viernes, 15 de agosto de 2014

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R@f@el
Rafael Rios
rariga2@gmail.com
@rariga

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TRINO MÁRQUEZ, LA SOVIETIZACIÓN DE GUAYANA

Damián Prat, periodista del Correo del Caroní, se convirtió en un investigador implacable de los desmanes cometidos por los rojos en las empresas de la  Corporación Venezolana de Guayana (CVG). 


En sus denuncias abundan datos  acerca del saqueo que han perpetrado, las volteretas que han dado para destruir la gerencia y la meritocracia que ese emporio industrial formó durante más de cuatro décadas, la improvisación que domina y la forma como el PSUV, ni siquiera el Gobierno o el Estado, se adueñó de las quince empresas que conforman el conglomerado. 

Sus estudios son rigurosos. Ampliamente documentados. Al régimen no le ha quedado más camino que rumiar su indignación y amenazar al periodista. No puede rebatirlo. Las cifras son elocuentes e irrefutables.

         Cuando el Comandante asumió el poder, la mayoría de esas empresas producían ganancias, algunas muy modestas, pero, al menos, no generaban pérdidas al Fisco. Sus balances estaban impresos en tinta negra. Tres lustros más tarde, los números son rojos. En la CVG el régimen ha realizado los experimentos más lunáticos. El primer Presidente que tuvo fue Carlos Lanz, un señor que no sabía distinguir entre una barra de aluminio y un balón de futbol; además, estaba intoxicado por las tesis comunistas de Marx, Mao Zedong y Ernesto Guevara.  Su propósito inicial  se dirigió a acabar con la “división capitalista del trabajo” –basada  en las jerarquías y la especialización de la fuerza  laboral- para sustituirla por la “división socialista del trabajo”      –fundada en la horizontalidad y movilidad de los trabajadores-, de acuerdo con el esquema que trataron de imponer Mao y Guevara en China y Cuba, respectivamente. El resultado fue desastroso. Se rompieron las líneas de mando, indispensables para mantener la producción y las altas tasas de productividad que esas industrias requieren. El maoísmo de Lanz fue tan nocivo que Chávez se vio obligado a destituirlo, antes de que terminara de acabar con lo poco que quedaba.
         De allí en adelante ha predominado el caos y la bancarrota. Las empresas nunca han podido recuperarse. Del maoguevarismo se pasó a la sovietización del holding industrial. El PSUV se adueñó de la CVG. La convirtió, al igual que PDVSA, en una prolongación del partido. Trato de recomponer la gerencia, pero bajo la tutela del partido rojo. El presupuesto de la agrupación y el de la CVG son la misma cosa. La “segunda independencia” nacional, proclamada por el régimen, que tenía en Guayana a uno de sus ejes, se evaporó producto de la corrupción, el sectarismo y la incompetencia. Los trabajadores de SIDOR conforman la línea de resistencia y oposición a ese modelo de destrucción.
         Lo que ha ocurrido en Guayana  no puede ser calificado de capitalismo de Estado o mercantilismo. Para que exista capitalismo de Estado no basta con que el sector público sea el dueño de las empresas. Esta es una condición, pero no es la única. También es necesario que esas industrias o empresas, por “básicas” que sean, respeten las leyes del mercado y trabajen de acuerdo con patrones de calidad, productividad y eficiencia comunes a cualquier negocio. En Taiwán y en Corea del Sur hubo capitalismo de Estado  muy fuerte, que progresivamente fue desmantelándose. El Estado le transfirió la inmensa mayoría de sus activos al sector privado. Taiwán, por ejemplo, por razones de seguridad nacional, ha conservado los astilleros. Es su “empresa básica”, solo que trabaja con tales niveles de eficiencia y calidad, que países vecinos y empresas privadas de navegación marítima, mandan a construir grandes barcos en esos astilleros estatales.
         En la CVG no se ha impuesto el capitalismo de Estado, sino el sovietismo, forma perversa de estatización que arruina las empresas porque las politiza, las partidiza y las convierte en caja chica del Gobierno y del partido oficial. Las empresas no trabajan para generar beneficios y autofinanciarse, sino que operan como un mecanismo de distribución de la renta estatal. Los sindicatos oficialistas han formado parte de la destrucción. Por fortuna, existen sindicatos opositores que se han dado cuenta de que este camino conduce a la parálisis y ruina total. Ven los ejemplos de la Mitsubishi y Helados Efe, donde los sindicatos actuaron como factores destructivos contra la clase obrera. Las lecciones en Guayana han venido acompañadas de plomo, gas del bueno y represión, única fórmula pedagógica que conocen los comunistas.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc        

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