro de él de las FFAA, con la consecuencia inevitable de destruir
su imparcialidad.
Los comunistas no
creen en la imparcialidad de las instituciones. Para ellos todo es político y
la política la define el Partido. La variante castrista agrega el ingrediente
militarista, con lo que la ecuación queda así: “Todo es política. La política
es guerra. Luego, todo es guerra.”
Sin instituciones
imparciales no puede existir un Estado democrático con igualdad y libertades
ciudadanas. Esto es palmario en el caso del Poder Electoral, como en el Poder Judicial, porque sin jueces
independientes e imparciales no hay garantía legal alguna para los ciudadanos.
Ni hablar entonces de
las FFAA, que son las garantes de la Constitución. Si se vuelven partisanas subordinan a todos los demás
poderes públicos y las garantías ciudadanas quedan sin respaldo institucional,
entonces, la libertad civil desaparece.
Así, el aspecto más
importante para salir de una situación que luce trancada por el secuestro de
todas las instituciones y la eliminación de garantías legales, consecuencia de
la ocupación comunista cubana, es el
papel de los militares.
La solución es
militar, se dice; pero no puede ignorarse que toda esta trampa ha sido montada
y es administrada por militares, por lo que la propuesta es una paradoja: los
militares nos metieron en este embrollo; pero no hay salida sin los militares.
Para salir de la
trampa el movimiento debe nacer en la sociedad civil y ser de tal contundencia
que obligue a los militares institucionales (no comprometidos a muerte con los
comunistas cubanos, con los terroristas de las FARC, con el narcoestado, con
crímenes de lesa humanidad) a cumplir con su deber de policía constitucional.
La respuesta no es
fácil: ¿Quiénes son esos militares? ¿Dónde están? Pero, ¿existen realmente? Se
trata de una apuesta aventurada. El militar institucional no lo es de antemano
sino que aparece, nace de la coyuntura, es producto de las circunstancias.
Históricamente ha
ocurrido siempre así, en todas las épocas han aparecido los hombres que calzan
con las necesidades apremiantes de la sociedad como el zapato en su horma, no por casualidad, sino porque se
modelan sobre ellas.
Pero la apuesta sigue
siendo aventurada, la tarea es ardua, peligrosa y luce casi imposible de
lograr. ¿Por qué JCSA asume una tarea de tal magnitud (decir la verdad) cuando
está científicamente demostrado que la mayoría de las personas prefiere creer
una mentira reconfortante que encarar una verdad dolorosa?
Quizás sea porque
sabe que la verdad está ahí y rompe inmutable cualquier marejada de mentiras.
Ella no necesita justificación, al revelarla se impone y una vez expuesta a la
conciencia la expande de tal modo que ésta nunca puede volver a la estrechez
original.
Quizás sea solamente
un hombre de fe, que ha hecho y sigue haciendo su esfuerzo, en la medida de sus
posibilidades y les plantea un reto a sus conciudadanos para que traten de
hacer el suyo, sin ingenuas esperanzas, pero en la seguridad de hacer lo que es
correcto.
Lo más previsible es
que la primera respuesta sea el silencio, ignorar el mensaje no como el que no
sabe, sino como el que no quiere saber.
Luego vendrá el
halago, el intento de compra, la oferta que no se puede rechazar, según
las prácticas ancestrales de la mafia.
Si esto falla,
entonces será el chantaje, la calumnia, la amenaza, hasta llegar a la arena en
que se sienten más cómodos, el de la violencia y el terror.
¿Cuántos lo han
sufrido? ¿Quién puede resistir y sobrevivir? Es el método de Castro que muy
improbablemente haya tomado de Putin, porque la malignidad de la mafia es
universal.
El gangsterismo es la
fase superior del comunismo.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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