En
Junio del pasado año la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia
realizo una novísima interpretación –como suele acostumbrar, puntual y
acomodaticia- donde se le asigna un papel “protagónico” a la Fuerza Armada en
la actividad política nacional. “Constitucionalizo” de esta manera una mui sui
géneris manera de legitimar la arbitrariedad armada de un órgano que por
esencia no debe ser jamás protagónico de actividad partidista por muchas
razones. Entre ellas, la más elemental: establecer un diálogo político donde
uno de los participantes coloque una ametralladora en la mesa de discusión, no
augura de ninguna manera que esa controversia o diálogo político jamás pueda
estar libre de coacción, lo que imposibilita el democrático juego de las ideas.
Ese
bodrio “milico-constitucional” establece conceder patentes de corso a las
bayonetas, levantó la usual controversia que solamente dura pocos días, está en
plena vigencia. Recientemente hemos podido constatar que el ministerio de la
defensa etc., etc., mediante un dudoso acto administrativo, promulgo la
facultad del uso de armas de guerra para reprimir protestas políticas. No deseo
ahondar en las formas y modos, ni menos encuadrar esta situación fáctica
delimitándola a la pertinencia o no de aplicabilidad en el terreno jurídico.
La
razón es simple: Ni la sala Constitucional del TSJ y menos la Sala Plena, ni la
FGR, ni la DP y la AN, emitirán ninguna decisión que la cuestione o derogue.
Esta afirmación no es producto de una reacción emocional cargada de pesimismo e
impotencia. Es la aplicación del texto del sainete de manera cabal, sin la
oportunidad de que exista una interpretación libre de –no sé cómo denominarla-
la comedia o drama en que estamos inmersos, hasta los tuétanos, los
venezolanos.
Por ello, no puedo dejar de sonreírme, con muecas de desprecio y
de asombro, cuando una de los voceros más representativos de la MUD, anuncia
con bombos y platillos, que próximamente incoarán una acción judicial ante el
TSJ solicitando su derogatoria.
Por
otra parte, se siguen presentando sesudos análisis de carácter económico,
proponiendo soluciones para resolver la crisis que nos azota. Sin cuestionar lo
sustantivo de esa acertada propuesta –valida en cualquier régimen democrático y
de normalidad republicana- no deja de asombrarme también, porque dudo, si estos
ilustres venezolanos están conscientes de que el régimen jamás les hará caso,
ya que estas racionales propuestas no serán aplicadas mientras nos siga
mandando la camarilla milico-civil que desgobierna el país. Los economistas,
abogados, médicos y demás profesionales, no deberíamos seguir perdiendo el
tiempo solicitando medidas para retomar la normalidad republicana a los órganos
regulares, ya que estos se encuentran secuestrados. Lo procedente es requerir,
por la calle del medio, el cambio de gobierno con lo establecido en la CN que
aún no ha sido ni derogado ni “torticeramente” interpretado.
Así
mismo, está emergiendo una “pseudo” postura ideológica, por parte de algunos
sectores oposicionistas, para conjurar la crisis. De nuevo habría que
establecer premisas para desvirtuar esta equivocada postura. No tengo nada en
contra de las ideologías como nudo aglutinador de voluntades para actuar en la
cosa pública. En las circunstancias actuales, cuando los compatriotas de todas
las ideologías sufrimos la crisis, excluir a sectores de ellos, por causas
ideológicas, más que un error táctico y estratégico, es una soberana estupidez.
Esas controversias y propuestas ideológicas se deben contrastar en democracia
plena y debidamente reordenada la república. Por ahora, lo correcto es que
socialistas, social demócratas, social cristianos, liberales, conservadores y
hasta comunistas decentes, que los hay, que no comparten la forma en que se nos
gobierna, marchemos unidos para procurar el cambio, porque en esta coyuntura,
son más importantes las cosas que nos unen, que aquellas que nos separan.
Los
“Chácharos y La Sagrada” a comienzos del siglo XX ostentaban su grosero poder
armado. El jefe de la época, no tan bocón como los actuales, afirmo: “Ni cobro
andinos ni pago caraqueños”. Ese tirano no necesito de interpretaciones
constitucionales para implementar el terror, como tampoco lo hizo el otro, el
de la década de los cincuenta. Los milicos de ambas dictaduras fueron
enfrentados por civiles y militares dignos y siempre fueron desplazados. ¡Nada es eterno!
En
el siglo XXI el acontecer político, social y económico, el contraste es
evidente. Nos tenemos “que calar” que los magistrados del más alto tribunal,
con togas y birretes chillen: “Uh, ah, fulano no se va”. Permite a los milicos
que de manera agavillada también chillen su consigna vocinglera. Igualmente,
pueden hacer manifestaciones públicas armadas para apoyar al gobierno –al
alimón con los colectivos- para asesinar a quienes eventualmente se les
opongan. Por la discrecionalidad como está elaborada la infame norma, hay que
recordar que “quien juega con candela, puede morir achicharrado”.
Tomado y en cuenta. Los venezolanos llevamos en nuestros genes el carácter
debidamente probado en muchas circunstancias. Iremos nuevamente a la calle a
protestar y sabemos a lo que estamos expuestos, sin pretender inducir a
acciones suicidas, desesperadas, temerarias y aisladas.
Shakespeare dijo: “Los cobardes mueren muchas
veces antes de su muerte. Los valientes solo prueban el sabor de la muerte una
vez”.
José Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@cheyejr
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