martes, 13 de enero de 2015

FELIPE GUERRERO, MADRE Y MAESTRA

Cada mes de enero nos reencontramos en la celebración… Es el festejo de ser maestros.

El mes de enero permite resucitar las costumbres invencibles y tercas, los gestos y las palabras que son no solo comunes sino indispensables, las historias,  las anécdotas que hicieron de ese pasado «nuestro pasado» y que nos dejaron marcadas formas de expresarnos, de revelarnos, de presentarnos al mundo… Ese todo que choca con otros usos, que se estrella con otras costumbres, que apaciguamos o moderamos o escondemos porque «Seguramente no nos van a entender» y festejamos con gente,  gente de bien que nos recibe con los brazos abiertos para los que aún pensamos que la patria es «esta urgencia de decir nosotros» de la que habló Mario Benedetti.
Celebramos este día con los maestros,  esos sembradores de ilusiones que hacen de su palabra cálida y  su mano solidaria, talismanes mágicos para la formación de las personas.
Fiesta de los maestros, esos seres anónimos que confían en el poder redentor del alfabeto, de la  letra, del libro y de la pluma. Extraños personajes que no buscan ser mesías porque enseñan que con letras y valores los excluidos  podrán derribar el muro y abrir la puerta que han levantado y cerrado la pobreza, la adversidad y el abandono.
En esta estación el Colegio de Profesores decidió hacer un reconocimiento a la Maestra Yraima.
En un momento solemne de su vida, el gran poeta Walt Whitman afirmó: «Hoy, me canto y me celebro, me celebro y me canto, porque cada átomo que me pertenece te pertenece, porque tú y yo somos la misma cosa». Quisiera mías las palabras del viejo poeta para afirmar que hoy me celebro y me canto, porque de Yraima conozco su entrega como madre y maestra ya que con ella he compartido los remos de la esperanza en nuestro navegar por los mares de la existencia.
En esta celebración resulta preciso deslindar los bordes de la lluvia, para retornar a la memoria feliz de viejas horas, en donde se confunde el eterno eco de los primeros tiempos con las pisadas que juntos hemos dado, siempre con las manos entrelazadas,  porque en esta marcha de esfuerzos generosos los dos hemos rebanado el pan del tiempo sobre un plato de verdad recién lavada.
En estos días del equinoccio de nuestras vidas, la marcha indetenible de los tiempos nos recuerda que hace más de cuarenta lunas iniciamos esta marcha interminable de esfuerzos generosos.  
¡Hace más de cuarenta años!. Definitivamente estamos hechos de tiempo, del tiempo que nos fermenta la vida, del tiempo que hace que crezcan madreselvas bajo los párpados, de ese tiempo de los momentáneos milenios de lluvia. Hace más de cuatro décadas, la encontré siendo una adolescente en la vieja casona del Pedagógico de Caracas y nos hicimos maestros y juntamos  nuestras manos para impulsar la piragua de nuestras vidas compartidas.
De cerca la vi dictando clases de pluralismo cuando presidió el Centro de Estudiantes de Castellano, con respeto la observé distribuir principios de humanismo en las barriadas de La Vega, más tarde la encontré compartiendo saberes de literatura con la muchachada del estado Aragua, en aulas y pasillos de la Universidad he conocido su cátedra de pedagogía, con respeto y admiración la vi dictar lecciones  de transparencia y honestidad cuando le correspondió la histórica tarea de ser la primera mujer en presidir el Ayuntamiento de San Cristóbal, abriendo brecha para un reconocimiento fecundo al trabajo femenino.
No puedo dejar de mencionar que Yraima ha sido la maestra del corazón porque la tarea magisterial necesita amantes que sean capaces de hacer disertaciones  con miradas de complicidad, ese vistazo  que sólo se logra con los tiempos compartidos en los cuales estrujamos al máximo la vida. Este navegar orientado por la cartografía del humanismo portando la brújula cristiana, nos  ha permitido atravesar océanos de vértigo y de borrascas con la convicción que la clase magistral es aquella que está motivada por el único mandamiento que es el mandamiento del amor.
En esta hora brindo por todos los maestros… En lugar privilegiado celebro con  quienes fueron mis maestras en La Grita, ese solar que fue mi casa y mi escuela donde aprendí el silabario del afecto y para decirlo con Gabriela Mistral «viví mis primeros años de leche y de mieles».

En esta hora celebro con Yraima, ella como millones de mujeres es Madre y es Maestra. Las mujeres pueden ofrecer esa extraordinaria experiencia, la del amor desinteresado a su pareja y la de la entrega total  a sus hijos de la sangre y a sus hijos del afecto que son los alumnos. Manos femeninas se han dedicado a curar heridas, por eso con el poeta afirmo que «Ningún remedio tiene el poder maravilloso de las manos de una mujer»  En este día ¡Que Dios bendiga las manos de las Madres y Maestras!.

Felipe Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com

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