Amigo lector, sin
duda usted va a coincidir con la siguiente afirmación: la situación económica
del país es desastrosa. Las exportaciones petroleras, por ejemplo, han caído un 40% desde 1997 y la inflación es
hoy la más elevada del planeta. Hay que añadir a estos indicadores, desde
luego, los altísimos índices de inseguridad, desempleo, precariedad de la
infraestructura y una corrupción desbordada que está limando las bases
valóricas sobre las cuales debería descansar la gestión pública y privada.
En el marco de este
panorama, podría resultar sensato evaluar las posibilidades del cambio político
y electoral. Las condiciones objetivas señaladas, sin lugar a dudas,
proporcionan elementos para la elaboración de propuestas programáticas e
insumos para la actividad partidista y las rutinas electorales.
En cierto
sentido, la oferta electoral del bloque
opositor en las pasadas elecciones presidenciales estuvo anclada en esta
percepción. Que bien pudiera ser
calificada de "racionalista". Ahora bien, ¿qué queremos decir con
esta expresión? ¿Es la razón en última instancia la que proporciona viabilidad
a las ofertas de carácter político? Y, si así fuese, ¿cómo explicar el apoyo
que suscita una práctica gubernamental incapaz de proporcionar bienestar a sus
ciudadanos? ¿Es irracional la conducta política de los sectores populares?
Preguntas sustantivas
cuyas respuestas pueden proporcionar
claves para desmontar la oferta del socialismo del siglo XXI y desplazar
conductas opositoras que presentan dificultades para conectarse con las grandes
mayorías de la población.
Veamos. Hoy en día,
la lingüística, la neurociencia, la antropología, entre otras disciplinas,
apuntan a demostrar que las circunstancia señaladas no son suficientes para
esculpir y explicar una determinada conducta electoral ciudadana en un momento
preciso. Estas disciplinas han permitido superar la dicotomía existente entre
razón y emoción y su impulso ha dado pie para la formulación de la denominada
"política de las emociones".
En otras palabras, la "razón"
requiere de la "emoción" y, ambos espacios, básicamente operan en la
dimensión inconsciente de nuestro cerebro. Las creencias cuentan. Es necesario,
entonces, emocionar para convencer.
En fin, la lucha política hoy en día es más
cultural que otra cosa. El principal campo de batalla es el cerebro. Las
neurociencias y la neuropolítica aportan
herramientas para librar esta contienda. Lo fundamental es comprender que no se
puede practicar política en el siglo XXI con las herramientas conceptuales del
siglo XIX. En definitiva ¿qué proporciona la neuropolítica? Esta especialidad
ayuda a comprender como actúa el cerebro humano en su condición de electores,
ciudadanos, frente a los estímulos de la comunicación política.
Los demócratas
venezolanos tienen una ardua tarea por delante: conquistar los corazones de los
venezolanos. Para triunfar se hace indispensable enmarcar sus propuestas a
través del uso de un nuevo lenguaje que permita abordar al cerebro de los
ciudadanos a través de sus emociones. Para alcanzar esta meta se requiere, ya
lo hemos señalado, un nuevo lenguaje. Para ello sería imprescindible,
igualmente, explorar sus diversos mundos de vida, en orden de obtener las
expresiones apropiadas para alcanzar los corazones de la población.
Trasmitir pasión por
los cambios, entusiasmo por las ideas e ilusión por los retos constituyen las
llaves emocionales para conectar con los electores. Los venezolanos de a pié,
desde luego, quieren soluciones a sus
problemas inmediatos, pero también horizontes y sueños.
La cultura popular y
sus abigarradas locuciones, entonces, son fuentes indispensables para tejer la
urdimbre de este nuevo discurso político. La política, ahora, es así.
Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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