FERNANDO LUIS EGAÑA |
En
la Venezuela de la llamada “revolución bolivarista” hay colas para todo.
Incluso hay colas para hacer colas. Si una persona quiere adquirir alimentos
para su familia, larga cola. Medicinas, larga cola. Productos de aseo personal
o limpieza, larga cola. Repuestos de cualquier tipo, larga cola. Colas mañana,
tarde y noche. Un país en cola, las 24 horas del día. Y esas colas no son
garantía de nada, porque es muy probable que al final de la cola no se consiga
lo que se buscaba. Lo que supone una nueva cola, y otra y otra…
En
épocas diferentes, ese tipo de colas sólo se solían producir en las fechas
electorales, porque no había suficientes mesas para la cantidad de electores. Y
quizá en alguna situación particular o excepcional. Me refiero, claro está, a
largas colas de largas horas. Pero en tiempos de “revolución”, y sobre todo en
el presente, las colas son el signo característico del drama venezolano. De la
mega-crisis que agobia al país.
Para
empezar, las colas son la expresión directa de la escasez. Cuando falta lo
necesario para subsistir, hay escasez. Y cuando hay escasez, hay colas. En
Venezuela hay escasez de casi todo, en especial de lo necesario para la
subsistencia básica de la familia venezolana. La escasez como fenómeno grave
empezó en el 2008, pero ahora es una realidad tan notoria, tan opresiva, que
es, en suma, la realidad de nuestro país.
Esa
poquedad y esa mengua de la vida diaria no es consecuencia de una conspiración
externa o de una guerra económica del imperialismo, como plantea la propaganda
oficial. No. Es consecuencia de una catástrofe económica y social, por la ruina
de la producción interna, por la dependencia absoluta de las importaciones, por
el asalto continuado a los recursos fiscales, y por la incapacidad agravada del
Estado de hacerle frente a la situación.
Cierto
que esa catástrofe se ha puesto de manifiesto por la disminución de los precios
petroleros en el mercado internacional. Pero su origen no está allí, sino está
en la irresponsabilidad y demagogia de la hegemonía despótica y depredadora que
ha venido imperando en Venezuela a lo largo del siglo XXI. En tiempos de gran
bonanza petrolera, la incubación de la catástrofe no se sentía tanto o incluso
no se percibía en lo absoluto, pero ya la mega-crisis no se puede ocultar. No
se puede.
Todos
los males que venían de atrás se han exacerbado. Todos, sin excepción. Y todos
los activos se han dilapidado, incluso con jactancia y falseamiento descarado
de la historia venezolana. Y encima, hay un aparatoso repertorio de males nuevos,
de males “revolucionarios”, que ensanchan y profundizan la mega-crisis, la
catástrofe, la tragedia que acogota al conjunto de la nación.
La
respuesta visible del desgobierno de Maduro en salir al exterior a pedir
prestado, probable o seguramente a precios de usura. La ironía es cruel. De la
bonanza petrolera más caudalosa y prolongada de la historia, Venezuela ha
quedado tan pero tan en la ruina, que el quince y último depende de la
paciencia de los chinos y de la interesada compasión del emir de Qatar. Y no
son especulaciones, sino conclusiones derivadas de las propias declaraciones
del señor Maduro.
Toda
aquella retórica pomposa de la “década de oro”, o del “país-potencia”, no fue
más que pura ilusión o manipulación. Los hechos son tercos, decía Lenin, y los
hechos de esta Venezuela son la catástrofe, la masiva escasez, las largas
colas. Tal realidad tiene que ser superada, tiene que ser transformada.
Venezuela tiene que salir adelante para que los venezolanos tengan un futuro
digno. Las colas del “país-potencia” no pueden ser ese futuro.
Fernando
Luis Egaña
flegana@gmail.com
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