Damián Prat, periodista del Correo del
Caroní, se convirtió en un investigador implacable de los desmanes cometidos
por los rojos en las empresas de la
Corporación Venezolana de Guayana (CVG).
En sus denuncias abundan
datos acerca del saqueo que han
perpetrado, las volteretas que han dado para destruir la gerencia y la meritocracia
que ese emporio industrial formó durante más de cuatro décadas, la improvisación
que domina y la forma como el PSUV, ni siquiera el Gobierno o el Estado, se
adueñó de las quince empresas que conforman el conglomerado.
Sus estudios son
rigurosos. Ampliamente documentados. Al régimen no le ha quedado más camino que
rumiar su indignación y amenazar al periodista. No puede rebatirlo. Las cifras
son elocuentes e irrefutables.
Cuando
el Comandante asumió el poder, la mayoría de esas empresas producían ganancias,
algunas muy modestas, pero, al menos, no generaban pérdidas al Fisco. Sus
balances estaban impresos en tinta negra. Tres lustros más tarde, los números
son rojos. En la CVG el régimen ha realizado los experimentos más lunáticos. El
primer Presidente que tuvo fue Carlos Lanz, un señor que no sabía distinguir
entre una barra de aluminio y un balón de futbol; además, estaba intoxicado por
las tesis comunistas de Marx, Mao Zedong y Ernesto Guevara. Su propósito inicial se dirigió a acabar con la “división
capitalista del trabajo” –basada en las
jerarquías y la especialización de la fuerza
laboral- para sustituirla por la “división socialista del trabajo” –fundada en la horizontalidad y movilidad
de los trabajadores-, de acuerdo con el esquema que trataron de imponer Mao y
Guevara en China y Cuba, respectivamente. El resultado fue desastroso. Se
rompieron las líneas de mando, indispensables para mantener la producción y las
altas tasas de productividad que esas industrias requieren. El maoísmo de Lanz
fue tan nocivo que Chávez se vio obligado a destituirlo, antes de que terminara
de acabar con lo poco que quedaba.
De
allí en adelante ha predominado el caos y la bancarrota. Las empresas nunca han
podido recuperarse. Del maoguevarismo se pasó a la sovietización del holding
industrial. El PSUV se adueñó de la CVG. La convirtió, al igual que PDVSA, en
una prolongación del partido. Trato de recomponer la gerencia, pero bajo la
tutela del partido rojo. El presupuesto de la agrupación y el de la CVG son la
misma cosa. La “segunda independencia” nacional, proclamada por el régimen, que
tenía en Guayana a uno de sus ejes, se evaporó producto de la corrupción, el
sectarismo y la incompetencia. Los trabajadores de SIDOR conforman la línea de
resistencia y oposición a ese modelo de destrucción.
Lo
que ha ocurrido en Guayana no puede ser
calificado de capitalismo de Estado o mercantilismo. Para que exista
capitalismo de Estado no basta con que el sector público sea el dueño de las
empresas. Esta es una condición, pero no es la única. También es necesario que
esas industrias o empresas, por “básicas” que sean, respeten las leyes del
mercado y trabajen de acuerdo con patrones de calidad, productividad y
eficiencia comunes a cualquier negocio. En Taiwán y en Corea del Sur hubo
capitalismo de Estado muy fuerte, que
progresivamente fue desmantelándose. El Estado le transfirió la inmensa mayoría
de sus activos al sector privado. Taiwán, por ejemplo, por razones de seguridad
nacional, ha conservado los astilleros. Es su “empresa básica”, solo que
trabaja con tales niveles de eficiencia y calidad, que países vecinos y
empresas privadas de navegación marítima, mandan a construir grandes barcos en
esos astilleros estatales.
En
la CVG no se ha impuesto el capitalismo de Estado, sino el sovietismo, forma
perversa de estatización que arruina las empresas porque las politiza, las
partidiza y las convierte en caja chica del Gobierno y del partido oficial. Las
empresas no trabajan para generar beneficios y autofinanciarse, sino que operan
como un mecanismo de distribución de la renta estatal. Los sindicatos
oficialistas han formado parte de la destrucción. Por fortuna, existen
sindicatos opositores que se han dado cuenta de que este camino conduce a la
parálisis y ruina total. Ven los ejemplos de la Mitsubishi y Helados Efe, donde
los sindicatos actuaron como factores destructivos contra la clase obrera. Las
lecciones en Guayana han venido acompañadas de plomo, gas del bueno y
represión, única fórmula pedagógica que conocen los comunistas.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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