ALBERTO JIMÉNEZ URE |
Mi presencia en el inmediatismo
no se debe a mi urgencia por matar mi pasado en el presente para vivir sin
tribulaciones en el curso de cada [a]salto del Tiempo que cometo.
A causa de mi propensión a vivir,
pensar y escribir como libertario, desde la «Década de los Años 80/S.XX» he
tenido que soportar que me denigren o amenacen de muerte (pero también a mis
inofensivas y huérfanas de madre hijas, a quienes tuve que sugerirles negar
frente a gente desconocida o curiosa que soy su padre para que estén salvas).
Durante más de dos décadas guardé numerosas, intimidatorias y manuscritas
cartas (cuando no existía la Internet) e igual las de procedencia
multimediática. Luego las deseché. El pasado año 2014 fui 4 veces interceptado
en instituciones bancarias de la ciudad de Mérida por personas que me
increpaban con insolencia y en tono peligroso (una de las cuales fue una
mujer). El lenguaje de sus cuerpos denotaba que se hallaban en «En Trance de Ira» y sin goce o disfrute de la
Razón Suficiente.
Uno de los estólidos gritó en el
interior del banco donde yo depositaba cierta cantidad de dinero por la venta e
un vehículo «[…] que soy un coño de mi mamá que igual de prostituta hijo […]»
porque, según él, me alegré cuando ahorcaron al tirano (es.wikipedia.org/wiki/Sadam_Husein)
y también al ver cómo jóvenes libaneses ajusticiaban a
(es.wikipedia.org/wiki/Muamar_el_Gadafi).
Quienes estaban ahí se asustaron, lo
miraron como si se tratase de un atracador y el gendarme tuvo que increparlo y
sacarlo del recinto. Pienso que la mayoría de los presentes no recordaba a esos
ya difuntos dictadores que, sin paz, yacen en sus avernos.
Admito que, si no tuviese
familia, no me perturbarían esas situaciones. Nadie tiene por qué ser lastimado
a causa de eso que definen «Derechos Humanos Universalmente Protegidos» y que
suelo ejercer, por «principios», desde mis tiempos de «enfant terrible» con muy
envidiada presencia en los medios de comunicación sociales de Venezuela y
algunos del exterior.
Recuerdo, nítidamente, cuando un
grupo de jóvenes de origen árabe, no sé si nacidos en nuestro país, y que
estudiaban en la Universidad de Los Andes, advirtió que colocaría una bomba en
el área de la citada casa de estudios donde yo era funcionario activo en ese
momento (la Oficina de Prensa del Rectorado, de la cual fui uno de los
fundadores hace tanto pero que todavía el tiempo me concede la dicha y
felicidad de recordarla). Entre ellos, algunos son aventajados adscritos y
adeptos del «Estado Tiránico Transnacional» que padecemos.
Una vez un conocido canta-autor y
profesor universitario (que estuvo en una fiesta emprendida por escritores
barineses en casa de un famoso «intelectual-ñángara») me informó que en la
plenitud de la borrachera surgió la propuesta de pagar a un sicario «[…] para
que me buscase y abatiera en Mérida por ser un maldito contrarrevolucionario
[…]». Según su confesión, el «borrador» no pudo realizar el trabajo porque
siempre me veía acompañado de mis -para la época- infantes hijas.
«-No puedo dispararle a ese tipo
–se habría disculpado el especialista con sus patronos-. Cada vez que me
aproximo a él está con dos niñas que lo llaman papá. Es un tipo tranquilo, se
parece al beatle John LENNON»
En el amanecer del 2015, no era
impredecible que gentuza con el corte e igual costura del genocida fenotípico
protagonizara la abominación de masacrar a intelectuales y artistas parisinos
de probada irreverencia: más por placer que «futileza o in-nobleza». Pese a sus
edades, es obvio que cada uno de ellos jamás dejó de ser un «enfant terrible».
Sucede que no se trata de ser pre-juzgados rebeldes de otoño. La exigencia de
Justicia no debe admitir ni dictar lapsos porque es inmanente al Ser Humano.
A partir de esa tragedia, los historiadores
del mundo escribirán sobre la Historia Política Contemporánea de Europa con
renovado asombro: porque, a mi parecer, los franceses ya estaban impelidos a
extirpar de los ignorantes yihadistas el corrompido espíritu de la «Ilustración
con Terror» que heredaron de sus antepasados más cultos. No fueron cautos.
Pero, finalmente, es lamentable que aun sea misión imposible para la Humanidad
fomentar y defender los «Derechos
Universalmente Protegidos de la Mujer y Hombre».
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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