Cada mes de enero nos reencontramos en la
celebración… Es el festejo de ser maestros.
El mes de enero permite resucitar las
costumbres invencibles y tercas, los gestos y las palabras que son no solo
comunes sino indispensables, las historias,
las anécdotas que hicieron de ese pasado «nuestro pasado» y que nos
dejaron marcadas formas de expresarnos, de revelarnos, de presentarnos al
mundo… Ese todo que choca con otros usos, que se estrella con otras costumbres,
que apaciguamos o moderamos o escondemos porque «Seguramente no nos van a
entender» y festejamos con gente, gente
de bien que nos recibe con los brazos abiertos para los que aún pensamos que la
patria es «esta urgencia de decir nosotros» de la que habló Mario Benedetti.
Celebramos este día con los maestros, esos sembradores de ilusiones que hacen de su
palabra cálida y su mano solidaria,
talismanes mágicos para la formación de las personas.
Fiesta de los maestros, esos seres anónimos
que confían en el poder redentor del alfabeto, de la letra, del libro y de la pluma. Extraños
personajes que no buscan ser mesías porque enseñan que con letras y valores los
excluidos podrán derribar el muro y
abrir la puerta que han levantado y cerrado la pobreza, la adversidad y el
abandono.
En esta estación el Colegio de Profesores
decidió hacer un reconocimiento a la Maestra Yraima.
En un momento solemne de su vida, el gran
poeta Walt Whitman afirmó: «Hoy, me canto y me celebro, me celebro y me canto,
porque cada átomo que me pertenece te pertenece, porque tú y yo somos la misma
cosa». Quisiera mías las palabras del viejo poeta para afirmar que hoy me
celebro y me canto, porque de Yraima conozco su entrega como madre y maestra ya
que con ella he compartido los remos de la esperanza en nuestro navegar por los
mares de la existencia.
En esta celebración resulta preciso deslindar
los bordes de la lluvia, para retornar a la memoria feliz de viejas horas, en
donde se confunde el eterno eco de los primeros tiempos con las pisadas que
juntos hemos dado, siempre con las manos entrelazadas, porque en esta marcha de esfuerzos generosos
los dos hemos rebanado el pan del tiempo sobre un plato de verdad recién
lavada.
En estos días del equinoccio de nuestras
vidas, la marcha indetenible de los tiempos nos recuerda que hace más de
cuarenta lunas iniciamos esta marcha interminable de esfuerzos generosos.
¡Hace más de cuarenta años!. Definitivamente
estamos hechos de tiempo, del tiempo que nos fermenta la vida, del tiempo que
hace que crezcan madreselvas bajo los párpados, de ese tiempo de los
momentáneos milenios de lluvia. Hace más de cuatro décadas, la encontré siendo
una adolescente en la vieja casona del Pedagógico de Caracas y nos hicimos
maestros y juntamos nuestras manos para
impulsar la piragua de nuestras vidas compartidas.
De cerca la vi dictando clases de pluralismo
cuando presidió el Centro de Estudiantes de Castellano, con respeto la observé
distribuir principios de humanismo en las barriadas de La Vega, más tarde la
encontré compartiendo saberes de literatura con la muchachada del estado
Aragua, en aulas y pasillos de la Universidad he conocido su cátedra de
pedagogía, con respeto y admiración la vi dictar lecciones de transparencia y honestidad cuando le correspondió
la histórica tarea de ser la primera mujer en presidir el Ayuntamiento de San
Cristóbal, abriendo brecha para un reconocimiento fecundo al trabajo femenino.
No puedo dejar de mencionar que Yraima ha
sido la maestra del corazón porque la tarea magisterial necesita amantes que
sean capaces de hacer disertaciones con
miradas de complicidad, ese vistazo que
sólo se logra con los tiempos compartidos en los cuales estrujamos al máximo la
vida. Este navegar orientado por la cartografía del humanismo portando la
brújula cristiana, nos ha permitido
atravesar océanos de vértigo y de borrascas con la convicción que la clase
magistral es aquella que está motivada por el único mandamiento que es el
mandamiento del amor.
En esta hora brindo por todos los maestros…
En lugar privilegiado celebro con
quienes fueron mis maestras en La Grita, ese solar que fue mi casa y mi
escuela donde aprendí el silabario del afecto y para decirlo con Gabriela
Mistral «viví mis primeros años de leche y de mieles».
En
esta hora celebro con Yraima, ella como millones de mujeres es Madre y es
Maestra. Las mujeres pueden ofrecer esa extraordinaria experiencia, la del amor
desinteresado a su pareja y la de la entrega total a sus hijos de la sangre y a sus hijos del
afecto que son los alumnos. Manos femeninas se han dedicado a curar heridas,
por eso con el poeta afirmo que «Ningún remedio tiene el poder maravilloso de
las manos de una mujer» En este día ¡Que
Dios bendiga las manos de las Madres y Maestras!.
Felipe
Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com
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