Es probable que la mayoría le haya aplicado al mensaje presentado a la
Asamblea Nacional la recomendación que Walther
von der Vogelweide, hizo a sus vecinos de Wurzburgo: “Cuidad vuestras
orejas/, no prestéis atención a malos discursos/ seria infamia el aceptarlos”.
El poeta alemán formuló esta advertencia alrededor del año 1200.
El mensaje fue malo porque estuvo muy por debajo de las expectativas que
sirios y troyanos albergaron durante largos días. No satisfizo a quienes
aguardaron con esperanza ni a quienes prejuzgaron que sería más de lo mismo.
El interés en el discurso, incrementado por dos aplazamientos, un raund
robin de rumores y el creciente descontento contra las políticas
gubernamentales, se tornó en desconsuelo y decepción. El orador ni habló claro
ni fue preciso. En vez de tomar los problemas por los cachos, inexplicablemente
optó por torearlos. Dejó más interrogantes que certidumbres.
El grave problema es que se trataba de oír, no la opinión de un
particular, sino la del presidente de la República. Y si un presidente
normalmente tiene mucho que decir, en tiempos de crisis desatadas su
orientación, sus propuestas, sus soluciones deben constituir motivaciones de
futuro, palabras para la unión y estímulos colectivos para superar las
dificultades.
Un primer hecho relevante es que la insatisfacción con el discurso, más
allá de los apoyos por compromiso, fue general. Las cámaras revelaron que no
generó entusiasmo, ni siquiera en figuras emblemáticas que han debido reflejar
más fervor. Las barras estuvieron lejos de llegar al climax de manifestar
orgullo por el orador. Los aplausos del oficialismo lucieron aplausos del
oficialismo.
Cuando más se necesita reaccionar para sacar a la población de las
colas, contener la inflación, blindar el sistema de control de cambios frente a
las poderosas corrupciones, ofrecer
garantías para la reconstrucción del aparato productivo capitalista o sustituir
las políticas sociales clientelares por unas que generen en la gente
capacidades para vencer a la pobreza, sólo se ratificó el modelo que está dando
al traste con el gobierno.
El discurso, es decir, la política asumida por el Presidente se redujo a
unir todas las arrugas para correrlas hacia un mismo riesgoso punto: no hacer
nada para que algo cambie. Actitud que hay que lamentar, no sólo porque
castigará a los sectores social y económicamente más vulnerables, sino porque
amenaza con extinguir las oportunidades país de pertenecer al siglo XXI.
Otra novedad importante, que debe desarrollarse durante este 2015, es
que el descontento no tiene una naturaleza partidista. Ya el país no está
emocionalmente dividido en dos mitades, sino que se ha unificado en torno a un
sentimiento de inconformidad y rechazo a los estragos que ocasionan las
políticas erradas del gobierno. La cifra
del rechazo es contundente: 85 % de la población está revirando.
La tercera novedad tiene que ver con el resquebrajamiento de la unanimidad
en el PSUV y el increíble desmoronamiento de la base popular que sustentó las
victorias electorales del oficialismo.
Estos signos de cambio han conducido a un descubrimientos que es
importante para sustituir el socialismo autoritario por un modelo que una
solidaridad social, bienestar y libertad: se puede ser revolucionario sin
seguir el modelo al que Maduro no quiere o no puede renunciar.
Pero la novedad de las novedades es la aparición de una nueva mayoría,
proveniente de diversas trayectorias anteriores, que va a conquistar mayor
protagonismo. También la exigencia de cambios está moviendo el piso a las
viejas certezas de la oposición y abriendo la posibilidad de que compartir
prioridades y aproximar estrategias ayuden a tener un mismo lenguaje y a formas
de lucha democráticamente eficaces.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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