sábado, 31 de enero de 2015

SIMON GARCIA, NUEVOS SIGNOS.

Es probable que la mayoría le haya aplicado al mensaje presentado a la Asamblea Nacional la recomendación que Walther  von der Vogelweide, hizo a sus vecinos de Wurzburgo: “Cuidad vuestras orejas/, no prestéis atención a malos discursos/ seria infamia el aceptarlos”. El poeta alemán formuló esta advertencia alrededor del año 1200.
            El mensaje fue malo porque estuvo muy por debajo de las expectativas que sirios y troyanos albergaron durante largos días. No satisfizo a quienes aguardaron con esperanza ni a quienes prejuzgaron que sería más de lo mismo.
            El interés en el discurso, incrementado por dos aplazamientos, un raund robin de rumores y el creciente descontento contra las políticas gubernamentales, se tornó en desconsuelo y decepción. El orador ni habló claro ni fue preciso. En vez de tomar los problemas por los cachos, inexplicablemente optó por torearlos. Dejó más interrogantes que certidumbres. 
            El grave problema es que se trataba de oír, no la opinión de un particular, sino la del presidente de la República. Y si un presidente normalmente tiene mucho que decir, en tiempos de crisis desatadas su orientación, sus propuestas, sus soluciones deben constituir motivaciones de futuro, palabras para la unión y estímulos colectivos para superar las dificultades.
            Un primer hecho relevante es que la insatisfacción con el discurso, más allá de los apoyos por compromiso, fue general. Las cámaras revelaron que no generó entusiasmo, ni siquiera en figuras emblemáticas que han debido reflejar más fervor. Las barras estuvieron lejos de llegar al climax de manifestar orgullo por el orador. Los aplausos del oficialismo lucieron aplausos del oficialismo.
            Cuando más se necesita reaccionar para sacar a la población de las colas, contener la inflación, blindar el sistema de control de cambios frente a las poderosas  corrupciones, ofrecer garantías para la reconstrucción del aparato productivo capitalista o sustituir las políticas sociales clientelares por unas que generen en la gente capacidades para vencer a la pobreza, sólo se ratificó el modelo que está dando al traste con el gobierno.
            El discurso, es decir, la política asumida por el Presidente se redujo a unir todas las arrugas para correrlas hacia un mismo riesgoso punto: no hacer nada para que algo cambie. Actitud que hay que lamentar, no sólo porque castigará a los sectores social y económicamente más vulnerables, sino porque amenaza con extinguir las oportunidades país de pertenecer al siglo XXI.  
            Otra novedad importante, que debe desarrollarse durante este 2015, es que el descontento no tiene una naturaleza partidista. Ya el país no está emocionalmente dividido en dos mitades, sino que se ha unificado en torno a un sentimiento de inconformidad y rechazo a los estragos que ocasionan las políticas erradas del gobierno.  La cifra del rechazo es contundente: 85 % de la población está revirando.
            La tercera novedad tiene que ver con el resquebrajamiento de la unanimidad en el PSUV y el increíble desmoronamiento de la base popular que sustentó las victorias electorales del oficialismo.
            Estos signos de cambio han conducido a un descubrimientos que es importante para sustituir el socialismo autoritario por un modelo que una solidaridad social, bienestar y libertad: se puede ser revolucionario sin seguir el modelo al que Maduro no quiere o no puede renunciar.
            Pero la novedad de las novedades es la aparición de una nueva mayoría, proveniente de diversas trayectorias anteriores, que va a conquistar mayor protagonismo. También la exigencia de cambios está moviendo el piso a las viejas certezas de la oposición y abriendo la posibilidad de que compartir prioridades y aproximar estrategias ayuden a tener un mismo lenguaje y a formas de lucha democráticamente eficaces.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

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