viernes, 13 de febrero de 2015

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, EL CIVILISMO DE SIMÓN BOLÍVAR

Había llegado el joven militar Simón Bolívar a una cita excepcional en el augusto templo franciscano en la ciudad de su nacimiento. Le estaban aguardando sus conciudadanos para que diera cuenta de sus actos, sobre tantos hechos heroicos gracias a los cuales fueron expulsados sus enemigos quienes no hacía mucho tiempo dominaban con rigor el territorio de la afligida Venezuela. Venía a encontrarlos con especial afecto luego de tantos sufrimientos, de tantos sacrificios, los cuales apenas comenzaban como resultado de la guerra que iba a seguir demostrado su aspecto más implacable y cruel. Venía a cumplir, finalmente, ante la presencia singular de la historia un supremo deber en un sitio sagrado para que no existiese otra expresión distinta a la verdad, a la conciencia, a la honradez a través de uno de sus más reveladores pronunciamientos del cual derivarían los demás por exigencia del deber patriótico, compromiso  político y altura ciudadana.
Había llegado a Caracas en un solo e indetenible impulso de heroísmo que comenzó allá en el Magdalena, continuó en el piedemonte cucuteño, subió a los andes y atravesó las sabanas de Venezuela buscando hacia el centro, superando todos los obstáculos físicos y humanos que se le interpusieron.
Era un ser impetuoso, enérgico, nervioso, avasallador, que había superado la derrota, la traición, la adversidad, y sobre el cual había recaído por azar del destino de los hombres la responsabilidad de continuar la lucha con sin igual coraje y fidelidad republicana.
¡Ah..., la República!..., que para unos había sido y es una simple entelequia, una estructura falsa, la construcción irrealizable, y para otros, la causa y el sentido de las revoluciones verdaderas cuya obra implicaba la materialización de sus principios con los cuales había avanzado la política y comenzaba otra vez la historia.
Ante los ciudadanos debía aquel hombre optar entre ser un militar ambicioso de poder y riqueza o ser un soldado de la gloria y de la libertad. Ningún pronunciamiento fue tan grave y superior como ese el 02 de enero de 1814 cuando iniciaba uno de los años más terribles de nuestra historia. Se definió a sí mismo y sus acciones: "No ha sido el orgullo, ni la ambición del poder el que me ha inspirado esta empresa. La libertad encendió en mi seno este fuego sagrado...", dijo tal vez para sorpresa de quienes temían que se impusiese desde allí y para siempre su ilimitada autoridad. Definió de manera precisa los conceptos, manifestó su: "odio hacia la tiranía" y su indignación ante: "las violencias del déspota". No quería para sí empuñar: "el cetro despótico" y que los ciudadanos recibieran de sí la infamia y la opresión. El portaba: "la banderas republicanas" y quería representar y exigir a los suyos la evidencia incontestable y provechosa de la: "virtud militar", del honor y de la gloria demostrada ante los pueblos como forma de abnegación y deber.
Bolívar no se presentó ante los suyos como el hombre indispensable, sin el cual no existía ni podía existir la nación. No obstante sus victorias y sus resultados exaltó el mérito y la obra ciudadana en la defensa del país al señalar: "Los esfuerzos de los caraqueños contribuyeron poderosamente a arrojar a los enemigos de todos los puntos" y además que: "Esta capital no necesitó de nuestras armas para ser liberada", "La tropas españolas huyeron de un pueblo desarmado, cuyo valor temían, y cuya venganza merecían", reconociendo la virtud de los pueblos como gesto indispensable en los momentos decisivos de la historia.
Pero aún dijo más el insólito héroe sobre su carácter y significación, sobre el sentido de su causa y el deber de sus hombres. "Yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras...", "yo no soy el soberano...", "he venido a traeros el imperio de las leyes; he venido con el designio de conservaros vuestros sagrados derechos".
Definió igualmente con meridiana claridad la misión del ejército, de su auténtico y verdadero ejército, para quienes: 
"No es el despotismo militar el que puede hacer la felicidad de un pueblo, ni el mando que obtengo puede convenir jamás, sino temporariamente a la República". Precisó la misión del soldado quien no es ni debe ser: "el árbitro de las leyes ni del Gobierno; es el defensor de su libertad". 
Y si faltase alguna demostración final sobre su lealtad a la República y su sumisión a la nación, basta comprender e interpretar su solemne promesa, su esencial juramento: 
"No usurparé una autoridad que no me toca; yo os declaro pueblos ¡que ninguno puede poseer vuestra soberanía sino violenta e ilegítimamente!...", "yo nunca seré el opresor...".
Tal es el civilismo de Bolívar, la lección perdurable de su obra, lo que trasciende a las batallas y justifica su grandeza moral, su presencia ante la historia, su presencia en lo más irrenunciable y entrañable de la conciencia nacional por lo que se le reitera con los siglos y las generaciones como el Libertador.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599

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