lunes, 5 de enero de 2015

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO, EN ESA RESERVA ESPIRITUAL Y SANGUÍNEA, CUBA-ESTADOS UNIDOS

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO
Será ahora, en los primeros meses del 2015 cuando se iniciarán los  movimientos burocráticos concretos del descongelamiento de las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba. A pesar, es obvio, que  técnicos y políticos de ambos países deben tener ya previsto un programa de avances en la aplicación de la realidad: viajes, inversiones, comercio, comunicaciones, compensaciones, turistas y  recuperación de la confianza. Ya es algo. Mi optimismo no se apoya  en el régimen marxista que imponen los hermanos Castro, sustentados en una sólida nomenclatura militar que garantiza la inamovilidad.

Mi confianza se sustenta en la raza. En esa mezcla española amenizada con la aruaca, y la africana llegada con los primeros viajes, y luego, a través de la Casa de Contratación. Mezcla racial con su porcentaje berebere, que no  permitía alegar pureza sanguínea de procedencia. Mestizos, eso es lo que somos los hispanoamericanos desde el mismo momento que Colón y sus tripulantes decidieron probar las jugosas frutas tropicales de La Española que deambulaban desnudas entre arenas y palmeras, y que no cesaron de probarlas hasta que poblaron toda la América y el Caribe. Con razón escribió Bolívar en la Carta de Jamaica durante su exilio en Kingston, cuando analizaba las causas de la pérdida de la Segunda República y abogaba por ayuda monetaria, humana y en armas para retornar a tierra firme: “No somos europeos, ni indios, ni africanos. Somos una raza diferente nacida de esas tres, propia y única de la América española…”
Lo que hace diferente a los cubanos y al resto de esa América española, es el aire, los ríos, montañas, lagos y volcanes unidos a la sangre criolla; ésa, la que se acrisoló en los siglos venideros al descubrimiento. El aire del Caribe, el ritmo andaluz con los tambores africanos y las maracas indígenas. El tiempo en su relatividad tropical donde el horario es solo una referencia. Pero el cubano, el isleño que llegó de las Canarias, los pillos contratados como tripulantes, los esclavos que cortaron caña y servían la mesa con vegetales nativos o llegados de otros mundos, y esas mulatas moviendo sus caderas por las calles empedradas de La Habana vieja poniéndole música al andar, fueron otra cosa, son otra cosa.
Cuba no es China ni Viet Nam, mucho menos Corea del Norte. Sus hombres y mujeres tienen 50 años resistiendo la dictadura, el inhumano, cruento y degradante sistema comunista implantado por los hermanos Castro, y los asociados a esta fracasada propuesta de sociedad sustentada en el poder de las armas, el miedo, la represión y la ignorancia inducida. Resistiendo, porque esa población que se comprometió por la libertad, luchando contra el estamento militar representado por Fulgencio Batista, apoyando a los barbudos bajados de la montaña con rosarios en sus cuellos, y sus promesas de paz, legalidad, producción e igualdad, se quedó en ilusiones y promesas engañosas, en vulgares falacias.
Ese fue el timo con que le hicieron al pueblo cubano, al resto de América y a buena parte de la comunidad internacional. La ilusión de la búsqueda de la justicia en paz y confianza, la lucha contra la opresión de dictadorzuelos tropicales y engominados potentados locales. Fue una felonía a la dignidad y a la libertad. Doble felonía, a la credibilidad de un pueblo ansioso de libertad, felicidad, democracia y, a quienes desde fuera apoyaron ese ensayo de un antes y un después. Y así se les fue el tiempo, represión, tras represión. La ingenuidad, la confianza, la buena fe se convirtió en agonía, en prisión, cárceles, invasiones, subversiones, fugas, exilios, balsas y temor, mucho temor; ausencia de la verdad, mucha ausencia de la verdad.
No tengo confianza en que lo que firmó Raúl Castro se lleve a cabo por  intima convicción de quien fuere por durante 50 años jefe militar, de los servicios secretos y mano derecha de su hermano Fidel, y actualmente Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente del Consejo de Estado de Cuba. Es decir la autoridad única que fundió al partido y al estado en una sola entidad nacional.
No le será fácil a Raúl Castro entender tan siquiera que es, por qué y para qué sirve la democracia, mucho menos su funcionamiento en términos de autenticidad, porque tal como recientemente afirmó su hija Mariela en una entrevista concedida a CNN “No está planteada la desaparición del unipartidismo”.
Han sido décadas de poder unipersonal, bipersonal, a decir verdad, Fidel y Raúl y la pequeña corte que le secunda, incondicional de las armas y represión para garantizar el poder. El Estado, el Partido por encima del hombre ha sido una filosofía, una manera de entender la sociedad; una religión fundamentalista  seguida con absoluta devoción durante cincuenta años.
Por ello, el cambio que se espera, el que reivindicará a los mártires de la libertad, radica no en la buena fe y convicción de Raúl Castro y su vieja guardia de asumir los valores de la democracia como propios, sino en esa reserva espiritual y sanguínea de la América española rebelde, sensual y libertaria, a punto de bullir en nuestra amada Cuba.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

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