En todo hombre dormita un profeta, y cuando se despierta hay un poco más de mal en el mundo. Emil Cioran
Venezuela huele mal
por donde se le mire, se palpe, se olfatee, el mal olor de la Patria Hedionda
no es solamente corporal es igualmente institucional, la peor, la más execrable
e infame de las podredumbres promovidas por el ser humano. Por supuesto que la
falta de desodorante corporal, de jabón de olor y de lavar, de detergentes y
papel higiénico, de champú, van convirtiendo al súbdito bolivariano en un
hediondo ciudadano del IV mundo que sale muy poco a la calle para que el olor
de sobaco sucio y de ropa sudada y sucia, no lo haga más evidente al olfato del
hampa, que es por naturaleza podrida.
Los containers
socialistas repletos de alimentos provenientes de los países del ALBA son
manjar bolivariano, no para nuestras gentes, sino para las ratas, gusanos,
moscas, insectos de todo tipo, perros hambrientos y gatos famélicos que sí
tienen comida gratis y Patria, por supuesto. Los venezolanos del siglo XXI
viven en la inmundicia, la basura y los excrementos sin recoger son su entorno
cotidiano; somos una sociedad de desechos y desechable.
Pero lo peor es la
podredumbre institucional, gubernamental, revolucionaria, la de las camarillas
del Proceso, que aflora allende y aquende, allá y acullá, en forma de
narcotráfico, lavado de dólares, coimas, sobornos, peculado, chanchullos y
malversación de fondos, aunque sus responsables permanecen siempre impunes
porque el Tesoro Nacional, las divisas son del Pueblo, es decir, de aquellos
que se arrogan la representación de todos para beneficio propio, partidista,
familiar y de los interesados aliados internacionales del gobierno más inepto
que haya conocido el país a lo largo de su historia republicana. Razón tiene el
adagio anónimo cuando afirma que: “toda podredumbre que mi mente pueda imaginar
se queda pequeña comparada con la que existe en la realidad”.
Para los
responsables de la pudrición nacional, de la descomposición social, de la
hediondez gubernamental, de la putrefacción permanente y progresiva de la
Patria Querida, sería conveniente que, al momento de su inevitable muerte, se
consuman como los indios americanos fallecidos – al aire libre y a picotazo
limpio de zamuros y aves de rapiña – en un pudridero bolivariano que bien
podría estar en el basurero de Las Mayas o en La Bonanza, donde reposan los
detritus, los desechos, la escoria de la sociedad.
Otra vez con
Cioran:
“¡Rebajarse ante esos macacos encorbatados, suertudos, infatuados! ¡Estar a merced de esas caricaturas, indignas hasta de desprecio! (…) la sociedad no es un mal sino un desastre (…) Cuando se la contempla entre la rabia y la indiferencia, se hace inexplicable que nadie haya sido capaz de demoler su edificio, que no haya habido hasta ahora gentes de bien, desesperadas y decentes, para arrasarla y borrar sus huellas”.
Enrique Viloria Vera
viloria.enrique@gmail.com
@EViloriaV
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